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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

Un deseo llamado tranvía. (El tranvía de Jaén)

Un deseo llamado tranvía. (El tranvía de Jaén)

Si existe un medio de transporte que más sentimientos haga aflorar con su sola mención, con permiso del ferrocarril, ese es el tranvía. Nadie que haya paseado por el mundo ha podido olvidar las estrechas calles de Lisboa surcadas por “los amarillos” cargados de “saudade”. Tampoco el reflejo de los tranvías en los canales del Amsterdam nebuloso que respira los efluvios de sus “coffeeshops” empapados de cannabis.

Praga también ofrece sus entrañas a bordo, como en un viaje a través del tiempo que, hasta hace poco, podía sumergirte en los oscuros años previos a la caída del muro. Y qué decir de esa panorámica que podemos divisar desde el tranvía de San Francisco en la cima de la calle Hyde, en dirección a Fisherman Wharf: la bahía, las cinematográficas calles empinadas y al fondo, en mitad del mar, Alcatraz.

Los tranvías son capaces de transportarnos no solo físicamente, también pueden llevarnos, como en una visión arañada a la realidad cotidiana, a lugares que solo viven en el subsuelo de los sueños, en el recuerdo de una pantalla en la que Blanche Dubois llega en un tranvía llamado Deseo para instalarse en casa de su cuñado Kowalski en una Nueva Orleáns pintada en blanco y negro.

También Buñuel hizo a la ilusión viajar en el 133, un desvencijado tranvía a punto de ser jubilado por la superioridad, al que subirán en su último estertor, el más variopinto grupo de viajeros jamás imaginado.

Más cerca nos queda la Malvarrosa. Destino del tranvía que una vez soñó Manuel Vicent: Una ruta de iniciación a la vida de un joven en la España gris de los años 50, con paradas en ajados prostíbulos o en atrevidos volúmenes de Camus o de Sartre.

Ahora, como saliendo de las pantallas, invadiendo nuestra tranquila siesta provinciana, el tranvía llama a nuestra puerta con guiños a la modernidad, ofreciendo sus vías a un progreso en el que los vehículos propios han de perder protagonismo en aras de la rapidez, el cuidado medioambiental o la vertebración de los espacios económicos y sociales.

Desde los aledaños de la plaza de la Constitución, la imagen de las vías a nuestros pies, el monumento a las Batallas en el centro y, al fondo, las fuentes del Bulevar, nada tendrán que envidiar al San Francisco de los folletos turísticos. Queremos entrar en el futuro a bordo de un tranvía y soñamos ya con su ampliación, con otras líneas que marquen territorio hacia las Fuentezuelas a través de las sendas del Gran Eje o que permitan el traqueteo –coqueto y excitante- que nos traslade por los barrios antiguos, por las callejas que una vez fueron judería o tarro de las esencias de las que bebimos a lo largo del tiempo en un largo devenir que llega hasta hoy.

Ese aparcamiento disuasorio que presidirá el comienzo –o el fin- de la línea, permitirá que nuestros visitantes se acerquen con ojos distintos, sin el estrés de no saber dónde dejar por unas horas la rémora del automóvil. Polígonos, Universidad, Hospital… todo un eje de progreso y bienestar se nos presenta vestido de deseo, vestido de ilusión. Nuestro futuro está anunciado en la marquesina de tus paradas. Nada ya será igual cuando surques las calles. Bienvenido, tranvía.

 

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