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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

Bocas equivocadas

Bocas equivocadas

Las últimas propuestas ecológicas para tratar de solventar los problemas derivados de la escasez del  petróleo, de su precio o de sus efectos contaminantes se han presentado como un paso de gigante en nuestra evolución. Las metálicas bocas de nuestros depósitos se pueden llenar ya con biocombustibles derivados de productos naturales que, supuestamente, son casi la panacea universal. Nada menos que un puñado de maíz, por citar uno de los cereales en liza, puede transformarse en ese líquido elemento que gestiona nuestros desplazamientos.

Los grandes productores, esas destilerías de oro negro que atiborran nuestros motores, se lanzan a acaparar las cosechas de cereal y todas las campanas tocan a rebato en honor al fin de la contaminación, a la dependencia de los combustibles fósiles y a sus pérfidos residuos atmosféricos.

Los países industrializados aplauden el descubrimiento. ¿Era tan sencilla la solución? El mundo está salvado, se dice.

Muchos miles de kilómetros al sur, un niño africano llora envuelto en un enjambre de moscas que tratan de compartir con él la miseria circundante. Su madre le ofrece un pecho reseco como única fuente de alimento. El recurrente cereal del que siempre se han nutrido ha sido secuestrado para disfrazarlo de petróleo ecológico.

Ahora ese maíz llena otras bocas que no son, precisamente, la de ese niño ni la de su familia. Son las bocas de los automóviles cuyos dueños se aterrorizan al saberse “gasolinodependientes” pero que ni se inmutan al sustraer a una buena parte del mundo la única forma que tienen de no sucumbir a la hambruna.

Algo muy grave debe suceder en una civilización cuando se antepone el progreso desaforado al desarrollo de la vida. La inanición no debe ni puede ser el resultado colateral de un avance científico. La vida está por encima de los records de velocidad, de los embotellamientos de fin de semana, de los altibajos de unos precios manipulados, de la fría ceguera de los gobernantes o de aquellos cuyo único y “religioso” fin es el propio enriquecimiento.

No podemos luchar contra la escasez de petróleo o la contaminación medioambiental enviando a miles, millones, de personas a la desnutrición, al abandono, a la muerte. ¿No vale infinitamente más la vida de ese niño que antes hemos imaginado exprimiendo el ya inerme pecho de su madre que el último modelo de todoterreno circulando por una autopista europea?

¿No será un crimen de lesa humanidad dedicar cosechas enteras a investigar supuestos combustibles? ¿Podemos permitirnos condenar a medio planeta al desastre mientras nosotros nadamos en un océano de bioetanol?

Urge dedicar algún ínfimo tanto por ciento de los grandes presupuestos de I+D que en el mundo giran a promover otras líneas de investigación, a salvar la vida de ese niño, de su pueblo, de su familia.

Alguien apunta que los propios residuos orgánicos que generamos podrían ser la respuesta. Ojalá. Esa si sería una excelente noticia: la vuelta de nuestra basura en forma de empuje generatriz. La última frontera del reciclaje. Cualquier cosa menos arrebatar el sustento a quien lo necesita para apuntalar nuestros desahogos tecnológicos. No alimentemos  bocas equivocadas.

 

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