"La calle era suya"
Ayer, cuando el primer parpadeo de los diarios digitales anunció su marcha, la figura de Manuel Fraga, revoloteó en mis recuerdos como en esos spots televisivos de vertiginosa rapidez. Sin orden temporal aparente, la primera escena se remonta a aquellos años de la transición en que Alianza Popular presentaba sus carteles electorales de fondo naranja. Y muchos de ellos anunciaban la visita mitinera de don Manuel al cine Lis Palace. Le recuerdo caminando por el pasillo central, con su andar peculiar, entonces poco pronunciado, entre el clamor de los asistentes. Sonrisa firme y expresión adusta. Como él era, al menos para quienes solo lo conocíamos por los medios de comunicación.
Parece ahora que el escenario del llorado Lis Palace se inunda de aguas radiactivas y que, por esos birlibirloques de la imaginación llegamos a las playas de Palomares. Allí, en pleno anuncio de Meyba, Fraga deja enfrentarse a sus carnes serranas con el peligro nuclear que los amigos yanquis nos regalaron por accidente. No recuerdo si lo acompañaban embajadores, ministros o autoridades locales. Solo él, inmenso y sonriente, desafía a la bomba y sus efectos apocalípticos. Así era don Manuel.
Otra imagen, señorial y lejana: Bombín y paraguas en aquel brumoso Londres de mediados de los setenta.
Sin embargo, el espacio que Fraga ocupó con maestría fue el último estertor del régimen franquista y los albores de la democracia. Su labor constitucional, como padre de nuestra ley suprema, es reconocida por todos los sectores, propios y contrarios y sus aportaciones a lo que podríamos llamar “la derecha moderna y civilizada” probablemente no serían negados ni por sus enemigos más feroces.
El afán chirigotero de nuestro día a día no olvidará tampoco aquel “con Fraga hasta la braga” con que se aplaudieron los tímidos avances de la ley de prensa, traducidos en la fragilidad del vestuario de las “starlettes” del momento, aquellas actrices pasto de las llamas del destape que abrumaron el despertar a los placeres de alguna que otra generación.
Su colección de frases, que podríamos llamar ya “históricas” pasan por el memorable “la calle es mía” como ministro de la Gobernación o el “disparen contra mi” a los secuaces de Tejero en el Congreso, sin olvidar aquella que decía: "Toda mi vida he dicho verdades sin condón y pienso morirme sin ponerme uno".
“Casi es preferible morir antes que arrastrar una vejez ociosa”, dijo en una ocasión y, no cabe duda, llevó esa máxima hasta su último minuto. Necesitaríamos varias columnas como esta para glosar su paso por la vida política española.”Trabajar es vivir” dijo en otro momento, parafraseando a Voltaire. Y hoy (por ayer) sencillamente ha cambiado de escritorio, de escaño, de cartera…¡Qué se preparen por ahí arriba!
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