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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

Jaén y sus cosas

Nuestra pequeña cultura jaenera.

Nuestra pequeña cultura jaenera.

Leí hace poco una opinión que aseguraba que las palabras Jaén y cultura rara vez se encontraban en una misma frase. Venía a colación por una pequeña muestra de teatro, o quizá de un pequeño ciclo de cine. Tal vez se trataba de  una pequeña exposición. Es extraño pero todas las actividades que podrían cuadrar con el adjetivo “cultural” llevan de apellido “pequeña”. Las giras de las compañías de renombre rara vez recalan en nuestro Infanta Leonor. Ya no tenemos cines de cierta enjundia. Los museos adolecen de esa inercia  que los mantiene abiertos pero sin actividades que generen expectación. Los sistemas de venta online de entradas tienen oxidado el nombre de JAÉN.

Todo lo que suena a cultura en nuestra ciudad es pequeño. Por eso interesa que las semillas de otro futuro –que también es posible-  florezcan tanto en los espíritus de los actores como en el de los espectadores; tanto en de los distribuidores como en el de los organizadores locales.

En mitad de este desolador panorama recibo un mensaje de un antiguo alumno, Juan Antonio Gómez Arroyo, que me dice que en él germinó el duende del teatro tras las aventurillas que hicimos en los heroicos tiempos colegiales. Una representación del “Romancillo del Mio Cid”, escrita por mí en noches insomnes, le animó posteriormente a darse en cuerpo y alma al escenario y por ahí lo tenemos en la Asociación PASSO dirigiendo el grupo de teatro y atreviéndose con los clásicos cercanos como Federico.

Ese es el espíritu. Desde abajo, con movimientos vecinales, con grupos de aficionados que levanten las banderas de la cultura popular, con las campañas de LA PACA haciendo espectadores desde la tierna infancia escolar, con los maestros y maestras que se desgañitan  ensayando obras que luego serán presa de los objetivos de las cámaras de los abuelos y papás.

Jaén tiene que cambiar  poco a poco el adjetivo “pequeño” por el de “grande”. Si nosotros no fuimos capaces de levantar el telón cultural adecuadamente, los que vienen detrás lo harán. Estoy seguro. Ánimo,  Juan Antonio. La representación va a comenzar.

Almas sin "Porvenir"

Almas sin "Porvenir"

 

En estos tiempos en que la cultura “de papel” parece flotar entre dos aguas, siempre al borde del precipicio, sus amantes suelen llorar con desconsuelo el final de los templos que la sustentan. Cuando una librería echa el cierre en aras de las  grandes superficies que han usurpado su espacio, una pléyade de enfurecidos lectores inundan con su lágrima despechada los medios de comunicación para mostrar su pena y su rabia.

Sin embargo, cuando la llave da la última vuelta en la puerta de un quiosco de prensa, no siempre oímos sus voces. Hace unos días, cuando los oropeles de la cabalgata de Oriente se iban apagando, una institución del Paseo de la Estación nos decía adiós, esperemos que no para siempre. Se llamaba nada menos que “El Porvenir”. Muchos años me ha honrado ser habitual visitante de ese quiosco. Desde los tiempos en que su viejo creador, Pepe, con su mujer Rosa lo lideraban, mis periódicos  me han esperado allí, en la vetusta estantería que fue de Galerías Preciados según me contaron ellos mismos. Luego llegaron sus sobrinas de las que Rocío y Juani han sido el último bastión. Día a día, mes a mes, año tras año, “El Porvenir” ha hecho honor a su nombre y ha resistido contra viento y marea los envites de mil y una crisis a base de añadir a su fondo “editorial” de revistas y prensa un colorista añadido goloso de caramelos y chucherías y hasta pan y bebidas en ocasiones.

Ahora desaparece y nos deja huérfanos. Cuando un quiosco muere, algo dentro de cada uno de los periódicos que esperaron en él la mano amiga que los hiciera desperezar cada mañana, muere también. La cultura necesita también de la información y los quioscos son una puerta que comunica con las dos. ¿Se puede ser culto sin estar informado?

Todavía, de forma refleja, mis pasos se dirigen hacia El Porvenir cada mañana. Cuando asomo la nariz  por los cristales y veo las estanterías extrañamente vacías,  sé que el alma de todos y cada uno de los periódicos y de sus lectores vaga por ellas a la espera de otro renacer. La mía, al menos, está allí.

Siempre nos quedará París (O esos trenes que no pasarán por Jaén)

Siempre nos quedará París (O esos trenes que no pasarán por Jaén)

 

Seis horas y media tarda el Ave en dejarte en París. Las redes de alta velocidad de Europa se unen a fin. ¡Albricias! Ya somos una unidad de destino en lo viajero. Nos asomamos al futuro a más de trescientos kilómetros por hora y parece que las crisis, los problemas, los dolores de cabeza se quedan atrás. Me confieso enamorado del tren. Disfruto con él habitualmente. O lo intento. Hace algunas fechas  nos apresuramos a abordar el MD con destino a Madrid. Como me gusta repetir, los trenes de Jaén no tienen esos nombres ampulosos que te hacen soñar con volar sobre raíles. No son Alaris, ni Altaria, ni Avant ni, claro está, Ave. Dicen que quizá en un futuro cercano sean de velocidad alta, que no de alta velocidad. Veremos. El caso es que  quisimos buscar el vagón correspondiente. Vano intento. Los indicadores luminosos de las puertas no funcionaban. Solo la intuición y aquellas primitivas clases de matemáticas en las que aprendimos a contar nos indicaron cuál podría ser el nuestro. Pero no acertamos. Desde que la moda de la doble cabina se implantó en los convoyes  nunca se sabe si el tren (de Jaén) va o viene, por lo que ignoras si el asiento que has elegido en la web será o no en el sentido de la marcha y tampoco si empieza en el vagón uno o en el cuatro. Hubo incluso un día en que al cambiar de modelo sin previo aviso el vagón cinco había desaparecido y las sufridas gentes hubieron de distribuirse “al tresbolillo” por los restantes a  pesar de su reserva previa. Pero los problemas seguían. La megafonía no funcionaba. Solo un gruñido entrecortado avisaba de las paradas. Y, asómbrense, de todos los baños solo uno estaba en servicio. Imaginen su estado al pasar unas horas. Interrogado el revisor sobre la tercermundista situación nos dijo, no sin cierto azoramiento, que el mantenimiento era nulo. Ni que decir tiene la inquietud que eso nos produjo. Los recortes, afirmó bajando la cabeza.

¿Acaso no merece Jaén un servicio ferroviario de calidad? ¿Se lo pedimos a los Reyes? Cuatro largas horas a Madrid. Un poco más y llegamos a… Eso, siempre nos quedará París.

Las telarañas de Talía. (La cultura en Jaén)

Las telarañas de Talía. (La cultura en Jaén)

Hace apenas unos días, a la vuelta de una de nuestras escapadas “teatrales” a la Capital del Reino mientras el Media Distancia (Los trenes a Jaén no tienen nombre propio) serpenteaba por los arrabales castellanos a punto de adentrarse en el Sur con mayúsculas escuché a mis espaldas una voz que me hizo volver impúdicamente la cabeza.

Allí estaba. Cabellera blanca devenida en coleta. Imponente altura y gesto de sensata madurez.  Era Mario Gas, el actor y director del, entre otros, inolvidable “Follies”. Le acompañaban Tristán Ulloa, Sergio Peris Mencheta y otros jóvenes actores. Verlos juntos me hizo recordar el montaje con el que van de gira en estos momentos: Julio Cesar.

Por un instante creí que quizá se dirigían a nuestro Jaén. No puede evitar levantarme y saludar a  don Mario Gas que agradeció mi gesto con su habitual cortesía justo momentos antes de que el tren se detuviera y la compañía se apease. Estábamos en Linares-Baeza y ellos se dirigían a Úbeda para actuar en la Muestra de Otoño.

Los vi marchar, andén adelante, ligeros de equipaje, con pasos acaso marcados por el viejo Shakespeare, camino de otros escenarios. Cuando el traqueteo comenzó de nuevo consulté en la  red el resto de ciudades  que visitará su gira con el ánimo de hallar nuestro Santo Reino en el listado. Vano empeño. Nuestro teatro por excelencia, el Infanta Leonor, sigue acartonado en el olvido de las  grandes compañías, apartado de las rutas  que Talía marca con su cayado y sus  borceguíes. Diríase que el teatro –y no solo él sino la cultura en general- duermen en Jaén el sueño de los justos. O quizá el de los injustos. Quienes la amamos hemos de coger carretera y manta para disfrutar de un musical, un jocoso  monólogo,  un montaje clásico, un drama, una comedia costumbrista o un recital poético.

Talía no puede limpiar las telarañas que se están formando en nuestra ciudad en el ámbito cultural. Debemos hacerlo todos y todas. ¿Acaso no nos merecemos un horizonte cultural con un mínimo de calidad e incluso de cantidad? Talía llora. Nos llama. Oigámosla.

Los niños y niñas del Almadén, primero, por favor.

Los  niños y niñas del Almadén, primero, por favor.

Desde tiempo inmemorial, los dos centros docentes que rodean –literalmente- a la vieja escuela de Magisterio, eran las “Anejas”. La una, construida con el mismo modelo de la “Normal”, en el Paseo de la Estación era la femenina. No puedo dejar de recordar con una sonrisa los diferentes nombres con que, en el imaginario popular era conocida. Para una muestra nada mejor que “La Nerja”, que he escuchado en ocasiones con cierto inocente regocijo. La otra, enfrente, junto a la piscina del Estadio, era la masculina. Esta, algo más moderna, creció en su momento vampirizando una calle intermedia que conectaba Virgen de la Cabeza con la Avenida “de los Maristas” en una de sus acepciones populares.

La femenina, en distintos avatares históricos fue añadiendo aulas en voladizos sobre el patio y ambas han tenido que prescindir de ciertos espacios (gimnasio, salón de actos, etc.) en aras de un mayor número de aulas con las que hacer frente a la matrícula creciente de alumnos y alumnas.

Los tentáculos para crecer de estos dos centros tienen dos direcciones que, a mi juicio, nunca debieron perderse. La femenina –hoy Colegio Público “Nuestra Señora de la Capilla” a través de las instalaciones de la, hasta hace unos días casi abandonada,  Escuela de Magisterio. La masculina, hoy Colegio Público “Almadén”, por la brecha abierta a su lado con la construcción del centro comercial de El Corte Inglés y la consiguiente desaparición del campo de fútbol y de la piscina anexa.

El primer centro ha estado usando los patios y gimnasio de la escuela de Magisterio hasta, al menos, el curso pasado. Sin embargo, la Universidad ha decidido remodelar el edificio y, en un alarde de ¿previsión? Veo cada día al pasar que están demoliendo una parte del mismo. En mi ignorancia acierto a preguntarme si no hubiera sido más razonable dividir el espacio para poder acoger algunas aulas del colegio en lugar de acometer el futuro con golpes de excavadora.  Posiblemente la Universidad, propietaria del edificio, tenga todas las leyes a su favor. Nadie lo niega. Pero… para que existan universitarios “de pro”, antes hay que mantener un sistema educativo fuerte desde los primeros escalones.

Muerta la posibilidad de crecimiento del “Ntra. Sra. de la Capilla”, el soplo de aire fresco podría haber venido de la acera de enfrente. Mientras las vetustas instalaciones de la piscina languidecían a su suerte, muchos pensamos que el “Almadén” extendería sus instalaciones en una franja que permitiera, además, ese parque que se nos vendió cuando dijimos adiós al estadio de la Victoria.

¿Quién no ha pensado en lo difícil que sería en caso de necesidad, abandonar el colegio con esa puerta tan estrecha que le da acceso? Es obvio que ese centro necesita oxígeno. Y ese aire nuevo no se consigue elevando pisos o dividiendo espacios interiores para “sardinizar”al alumnado.

Ninguna administración local, en plena posesión de sus facultades en pro de un Jaén educativamente habitable podría poner obstáculos a esta expansión. Al menos eso sería lo razonable.  Pero los caminos de la política –o de la economía- son inescrutables como los de la divina providencia.

No se sabe bien qué razonamientos parecen estar a punto de sacrificar a  un colegio para primar una actividad privada en ese mismo lugar. ¿Usos del suelo? ¿Intereses más o menos comerciales?

El bien de nuestros niños y niñas es el de todos nosotros al final. No lo desperdiciemos por una ceguera  momentánea o un empecinamiento que quizá sea difícil de explicar, de comprender y de compartir.

El colegio Almadén necesita ese espacio para ofertar su actividad en la mejor de las condiciones. Nuestros hijos e hijas  lo merecen y el futuro de todos, también. Autoridades locales, educativas, Padres y Madres, organismos varios… todos… deben unir sus esfuerzos para conseguir algo que el simple sentido común nos deja claro: si la disyuntiva es un uso público educativo o un ínfimo alquiler comercial privado, la solución está clara y no merecería ni siquiera discusión.  El “Almadén”  tiene que remozarse y crecer para el bien de todos, de la ciudad, del futuro. Que nadie mire para otro lado. El terreno existe. Solo falta la voluntad.

 

 

Jaén... cenicienta.

Jaén... cenicienta.

 

Dicen que son a las Cenicientas a las que más se quiere, a los débiles, a los abandonados.... Es lastimoso pensar que nuestro JAÉN pertenece a esas categorías pero en el día a día pudiera parecerlo. Da la impresión que las inversiones de futuro pasan de largo, que los lápices políticos que marcan el progreso no están afilados cuando señalan a nuestra tierra, que hay una nube extraña -casi radiactiva, quizá- que impide que se nos vea, que se nos tenga en cuenta. A lo mejor por todo eso, por ese cúmulo de circunstancias tan poco edificantes, te queremos tanto, Jaén, al menos algunos (y cada día unos pocos más). Trabajamos por ti y para ti, soñamos contigo, crecemos a tu sombra y nos creemos cada día más que las etiquetas solo sirven para arrancarlas, para escribir sobre ellas lo que uno quiere y desea y no lo que por rutina y dejadez se nos hace creer. Mereces nuestro esfuerzo, Jaén, y nosotros te merecemos pero levantada y con la cabeza enhiesta mirando con desafío a quienes te maltratan. Todos a una contigo, Jaén. Juntos podremos.

Jaén en buena vía. Verde, por supuesto. (Celebrando los 25.000 números de DIARIO JAÉN)

Jaén en buena vía. Verde, por supuesto.  (Celebrando los 25.000 números de DIARIO JAÉN)

 

Nuestro aceite, fruto del esfuerzo y el sudor, como canta  la copla, necesitaba un cauce de expansión para distribuir sus bondades por el mundo. Y ahí estaba el ferrocarril, ese “tren del aceite” de la línea de Jaén a Campo Real que servía de ligazón de nuestra tierra con el puerto de Cádiz o el de Málaga.

Aquella vía, surcada de viaductos, túneles y estaciones de peculiar encanto vistas con un soplo de mirada nostálgica llegó en 1893 a Jaén en un circuito por Torredelcampo, Torredonjimeno, Martos, Vado-Jaén y Alcaudete hasta llegar a tierras cordobesas. Los vetustos vagones acarreaban también la metalurgia pesada de Linares y productos alimenticios de la provincia pero su auge se fue apagando poco a poco y en los  años sesenta se estudió su cierre. El final no llegó  hasta mediados de los ochenta pero no sería una muerte definitiva. En 2001,  cuan vía fénix, apareció de nuevo en las cartografías con un nuevo, fresco, ecológico e impetuoso nombre: Vía verde del aceite.

Discurrir por ella es verse inmerso en una de las  pinceladas que modelaron nuestra historia reciente amen de un excelente método de poner en forma cuerpos y hasta espíritus. Dejar que el aire se entremezcle –antes de inundar nuestros pulmones a golpe de pedal- con los artísticos enrejados metálicos que un día saludaron el paso galopante de las viejas locomotoras es un verdadero placer lejos ya del beso envenado de la vieja carbonilla que soplaba saludos ardientes a su paso.

Veremos canteras abandonadas, túneles como el del Caballico, casetas, cargaderos y viejas señales que siguen conduciéndonos pero, sobre todo, descubriremos que Jaén no solo tiene irisaciones de color verde oliva. Su color también es verde ecológico, verde naturaleza, verde esperanza en alcanzar nuevas metas. Todos los túneles terminan y sabemos que tras ellos está la luz. Nuestra luz. Nuestro futuro.

Aceite que sobrepasa leguas. (En la celebración de los 25.000 números de DIARIO JAÉN)

Aceite que sobrepasa leguas. (En la celebración de los 25.000 números de DIARIO JAÉN)

 

Dicen que solo los que sienten el mar como algo suyo lo llaman en femenino. La mar de los poetas, de los marineros hermanos de la sal  y el aroma fresco que horadan las gaviotas. Los urbanitas que acaso solo distinguen las olas cuando se disfrazan de tórrido verano, lo mencionan en un conciso masculino: El mar de la inmensidad azul con el que, acaso, sueñan.

Cuentan que también se distinguen el olivo y la oliva en similar perspectiva. Para aquel que solo sobrevuela el horizonte verde de esta tierra, ese árbol milenario será un olivo.  Sin embargo, para quien se levanta cada día acariciándolo, como el sol del alba, las ramas que se mecen suavemente con la matutina brisa recién amanecida serán de una oliva recia y  tostada por el calendario.

Ambos, andaluces de Jaén o gentes que aspiran a hacerse uno con el suntuoso sur saben que, independientemente del artículo o el género que asignemos a ese regalo de los dioses, su fruto se hermana con la ambrosía que alimentaba Olimpos y regaba bíblicos vergeles. ¿Qué fue de nuestra civilización hasta que no apareció el aceite de oliva? ¿No fue desde su nacimiento cuando la antaño cruda o cocida carne de la caza diaria comenzó a despegar de su mera función alimenticia para devenir en manjar y  deleite?

Hay algo en nuestro aceite jaenero que sobrepasa leguas y milenios, tiempos y espacios de la historia, del pasado y del porvenir. Ese líquido no es sino la sangre que alimenta las células de nuestra propia cultura, las de nuestro cuerpo incluso, impidiendo que el desgaste las oxide, el reloj las atrofie o el crepúsculo las apague. No hay altar suficiente para elevar las bondades de ese aceite que nuestra tierra, que nuestro Jaén, lanza por el mundo. Lo que si hay, claro está, es paladares dispuestos a dejarse extasiar por su cata. El olivo, la oliva son una puerta a la felicidad.  Si su fruto es la oliva o la aceituna… es y será otra materia de estudio y discusión.

25.000 números de DIARIO JAÉN

25.000 números de DIARIO JAÉN

 

 

Ánimo y por otros 25.000. Enhorabuena por estar siempre ahí, más allá de donde llega la memoria. Y no solo por estar sino también por ser. Por ser y por tener. Diario Jaén tiene un hueco más allá de la noticia, de las idas y venidas sociales, políticas, internas, externas y hasta mediopensionistas. Más allá de lo que recordamos, más allá de lo que hemos vivido y de lo que seguiremos viviendo. Las páginas de este periódico se escriben con H de historia, de la nuestra, de la del día a día, de la que a veces no tiene titulares de relumbrón pero si que te coge el alma por los cuatro puntos cardinales, del uno al otro olivo, de un verso trabajado al sudor matutino al suspiro del día que termina. 25.000 días son muchas horas condensadas en gotas de tinta sobre papel, en puntos blanquinegros formando fotos antaño difusas, hoy devenidas en instantáneas-espejo de lo que nos sucede, de lo que nos hace crecer, de lo que nos hace alimentar más y mejor el espíritu de jaeneros dispuestos a luchar, a subir escalones, a ver amanecer de nuevo otro día al amparo de las páginas de nuestro periódico. No sé si el buzón, mañana, podrá con todo lo que significan 25.000 números. Cuando baje a abrirlo, dentro de unas horas, quizá todo sea como un parto, como la llegada de un trozo nuevo de futuro que se asienta en hojas de papel prensa. El cuentaquilómetros vuelve a empezar y cada mañana el diario nacerá de nuevo, 25.001, 25.002... mientras el tiempo hace un guiño a la rotativa para que le cuente todo lo que sucede. O lo que podría suceder si así lo deseamos. Felicidades, Juan Espejo, Juana González, Irene Bueno Valdivia, Esperanza Calzado Moral, José José Manuel Serrano Alba, Toni Ocaña, Ana Gómez y tantos y tantos compañeros/as de redacción y de todos los departamentos. Un abrazo fuerte.

Jaén me duele...

Jaén me duele...

Tu tierra te duele siempre. Eso dicen, al menos, los poetas. Pero es una verdad inalterable. Apenas vuelves a Jaén tras una pequeña escapada notas que el dolor se acrecienta al descubrir carencias, quizá defectos, tal vez desidia, incluso  apatía. Paseas por una capital cercana, digamos Sevilla, y el ronroneo silencioso de un majestuoso tranvía color acero templado te susurra al pasar con una brisa que huele a progreso y modernidad. ¿A qué huele el nuestro con varios años ya aparcado en el olvido?

Si reparas en los anuncios de las paradas de autobús, cada una identificada, con líneas y planos actualizados –nada que ver con las nuestras por cierto-, descubres que se publicita un aceite de oliva virgen extra que ha obtenido no sé qué premio internacional –no le haremos publicidad- pero que no es de Jaén, cuna mundial del preciado líquido pero que de nada parece servir.

Avanzas  por la vorágine cultural y hasta hay programación  teatral  y musical. Los museos abanican tu paso con exposiciones, hay colas en los monumentos –con horarios y accesibilidad adecuada-. Pensemos ahora en nuestro Museo de Arte Íbero, dormido en la falta de empuje, o en otros que vegetan sin publicidad ni garra por nuestras calles.

Unos Baños árabes que han luchado con el calendario y que se reabren a duras penas. Una judería con un cierto toque de abandono que, lejos de darle un aire romántico como antaño, se convierte en zona de tránsito difícil y de escasa señalización.

Tenemos un Castillo al que no llega el transporte público y cientos de pequeños comercios al borde la extenuación mientras se proyectan tres mega-complejos comerciales sin demasiado estudio previo, sospecho.

Hay vida socio-cultural a nuestro alrededor, pero aquí parecemos tocados por el huso envenenado de “La Bella Durmiente” aunque el adjetivo “bella” parece solo aplicable a ciertas rotondas de muy dudoso gusto estético que, sin embargo, son las que dan la bienvenida a la ciudad.

Llegas a Jaén y todo duele. La ciudad parece condenada a muerte por inanición o sumergida en una UCI en la se mantiene sedada y entubada sin que nada ni nadie enchufe la medicación apropiada para que nuestro esplendor renazca. Jaén me duele. ¿Qué puedo hacer?

Páginas que sueñan. (Feria del Libro de Jaén 2.013)

Páginas que sueñan. (Feria del Libro de Jaén 2.013)

 Alguien cantaba en los albores del tiempo que España olía a pueblo, a cine de verano, a gritos en el ruedo, a copita de vino, a aceituna machacada, a donjuanes de bar… Pero España no olía a libro recién abierto, a lectura pausada, a sueño de papel. No parece que haya cambiado mucho el aroma de nuestro hogar patrio desde aquellos ingenuos acordes del cantaor de turno. Ignoro la afluencia que tendrá la Biblioteca del Congreso, pero me da por pensar que será menor que la ese bar de los cubatillas de oferta que ahora puebla los telediarios.

Desconozco si se producen macromaratones lectores, pero supongo que nada tendrán que ver con los “botellones” de bolsa rellenable y pis en aspersión de cualquier madrugada allende los suburbios. Cierto miedo me da repasar las estadísticas sobre lectura en España. En realidad, pavor. ¿Qué podemos esperar de quienes, a mucha honra, proclaman que nunca leen un libro? ¿Qué le espera a esta civilización chiquita y mezquina que huye del papel salvo que tenga impresa una cifra en euros?

Los índices de lectura caen a ritmos superiores a los del desempleo pero nadie levanta su voz para proponer soluciones. En realidad, las líneas rojas traspasaron tiempo ha el subsuelo de nuestro propio desarrollo y los borbotones de nueva savia infanto-adolescente no siempre son capaces de producir la efervescencia necesaria que nos haga volar por encima de las páginas de los libros que nos harán libres. Leed, leed, dicen algunos casi cayendo en los peligros del imperativo. Pero su semilla rebota en suelo estéril.

Hay libros que suplican lectores; páginas que lloran de inanición; párrafos que necesitan la lágrima alegre del lector que los aúne; portadas que desearían ser rústicas y abandonar su rígido cartoné para atraer, descaradas quizá, las ávidas pupilas de quien todo lo busca… Hay Ferias de Libro, como la que ahora gotea por nuestras calles jaeneras, que quizá necesitan de oxígeno, nitrógeno y argón –Mecano dixit- que insuflen alma, aire, luz a los lectores que vagan y desean.

Ayer soñé que era aire y que necesitaba pasar más páginas con mi soplo. Ayer soñé que era un libro por leer. Ayer soñé que leía y desperté.

Presentación del libro PENSANDO EN JAÉN.

Presentación del libro PENSANDO EN JAÉN.

El salón de actos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País ha sido el acogedor marco de la presentación del libro PENSANDO EN JAÉN en el que un grupo de escritores de la tierra han dado su punto de vista frente a los impactantes dibujos de Juan E. Latorre, alma mater del proyecto.

No me queda sino agradecerle su invitación a unirme a esta publicación, a este grupo de “pensadores de, por y para Jaén” en el que ha sido un honor compartir páginas con Vicente Oya, Molina Damiani, Juan Carlos García Lombardo, Kayser, Buendía y tantas otras selectas plumas jaeneras.

Las sentidas palabras de Vicente Oya, Ramón Carrasco y del propio Juan Eduardo Latorre, han profundizado en los sentimientos que despiertan las imágenes y los textos que las acompañan, dando al acto ese punto de íntimo calor que nos hace sentirnos jiennenses todos y cada uno de los días que compartimos en esta tierra nuestra.

Ediciones Blanca, como es su costumbre, ha preparado un continente excepcional, de gran calidad en su forma y presentación, con el que arropar esa ruta por monumentos, rincones y visiones fugaces de nuestro Jaén de la mano del dibujo de Juan Eduardo y las palabras de esos “pensadores” que hemos removido recuerdos, vivencias, emociones y deseos para dar una pincelada de cariño a los muros, sillares, callejas y plazuelas de esta ciudad a la que tanto queremos.

Una obra para conservar, para pasear con ella bajo el brazo y dejarse llevar por esa otra visión de la realidad que, quizá, nos eleva hacia otro mundo paralelo desde el que comprender mejor lo que observamos. Una guía de aprecios cargados no solo de cariño nostálgico hacia el pasado que nos hizo como somos, sino también preñada de futuro, de ese mañana que no podemos dejar de construir minuto a minuto.

 

Desde el cielo de Jaén. (Candados de amor en el Castillo de Santa Catalina)

Desde el cielo de Jaén. (Candados de amor en el Castillo de Santa Catalina)

 

Algo me dice que las nuevas generaciones de amantes poco o nada relacionan al amor con esa unión perenne y encadenada con que antaño se veía al matrimonio. Sin embargo existen multitud de puentes, rejas y rincones perdidos por el mundo donde las parejas “atan” su relación con el acero de un candado para creerse inmunes a los problemas de la convivencia.

¿Quién no ha paseado sobre el Tiber por el Puente Milvio de Roma, por el  Solferino en París o el Rialto veneciano y ha dejado sus ojos recorrer los candados marcados con nombres y dibujos a veces ya oxidados?

Es posible que, incluso, hayamos observado el ritual “in situ” con dos tortolillos  besándose frente a las aguas que acaban de recibir la llave que mantendrá siempre cerrado el candado con el que su amor estará siempre “preso” en sus corazones.

Recuerdo particularmente el Tretiakovsky, en Moscú, donde la tradición, empujada por las leyes de la física, ha hecho que los candados estén colocados en las ramas de árboles de forja que jalonan el puente a modo de esculturas conocidas como los “Árboles Nupciales”. 

Para evitar problemas en la estructura del puente por el peso, las autoridades han ideado trasladar estos árboles, ya repletos de su peculiar fruto, a un parque cercano, a la orilla del canal, y colocar un nuevo árbol virgen dispuesto a ofrendar a Eros y sus secuaces nuevas oportunidades de sellar almas y cuerpos para siempre.

Coincidió nuestra visita moscovita  con la llegada de una limusina rosada de la que descendieron una novia barroca y su ya marido. Se acercaron hacia uno de los pocos huecos que quedaban libres para instalar allí su deseo de inmortalidad sabiendo que su amor sería eterno mientras el candado permaneciera cerrado. Se volvieron después hacia las aguas gélidas y lanzaron, tras besarlas con unción, las llaves a la corriente dejándonos con un ligero escalofrío, no ya por el clima circundante, sino por la sensación de que la felicidad pasaba a nuestro alrededor.

También en España, en el Nova Icaria de  Barcelona  o en el Puente de Triana de Sevilla se han podido ver estas “cadenas” que anudan amores. Leo ahora en los TREPABUQUES de nuestro diario JAÉN que la valla de la cruz del Castillo de Santa Catalina está siendo presa de la misma historia que provocaron los adolescentes Step y Babi, protagonistas del libro del italiano Federico Moccia “Tengo ganas de ti”, cuando sellaron su amor con un candado. Será ahora un océano verde-oliva el que reciba sus deseos, sus llaves, sus ganas de abrazar juntos el porvenir.

Mirar al futuro desde el cielo de Jaén, anclar el destino frente a la campiña, la huerta, la sierra jaenera, ha de ser una nueva forma de unir voluntades, de compartir sueños, de saberse queridos. Quizá quienes llevamos tanto tiempo sabiendo que el amor es quien nos mueve, comprendamos mejor que nadie que el mar de olivos es un bravo compañero de viaje a quien ni siquiera hacen falta cerrojos para asegurar una vida en común. Jaén es así.

Futuro se escribe con "z". (Audiencia de SAR la princesa Letizia a DIARIO JAÉN con motivo de su 70 aniversario)

Futuro se escribe con "z". (Audiencia de SAR la princesa Letizia a DIARIO JAÉN con motivo de su 70 aniversario)

 

Hay personajes que son capaces de traspasar desde esa evanescente realidad del papel couché  para incrustarse en nuestro día a día haciéndonos cambiar nuestros puntos de vista, nuestras ideas basadas en el fugaz encuentro mediático que tantas distorsiones puede causar en nuestra percepción.  Si recordamos aquel día en que los telediarios de imagen y los de papel proclamaron que nuestro Felipe, ese gallardo príncipe que roneaba con la Sartorious, Eva Sannun o Gigi, había decidido sentar la cabeza y asentar su real futuro en brazos de una presentadora del informativo de Urdaci, ciertos sillares de la civilización parecieron cimbrearse y asustar a los monárquicos de toda la vida e incluso al personal de a pie.

Pasaron los meses, los años, las infantas, la barba del príncipe y los trajes de Varela y el horizonte pareció florecer ante los incrédulos ojos de los analistas, los tertulianos y otras especies de natural ojerizo y poco dado a la loa y al aplauso. Letizia, con su “z” distinguida y diferenciadora, remontó las negras velas del augurio feroz y fue ascendiendo en el aprecio general del pueblo llano que siempre fue fan de los rangos principescos. A Letizia, doña Letizia, Princesa de Asturias y futura sucesora de doña Sofía se le tornaron los humildes glóbulos rojos en fulgurantes partículas azules en todos los sentidos. De pronto, sus valores de trabajadora de la imagen se transmutaron en garante de un futuro de la institución y del país. Y ese camino, duro sin duda, le ha granjeado el galardón del cariño, en especial de quiénes caminan con ella en ese tramo corto que siempre identifica a quien tenemos al lado despojándolo de los prejuicios que nos oscurecen el entendimiento.

Dicen, cuentan, comentan que su trato es afable, su mirada incisiva, su gesto dista mucho de la envarada posición que se le supone por el alto estrado en que se mueve. Y, especialmente, me aseguran, no ha perdido su alma de periodista, ese espíritu de investigadora perspicaz del que hizo gala en sus apariciones noticieras.

Poco hay que imaginar para estar seguro de que, frente a la cúpula directiva y los trabajadores de DIARIO JAÉN, sus recuerdos de redactora, apenas aparcados en el cercano pasado, han brotado de nuevo y se ha sentido parte integrante de un medio de comunicación como este nuestro. Letizia, permítaseme la confianza, ha sido por unos instantes una periodista más de la redacción del JAÉN. Y si para ella ha sido un soplo de aire fresco, para el periódico ha significado un honor de los que se guardan, enmarcan y atesoran. Setenta años no se cumplen todos los días. Sentir el apoyo de una princesa, tampoco.

El beso de las musas: El alma de Nati de Miguel.

El beso de las musas: El alma de Nati de Miguel.

 

 

Las caprichosas musas del arte  insuflan su delicado aliento en contadas ocasiones y a personas elegidas por el destino. Dotan a las  obras de esas criaturas de un trazo mágico y prodigioso, de una luz tamizada y tierna que hace flotar a los personajes y al espectador mientras asignan una marca indeleble en sus corazones.

Si, amigo lector, has podido disfrutar de una obra de Nati de Miguel sabrás de lo que hablo. Su universo está plagado de sueños. Sus figuras se desdoblan en sombras pálidas que nos dejan indelebles apuntes visionarios prendidos en pasados perdidos. Sus bodegones nos hablan de la esencia misma de las cosas. Una rosa no es una rosa en manos de Nati de Miguel. Sus pétalos pueden haberse fundido con el rocío de la mañana o contener las lágrimas del abandono. Sus espinas pueden horadar tu piel como finos estiletes pero es más probable que te acaricien y tu cuerpo se deje recorrer por un íntimo cosquilleo.

Es Nati amante los  pequeños rincones, de los objetos cotidianos que guardan en su interior nuestro propio devenir, las huellas de una vida, las miradas añorantes, las nostalgias escondidas.

Nati recibió el beso de las musas y sus manos tomaron el relevo de su corazón, inmenso y abierto, para esparcir una paz recóndita que atraviesa el ojo del espectador. Nadie queda indiferente ante el alfeizar de una ventana perfilada por la cera cálida de sus obras. Ni ante la grandiosa naturalidad de unas frutas cuya fragancia podría olerse con solo entornar la mirada. Un jarrillo, quizá cascado y olvidado, atraviesa la onírica veladura de un visillo; un espejo que descansa sobre el ajado tocador; una vieja foto sobre el aparador… ese es el mundo de Nati de Miguel. Y es el nuestro. Podemos reconocernos en sus cuadros ya que en todos ellos existe una puerta hacia un interior que es el nuestro. Incluso en sus magníficos retratos diríamos conocer a la niña de sonrisa franca o a la señora de gesto adusto como alguien con quien hemos compartido vivencias y camino.

Pero la calidad de su obra, indiscutible, no se puede comparar con la de su propia humanidad. Nati es frágil, como las hojas de otoño y, como ellas, sabe sobrevolar tu paso hasta acercarse a tu huella para hacerse una contigo mismo. En un cuerpo que el aire podría transportar sin apenas esfuerzo, habita un alma inconmensurable, un espíritu libre que lucha con la vida y que, a cada amanecer renace de la propia dificultad.

Si Nati te ha hecho partícipe de su amistad, el paso de los calendarios no hará sino magnificar esa relación. Ella es más que una artista, más que una pintora al uso. Nati de Miguel no está en los museos, todavía, pero las paredes de cualquiera de ellos se sentiría orgullosa de acogerla.

Gracias Nati por plasmar nuestros sueños, por tu humilde grandeza, por regalarnos el arte y la sonrisa. Las musas acertaron contigo.

Cuento jaenero de mediodía.

Cuento jaenero de mediodía.

Por la ventana entreabierta de la cocina se cuelan sabrosos efluvios ajenos. Alguna mosca aventurera predice calores cercanos mientras te sobrevuela. El sol dibuja ángulos sobre el ladrillo visto de ese patio que, quizá por eso, se llama “de luces”.

Escenas diarias, anodinas, repetitivas y cercanas en las que no reparamos.

Al otro lado, en los ventanales de la zona noble, la cortina se mece añorando crepúsculos de fresca presencia. El plasma se enroca en corazones a punto de parir noticiarios. Nada nuevo. Más rutina. Unos vasos pretenden convertir el agua en vino y acaso aquellas rebanadas quisieran sacudirse la capa integral que las atenaza. El universo se repite en un bucle sin fin.

La ciudad se prepara para alimentar sus instintos, los gastronómicos, que no es hora para otras efusiones. (Al menos esperemos a la siesta, piensa alguien).

Un extraño silencio te impide oír los sonidos cotidianos: el perro del vecino, la bocina impaciente, los pitidos de los microondas…

Y es en ese instante sutil, en ese evanescente flash inalcanzable, cuando escuchas su llegada, cuando todas las ramas del bosque silencian su aleteo y hacia tu tímpano cansado solo camina él.

Oyes su marcha como el rasgueo de una guitarra seca y honda. Como el tímido parloteo de los insectos. Como el soplo de una noria monótona.

Su sonido es tenue, diríase que te acaricia en mitad del vacío. Podría adormecerte si no fuera por el perfume del guiso que te espera.

Corres a asomarte y aun consigues seguir el fulgor de su estela verdioliva. Vuela sin despegar, corre tranquilo, arremete las suaves curvas del camino con la elegancia de la alta costura, con un punto de orgullo que desafía maledicencias y un guiño, tal vez, a los incrédulos.

El viejo sol hace que sus figuras broten con brillos de novedad y sorpresa mientras renacen catedrales y dragones feroces que devoran aceites y vomitan sin humo.

Ya ha pasado pero aun permanece. Su aguileña figura dibuja estampas nuevas  y recrea paisajes desconocidos.

Él huele a pantalla de cine o a recuerdos prendidos de nostalgia  pero al tiempo hipnotiza con vistas de futuro sostenible, de presente accesible.

Miras de nuevo y lo observas detenido. Un cruce, algún semáforo. Una etapa, un descanso. Hay gentes que se arremolinan, que lo inmortalizan en sus tarjetas digitales o lo atesoran en sus móviles. Alguien, incluso, acerca su mano y la desliza por la recién nacida superficie como dudando de su existencia.

Entonces, olvidando la comida,  te oyes gritar a los tuyos desde la ventana: “Mirad, corred, que pasa el tranvía”.

 

 

¿Dónde vive la historia?

¿Dónde vive la historia?

Las musas de la historia suelen darse algún que otro  garbeo por nuestros mundanos paisajes jaeneros y así ha sucedido a lo largo de los últimos milenios con una generosa y magnánima frecuencia. No repasaremos aquí los gloriosos episodios del pasado andalusí, de los tiempos de la conquista o los albores íberos que luchan por reaparecer cuando removemos solados y adoquines. Tampoco los claroscuros medievales o el dolor de mil luchas y algaradas. Ya lo hace por nosotros esa admirable iniciativa universitaria de celebrar “La Fiesta de la Historia” en este Jaén a quien no se supone muy despierto ante los aconteceres que circulan por la senda del devenir histórico.

Afirma la organización de este encuentro que somos las personas quienes hacemos la historia, que deja así de ser una asignatura, algo que huele a libro, a olvido. Y son precisamente seres humanos que nos antecedieron los abanderados de las mil y una pequeñas aventuras que dan forma a las edades pretéritas. Viajeros en el tiempo y en el espacio que llaman a nuestra puerta, quizá a la de una habitación, la 13, de un bastión giennense como el Parador.

Hubo un tiempo en que la pregunta ¿dónde paras? hacía referencia al lugar donde nos alojábamos. Y contamos en nuestra ciudad con un lugar expresamente diseñado para ello hasta en su denominación. Si. Parador.

La fiesta del recuerdo tiene hoy un nuevo invitado: Charles de Gaulle, el político y militar francés que decidió “parar” entre nosotros para tocar el cielo que juega con los olivares, desgranar recuerdos y escribir aquí sus memorias de forjador de una futura Europa mientras su vista recorría el plácido paisaje del que brota Santa Catalina.

Si nos dedicáramos a la glosa publicitaria podríamos afirmar que “La historia para en Paradores” y quizá reivindicaríamos un pequeño monumento al presidente francés frente a los recios sillares de uno de los mejores hoteles-castillo del mundo, al estilo, por ejemplo, de la efigie que De Gaulle tiene a la entrada del hotel Cosmos en Moscú.

La historia, no cabe duda, es una fiesta cuando la observamos desde el porvenir, cuando los sinsabores del día a día se han transformado en otros distintos que nos hacen olvidar o distorsionar cómo fueron aquellos otros que fraguaron nuestra actualidad. Siempre es una lucha la consecución de metas nuevas, pero luchar cansa. Y si necesitamos “parar” –valga el juego de palabras- siempre nos quedará el Parador, el nuestro, donde la paz y el sosiego nos darán el empuje necesario para avanzar, para sabernos ganadores del futuro. Como De Gaulle.

 

Algo guapo para Jaén.

Algo guapo para Jaén.

Texto para el reto de DIARIO JAEN:

"Escribe algo guapo a tu tierra"

 

 

 

 

 

Raíz untuosa de aceituna verde

Como verde la escama reptiluna.

Verde ola de olivares pétreos

Hundidos en batallas verdes.

 

Verde Jaén sobre la sombra verde.

Castillo de noche y emboscada.

Reino Santo entre sillares verdes

Que el ojo vigilante de la historia

Rescata después en la alborada.

 

Torres y espadañas de cielo,

Auscultan diástoles de piedra,

Latidos de sudor,

Zarpazos de hambres milenarias

Ante horizontes verdes, nuevos,

Que levantan suspiros, ilusiones,

De un Jaén que vivirá mañana.

 

Pedro A. López.

Acné tranviario. (Las obras del tranvía de Jaén)

Acné tranviario. (Las obras del tranvía de Jaén)

No hace mucho que pudimos leer que Jaén quería proclamarse ciudad más antigua de España. Glorioso empeño para esta tierra milenaria que, ahora, desde mi atalaya, se me muestra como la azorada adolescente que se descubre un pícaro granito en el rostro. ¿Qué sino acné juvenil son esas erupciones, puntos negros, espinillas, granos y sarpullidos que están surcando nuestras calles?

Las alteraciones de la piel, en la cara principalmente, son consustanciales con la adolescencia y suponen un periodo traumático para muchos chavales ya que les llega junto a ese batido de hormonas que les hace poner en efervescencia su hasta entonces tranquila existencia. Para algunos incluso supone problemas de autoestima en esa edad en que prima el aspecto físico.

Nuestro Jaén, no cabe duda, está atravesando una adolescencia florida a pesar de su edad milenaria. Y la dolencia que lleva añadida tiene un nombre que no aparece en los tratados médicos. Se llama, sencillamente, “sistema tranviario”.

Si paseamos por determinadas calles y avenidas observaremos los  nódulos, comedones  y pápulas eritematosas que han aparecido con motivo de la construcción del tranvía. Algunos son ligeras afecciones cutáneas. Otros, por el contrario, presentan agudas y molestas erupciones que, a pesar de ser benignas, causan como el acné, devastadores efectos desde el punto de vista psicosocial.

Las excavadoras rugen alrededor de vehículos y viandantes produciendo un inasumible estrés que, en ocasiones, hace temblar la firme convicción de que todo es pasajero.  Todos aquellos que se dejan cegar por la virulencia de la acnéica explosión tranviaria se olvidan que tras un tiempo en que el espejo es nuestro peor enemigo, la vida nos hace brotar de nuevo ya como adultos.

Cuando las heridas se cierren, cuando las tuberías estén de nuevo cubiertas de asfalto y las catenarias ondeen al viento, la ciudad despertará un día con el semblante alegre y la mirada puesta en el futuro.  Un porvenir que los empecinados en mantenerse en la niñez del pasado, con político empeño,  pretenden hacernos creer que ha de ser apocalíptico.

Pero casi ninguna de estas pústulas ahora abiertas dejará huella. Las zanjas serán raíles y un estilizado tranvía, quizá fabricado en nuestra provincia, nos llevará hacia un mundo más sostenible en  el que empecemos a ir olvidando nuestros cochecitos privados reservándolos para tareas más sublimes. Eliminaremos emisiones, contaminaremos menos y nuestra vida cambiará hasta el punto de que desearemos que, a la mayor brevedad posible se inaugure también la línea 2 que quizá pasee por el Gran Eje camino de las Fuentezuelas o se asome al histórico centro urbano del viejo Jaén.

El acné está a punto de desaparecer.  Y tras él nuestra ciudad tendrá el juvenil empuje de una adolescencia renovada.

El tiempo corre y las espinillas pasan a ser solo son un recuerdo en una foto amarillenta. Las obras desaparecerán y un futuro llamado tranvía llamará a nuestra puerta. Lo que nos dolió y nos afeó quedará atrás. Estamos creciendo, alcanzando la belleza serena que nos definirá para siempre. Seamos pacientes y abramos los brazos al mañana. ¡Bienvenido, tranvía!

 

 Pedro A. López Yera

El Talgo nunca llegó a Jaén.

El Talgo nunca llegó a Jaén.

Este fin de semana, apenas hace unas horas, el último “Talgo Rojo” que aun circulaba por las vías patrias recoge sus ejes circulantes, su sistema de suspensión novísimo, su peculiar diseño y cierto aroma nostálgico que le rodea para pasar a esa jubilación que bien puede hacerle recalar en un Museo, rodando en Sudamérica o, quizá, entre las destructoras muelas del desguace.

Este tren, estilizado y cómodo como nunca antes se había visto en aquella España que empezaba a desprenderse del tono gris de los cincuenta, tuvo hermanos menores –los llamados Talgo I y Talgo II- pero su eclosión acaeció en 1.964. Lástima que, por aquellos años, los españolitos carecían del montante económico que se necesitaba para disfrutar del indescriptible salón mirador del último vagón o del soplo acariciador del primer aire acondicionado ferroviario que se recuerda.

Los primeros sesenta eran tiempos del “rápido” o del “expreso”, por no mencionar al eterno “correo”. En la dictatorial piel de toro la palabra “rápido” solo era un adjetivo sin mayor significado. Las largas y fraternales travesías, las interminables esperas sentados en la maleta de cartón piedra o la marcada incomodidad de los vagones de “tercera” estaban a la orden del día… especialmente en ciertas estaciones. Léase Jaén.

Nuestro bien amado Talgo rojo nunca llegó a Jaén. O al menos mi memoria no me lo devuelve entrando en aquella vetusta instalación que coronaba el Paseo de su nombre. Aquel tren pionero solo se dedicó a visitar las grandes ciudades, las líneas mimadas. Para esta perdida estación jaenera solo quedaron los ahora llamados eufemísticamente “regionales” con alguna festiva excepción: ¿Quién ha olvidado aquel cósmico “Platanito” que nos regalaron por muy poco tiempo?

Para subir al Talgo había que trasladarse a Espeluy o a Linares-Baeza. Y no siempre con transbordo asegurado. Recuerdo aquel trocito de papel rectangular que el funcionario rellenaba a mano llamando por teléfono en el que te aseguraban la reserva de plaza pagando el lógico suplemento, claro. ¡Qué tiempos!

Entonces los trenes tenían personalidad propia. Uno veía el Talgo rojo y sabía que era distinto, exclusivo y especial. Hoy ves el R598, el ALVIA, el AVANT o incluso el AVE y todos tienen el mismo disfraz blanco con sus pinceladas violetas.

Subir al Talgo III –que ese era su nombre oficial- era respirar otro ambiente distinto. Los ajados departamentos de los expresos eran como las corralas de vecinos. El Talgo, por el contrario, permitía esa intimidad que te impulsaba a sumergirte en el paisaje y soñar en silencio.

Al viejo Talgo lo sustituirán los ALVIA o los ALTARIA. Quizá un AVE. Desgraciadamente, tampoco, por ahora, esos nuevos Mercurios alados pasarán por la estación de Jaén. Bueno, si en los tiempos del hambre el café se llamaba achicoria, ahora tenemos un Ave-lanzadera hacia Cádiz y algo llamado Media Distancia Plus que se cree un Ave y que es lo más de lo más para las capitales de ¿segunda?

Lástima que el nombre TALGO esté desapareciendo de los catálogos de Renfe. El Pato es un Ave de la familia Talgo, pero pocos lo saben… Quizá alguna vez anide en nuestra estación.