Peligrosas noticias felices...
En uno de los viejos programas de la tele única, allende los años del blanco y negro, el periodista Tico Medina proclamaba su proyecto de nuevo periódico: un medio de comunicación que solo informara de buenas noticias. Creo, incluso, que desarrolló esa idea en alguna emisión televisiva.
El periódico nunca vio la luz y, si lo hizo, nunca tuvo demasiada repercusión, al igual que el programa de la tele.
Por aquellos años triunfaba “El Caso” y por la hermana mayor del “UHF” programaban un espacio de crímenes recreados por Enrique Rubio con las grandes audiencias propias del momento.
Las buenas noticias parecen algo relegado a las contraportadas, a las crónicas de sociedad –y no siempre- o a las antaño caramelizadas publicaciones de la prensa rosa. Las portadas de nuestros periódicos y revistas gustan de informaciones que recrean ese lado oscuro que todos guardamos y que se excita ante crisis, desfalcos, asesinatos o ruinas empresariales.
Imbuidos, como estamos, de estos planteamientos informativos, nos asombra poderosamente esa nueva norma que está a punto de instalarse en la realidad de la lejana Rumania: La ley de las noticias felices, la llaman.
Si no fuera por la sospecha, quizá no demasiado infundada, de que tras ella se esconde el férreo fantasma de la censura, sería una propuesta a la que abrazar con entusiasmo. Dicen en aquel país, heredado del nefasto Ceaucescu, que las noticias negativas tienen efectos perniciosos en el espectador. Y debe ser cierto. No me cabe duda alguna que cuesta conciliar el sueño tras escuchar qué cantidad de niños mueren a nuestro alrededor cada minuto por causas fáciles de solucionar. No es sencillo continuar como si nada cuando oímos que miles de africanos han sido ejecutados por pertenecer a una etnia diferente a la que ostenta el poder. Nuestro pulso podría acelerarse de forma peligrosa al tener constancia de que tal o cual crisis pude dar al traste con nuestros ahorros, hacer que la hipoteca nos ahogue o invitarnos a caminar de noche a la luz de las velas para ahorrar en la factura eléctrica.
Los gobernantes rumanos han tenido una idea estupenda. Lástima que ya la llevaran a cabo diversos regímenes totalitarios en todo el mundo con resultados aberrantes. Esperemos que no hayan leído aun la oscura “1.984” de George Orwell donde no solo se racionaba el acceso a la información sino que se manipulaba sin descanso incluso con efectos retroactivos.
¿Quién formaría parte de un comité cuyo trabajo consistiera en dilucidar cuál es una noticia feliz y cual una que no debe ser conocida?
Quizá la disyuntiva sea, en realidad, otra muy distinta. Mas que evitar que los castos oídos del pueblo se contaminen con malas noticias… ¿no sería más racional poner todos los esfuerzos del estado en evitar que esas noticias sucedan?
Llega el calor y los periódicos empiezan a sufrir de inanición. Los productores de noticias aparcan su ritmo frenético y no generan ese rico morbo que abastece las portadas. Aparecen entonces las llamadas “serpientes de verano”, noticias infladas que en otra época no merecerían especial atención… ¿No será esta ley de noticias felices la primera serpiente de la temporada?
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