Blogia
Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

Un ataúd con mensaje.

Un ataúd con mensaje.

Un refresco para deportistas que hace apenas unos meses  navegó por los corazones de un grupo de “locos” sudamericanos que emitían su enajenación a través de la radio, revive ahora en el corazón del África profunda con la alegría que nuestra civilización siempre ha escamoteado a la muerte.

La idea de transmitir a nuestro último viaje esa pizca de locura que significaría marchar al más allá no en un féretro de artística madera tapizada sino en un envoltorio que diera a nuestros deudos una idea de lo que siempre quisimos, de aquello que nunca conseguimos o, quizá, de un extravagante deseo que jamás nos atrevimos a confesar, pudiera ser uno de los más gozosos descubrimientos de la publicidad contemporánea.

Pensemos, en un ejercicio de futuro, a lomos de qué Clavileño nos encantaría cabalgar hacia la laguna Estigia en pos del cancerbero.

Pero no caigamos en el oscuro pensamiento de que ya nada nos ha de importar cuando nuestro aliento quede fútil, inane, a merced del tiempo y del olvido.

¿Olvido? Quizá ahí se esconda el más intrincado de nuestros temores. Vivimos cada día arañando las paredes del mundo tratando de construir, de levantar, de crecer. Y está entre nuestras aficiones el aplicar una espesa capa de brillante barniz a las actuaciones que llevamos a cabo: Ese pellizco de soberbia, unas gotas de orgullo, un napado de envidia… cualidades que nos adornan y con las que creemos asegurarnos un lugar en el porvenir.

Sin embargo, como afirman que decía San Agustín –aunque la autoría real de ciertas citas merecería un comentario aparte-,  “la soberbia no es grandeza sino hinchazón  y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”. A veces el brillo del barniz nos impide apreciar el color que nos circunda y el éxito mezquino y temporal nos aupa –o eso imaginamos- a las cimas de un patético poder que a nadie importa.

Por eso muchas civilizaciones han luchado contra la muerte asimilándola con el olvido y se han revelado contra esa última posibilidad de supervivencia. Reverenciales faraones identificaron su memoria con las piramidales rocas que engulleron sus cuerpos y algunos han llegado hasta nosotros arrastrando parte de los iconos de sus vidas en un desesperado reto al último adiós.

¿Será ese concepto, esa idea, la que quiere resucitar –magnífico verbo que encaja a la perfección con esta afirmación- el spot de los africanos?

¿Qué forma tendrían los ataúdes de quienes conforman el núcleo de esta sociedad que nos envuelve? ¿Qué legaríamos al futuro si realmente existiera tal posibilidad? Ni imaginar quiero el gesto de quien nos descubriera allende el tiempo.

Si existe algún registro de este tipo de últimas voluntades, espero que mi ataúd pueda tener forma de libro. Suena a tópico pero ¿sabrán nuestros congéneres de veinte siglos más allá lo que era semejante artefacto? Posiblemente no si triunfan esos aparatos electrónicos que pretenden sustituirlo, pero me queda la duda razonable y el íntimo deseo de su supervivencia.

Ah!, el anuncio del que hablamos termina con una frase lapidaria: El ser humano es maravilloso. Habrá que creerlo, por supuesto. ¿O la publicidad siempre trata de engañarnos?

 

0 comentarios