El Talgo nunca llegó a Jaén.
Este fin de semana, apenas hace unas horas, el último “Talgo Rojo” que aun circulaba por las vías patrias recoge sus ejes circulantes, su sistema de suspensión novísimo, su peculiar diseño y cierto aroma nostálgico que le rodea para pasar a esa jubilación que bien puede hacerle recalar en un Museo, rodando en Sudamérica o, quizá, entre las destructoras muelas del desguace.
Este tren, estilizado y cómodo como nunca antes se había visto en aquella España que empezaba a desprenderse del tono gris de los cincuenta, tuvo hermanos menores –los llamados Talgo I y Talgo II- pero su eclosión acaeció en 1.964. Lástima que, por aquellos años, los españolitos carecían del montante económico que se necesitaba para disfrutar del indescriptible salón mirador del último vagón o del soplo acariciador del primer aire acondicionado ferroviario que se recuerda.
Los primeros sesenta eran tiempos del “rápido” o del “expreso”, por no mencionar al eterno “correo”. En la dictatorial piel de toro la palabra “rápido” solo era un adjetivo sin mayor significado. Las largas y fraternales travesías, las interminables esperas sentados en la maleta de cartón piedra o la marcada incomodidad de los vagones de “tercera” estaban a la orden del día… especialmente en ciertas estaciones. Léase Jaén.
Nuestro bien amado Talgo rojo nunca llegó a Jaén. O al menos mi memoria no me lo devuelve entrando en aquella vetusta instalación que coronaba el Paseo de su nombre. Aquel tren pionero solo se dedicó a visitar las grandes ciudades, las líneas mimadas. Para esta perdida estación jaenera solo quedaron los ahora llamados eufemísticamente “regionales” con alguna festiva excepción: ¿Quién ha olvidado aquel cósmico “Platanito” que nos regalaron por muy poco tiempo?
Para subir al Talgo había que trasladarse a Espeluy o a Linares-Baeza. Y no siempre con transbordo asegurado. Recuerdo aquel trocito de papel rectangular que el funcionario rellenaba a mano llamando por teléfono en el que te aseguraban la reserva de plaza pagando el lógico suplemento, claro. ¡Qué tiempos!
Entonces los trenes tenían personalidad propia. Uno veía el Talgo rojo y sabía que era distinto, exclusivo y especial. Hoy ves el R598, el ALVIA, el AVANT o incluso el AVE y todos tienen el mismo disfraz blanco con sus pinceladas violetas.
Subir al Talgo III –que ese era su nombre oficial- era respirar otro ambiente distinto. Los ajados departamentos de los expresos eran como las corralas de vecinos. El Talgo, por el contrario, permitía esa intimidad que te impulsaba a sumergirte en el paisaje y soñar en silencio.
Al viejo Talgo lo sustituirán los ALVIA o los ALTARIA. Quizá un AVE. Desgraciadamente, tampoco, por ahora, esos nuevos Mercurios alados pasarán por la estación de Jaén. Bueno, si en los tiempos del hambre el café se llamaba achicoria, ahora tenemos un Ave-lanzadera hacia Cádiz y algo llamado Media Distancia Plus que se cree un Ave y que es lo más de lo más para las capitales de ¿segunda?
Lástima que el nombre TALGO esté desapareciendo de los catálogos de Renfe. El Pato es un Ave de la familia Talgo, pero pocos lo saben… Quizá alguna vez anide en nuestra estación.
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