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Desde el cielo de Jaén. (Candados de amor en el Castillo de Santa Catalina)

Desde el cielo de Jaén. (Candados de amor en el Castillo de Santa Catalina)

 

Algo me dice que las nuevas generaciones de amantes poco o nada relacionan al amor con esa unión perenne y encadenada con que antaño se veía al matrimonio. Sin embargo existen multitud de puentes, rejas y rincones perdidos por el mundo donde las parejas “atan” su relación con el acero de un candado para creerse inmunes a los problemas de la convivencia.

¿Quién no ha paseado sobre el Tiber por el Puente Milvio de Roma, por el  Solferino en París o el Rialto veneciano y ha dejado sus ojos recorrer los candados marcados con nombres y dibujos a veces ya oxidados?

Es posible que, incluso, hayamos observado el ritual “in situ” con dos tortolillos  besándose frente a las aguas que acaban de recibir la llave que mantendrá siempre cerrado el candado con el que su amor estará siempre “preso” en sus corazones.

Recuerdo particularmente el Tretiakovsky, en Moscú, donde la tradición, empujada por las leyes de la física, ha hecho que los candados estén colocados en las ramas de árboles de forja que jalonan el puente a modo de esculturas conocidas como los “Árboles Nupciales”. 

Para evitar problemas en la estructura del puente por el peso, las autoridades han ideado trasladar estos árboles, ya repletos de su peculiar fruto, a un parque cercano, a la orilla del canal, y colocar un nuevo árbol virgen dispuesto a ofrendar a Eros y sus secuaces nuevas oportunidades de sellar almas y cuerpos para siempre.

Coincidió nuestra visita moscovita  con la llegada de una limusina rosada de la que descendieron una novia barroca y su ya marido. Se acercaron hacia uno de los pocos huecos que quedaban libres para instalar allí su deseo de inmortalidad sabiendo que su amor sería eterno mientras el candado permaneciera cerrado. Se volvieron después hacia las aguas gélidas y lanzaron, tras besarlas con unción, las llaves a la corriente dejándonos con un ligero escalofrío, no ya por el clima circundante, sino por la sensación de que la felicidad pasaba a nuestro alrededor.

También en España, en el Nova Icaria de  Barcelona  o en el Puente de Triana de Sevilla se han podido ver estas “cadenas” que anudan amores. Leo ahora en los TREPABUQUES de nuestro diario JAÉN que la valla de la cruz del Castillo de Santa Catalina está siendo presa de la misma historia que provocaron los adolescentes Step y Babi, protagonistas del libro del italiano Federico Moccia “Tengo ganas de ti”, cuando sellaron su amor con un candado. Será ahora un océano verde-oliva el que reciba sus deseos, sus llaves, sus ganas de abrazar juntos el porvenir.

Mirar al futuro desde el cielo de Jaén, anclar el destino frente a la campiña, la huerta, la sierra jaenera, ha de ser una nueva forma de unir voluntades, de compartir sueños, de saberse queridos. Quizá quienes llevamos tanto tiempo sabiendo que el amor es quien nos mueve, comprendamos mejor que nadie que el mar de olivos es un bravo compañero de viaje a quien ni siquiera hacen falta cerrojos para asegurar una vida en común. Jaén es así.

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