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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

Despedida y... nueva ubicación.

A todos los que en algún momento se han asomado a este zaquizamí, a esta buhardilla, os comunico que desde hoy y por problemas de índole técnico-operativo, estas ideas, reflexiones, artículos, etc, pasan a estar disponibles en una nueva dirección:

http://labuhardilladepedro.blogspot.com.es/

Os espero en esta nueva Buhardilla desde la que, como siempre, seguiremos mirando desde lo más íntimo hasta lo lejano. Gracias por seguir ahí.

Pedro A. López

Dependencia...Todo depende.

Dependencia...Todo depende.

 

Dependencia. Nombre que habla de ayuda, de necesidades, de sentimientos incluso. ¿Cómo es posible que ahora esté relacionado con términos económicos o políticos que nada tienen que ver con la situación real de muchos giennenses?

Pacientes, familias, trabajadoras  son colectivos que luchan día a día por tener, en unos casos, y por ofrecer en otros,  una calidad de vida razonablemente confortable, un sistema de apoyo absolutamente vital.

Políticos y otras especies aledañas son colectivos que ven, en esa  misma situación, posibilidades de ascenso, de arañar votos, de posicionarse frente al adversario sin tener en cuenta el sufrimiento de aquellos de quien dependen. Curioso juego de palabras. Los políticos dependen del voto de quienes dependen de sus posteriores actuaciones.  Pero suelen olvidarlo. Los unos y, curiosamente también, los otros.

La situación de la dependencia en nuestra ciudad es insostenible. El laberinto de lazos ensamblados entre empresa, Ayuntamiento, Junta y Juzgado se hace ininteligible. El dinero vuela, se pierde, huye, desaparece, se esfuma o aparece depositado en las instancias judiciales. Largo camino que se evitaría si estuviera donde realmente debe estar: a disposición de los muchos dependientes que lo necesitan y en el bolsillo familiar de las trabajadoras que llevan tiempo ofertando su labor sin remuneración. 

Los unos piensan que la culpa es de los otros. Los otros, lo contrario. Todo depende. Se hacen declaraciones, se llenan páginas y se proclaman discursos huecos que solo buscan el aplauso pero no se toman medidas, no se ve por los ojos de quien sufre, de quien “depende”.

Parece inútil llamar a la concordia, a la sensatez, a la justicia. Pero habrá que hacerlo. Una y mil veces si es necesario. Enfermos, familias y trabajadoras merecen y necesitan una solución que solo pasa por apoyar el servicio y dedicarle el presupuesto adecuado. Hecho esto, dirímanse las diferencias, si las hubiere, en los ámbitos que corresponda, pero sin que las consecuencias del enfrentamiento afecten a los dependientes ni a quienes les cuidan y acompañan. ¿Acaso el arte de la  política no consiste en velar por los ciudadanos?  ¿De qué depende que así sea?

 

Nuestra pequeña cultura jaenera.

Nuestra pequeña cultura jaenera.

Leí hace poco una opinión que aseguraba que las palabras Jaén y cultura rara vez se encontraban en una misma frase. Venía a colación por una pequeña muestra de teatro, o quizá de un pequeño ciclo de cine. Tal vez se trataba de  una pequeña exposición. Es extraño pero todas las actividades que podrían cuadrar con el adjetivo “cultural” llevan de apellido “pequeña”. Las giras de las compañías de renombre rara vez recalan en nuestro Infanta Leonor. Ya no tenemos cines de cierta enjundia. Los museos adolecen de esa inercia  que los mantiene abiertos pero sin actividades que generen expectación. Los sistemas de venta online de entradas tienen oxidado el nombre de JAÉN.

Todo lo que suena a cultura en nuestra ciudad es pequeño. Por eso interesa que las semillas de otro futuro –que también es posible-  florezcan tanto en los espíritus de los actores como en el de los espectadores; tanto en de los distribuidores como en el de los organizadores locales.

En mitad de este desolador panorama recibo un mensaje de un antiguo alumno, Juan Antonio Gómez Arroyo, que me dice que en él germinó el duende del teatro tras las aventurillas que hicimos en los heroicos tiempos colegiales. Una representación del “Romancillo del Mio Cid”, escrita por mí en noches insomnes, le animó posteriormente a darse en cuerpo y alma al escenario y por ahí lo tenemos en la Asociación PASSO dirigiendo el grupo de teatro y atreviéndose con los clásicos cercanos como Federico.

Ese es el espíritu. Desde abajo, con movimientos vecinales, con grupos de aficionados que levanten las banderas de la cultura popular, con las campañas de LA PACA haciendo espectadores desde la tierna infancia escolar, con los maestros y maestras que se desgañitan  ensayando obras que luego serán presa de los objetivos de las cámaras de los abuelos y papás.

Jaén tiene que cambiar  poco a poco el adjetivo “pequeño” por el de “grande”. Si nosotros no fuimos capaces de levantar el telón cultural adecuadamente, los que vienen detrás lo harán. Estoy seguro. Ánimo,  Juan Antonio. La representación va a comenzar.

Las Maestras de la República

Las Maestras de la República

 

Nuestro cine se ha asomado en multitud de ocasiones a las aulas que pueblan nuestra memoria. Desde “El maestro” de Aldo Fabrizi (1957) hasta el “¡Arriba Hazaña!” que dirigió en 1978 Gutiérrez Santos, por citar solo dos ejemplos anclados en la realidad que se vivía en las escuelas, las pantallas se han acercado a ese mundo de la enseñanza que tantas posturas encontradas genera.

La reciente entrega de los Goya nos ha acercado a quienes más se comprometieron con la educación tratando de llevarla a cualquier rincón del país por remoto que fuera en busca de una sociedad justa, libre, crítica y solidaria: “Las Maestras de la República”, de Pilar Pérez Solano. Esas mujeres independientes, alejadas del modelo femenino de los años treinta, que innovaron métodos haciendo la labor docente activa y participativa y que dieron ejemplo con su vida personal y su esfuerzo para construir en buena parte el futuro que ahora disfrutamos.

Educar en igualdad, libertad, solidaridad y pensamiento crítico se nos antoja hoy el planteamiento base de la labor en las aulas y, por tanto, homenajear a quienes pensaron en ello en tiempos difíciles no es solo una labor de los profesionales del cine, lo es de la sociedad entera, de todos los que hemos sido alumnos  o maestros desde entonces.

Pero aun quedaba otra sorpresa en la gala de los Goya. Junto a David Trueba, director de “Vivir es fácil con los ojos cerrados”  se sentaba un octogenario MAESTRO, Juan Carrión, en cuyas andanzas se basa la película. Un profesional que trata de motivar a sus alumnos con las letras de los Beatles y que emprende un iniciático camino para conocer a John Lennon. Otra muestra de avance, de esfuerzo por  abrir ventanas nuevas en el ámbito escolar.

Por una vez hay un Goya que podemos colocar en las estanterías de los colegios, junto a los globos terráqueos, los atlas o las pizarras digitales. Un premio a la labor callada de cada día. Un  aplauso a quienes “viven” la enseñanza como lo que realmente es: una llave que abre el porvenir.

 

Almas sin "Porvenir"

Almas sin "Porvenir"

 

En estos tiempos en que la cultura “de papel” parece flotar entre dos aguas, siempre al borde del precipicio, sus amantes suelen llorar con desconsuelo el final de los templos que la sustentan. Cuando una librería echa el cierre en aras de las  grandes superficies que han usurpado su espacio, una pléyade de enfurecidos lectores inundan con su lágrima despechada los medios de comunicación para mostrar su pena y su rabia.

Sin embargo, cuando la llave da la última vuelta en la puerta de un quiosco de prensa, no siempre oímos sus voces. Hace unos días, cuando los oropeles de la cabalgata de Oriente se iban apagando, una institución del Paseo de la Estación nos decía adiós, esperemos que no para siempre. Se llamaba nada menos que “El Porvenir”. Muchos años me ha honrado ser habitual visitante de ese quiosco. Desde los tiempos en que su viejo creador, Pepe, con su mujer Rosa lo lideraban, mis periódicos  me han esperado allí, en la vetusta estantería que fue de Galerías Preciados según me contaron ellos mismos. Luego llegaron sus sobrinas de las que Rocío y Juani han sido el último bastión. Día a día, mes a mes, año tras año, “El Porvenir” ha hecho honor a su nombre y ha resistido contra viento y marea los envites de mil y una crisis a base de añadir a su fondo “editorial” de revistas y prensa un colorista añadido goloso de caramelos y chucherías y hasta pan y bebidas en ocasiones.

Ahora desaparece y nos deja huérfanos. Cuando un quiosco muere, algo dentro de cada uno de los periódicos que esperaron en él la mano amiga que los hiciera desperezar cada mañana, muere también. La cultura necesita también de la información y los quioscos son una puerta que comunica con las dos. ¿Se puede ser culto sin estar informado?

Todavía, de forma refleja, mis pasos se dirigen hacia El Porvenir cada mañana. Cuando asomo la nariz  por los cristales y veo las estanterías extrañamente vacías,  sé que el alma de todos y cada uno de los periódicos y de sus lectores vaga por ellas a la espera de otro renacer. La mía, al menos, está allí.

Manuel Hueso: Alumnos que dejan huella.

Manuel Hueso: Alumnos que dejan huella.

 

Dicen, y me suele gustar repetirlo, que los maestros trabajamos para la eternidad ya que nunca se puede saber dónde ni cuándo acaba la influencia de nuestra labor. Quizá dicho así suena pretencioso pero hace apenas unas horas he podido abrazar de nuevo, tras casi treinta años, a uno de mis alumnos. Y he de decir con orgullo que ha sido él quien se ha preocupado por encontrarme. La salud le ha jugado últimamente una mala pasada pero eso no le ha impedido volver a recrear muchos de los momentos que compartimos en un aula del “Príncipe Felipe” de Torredelcampo. Hablo de Manuel Hueso Moral y del curso 84/85. Ha llovido mucho desde entonces pero las gotas no han empañado ni su memoria ni el recuerdo que guarda, que guardamos, de aquel tiempo. Es capaz de recitar de memoria el texto de un guión que representamos para un festival de teatro escolar; de describir hechos y situaciones que yo ya tenía olvidadas; de hacerme saber, en suma, que aquella huella tópica que aparece en las crónicas nostálgicas es una realidad. Nada más vernos me dijo que hay “Maestros que dejan huella” y un pequeño nudo me atravesó el alma. No puedo describir exactamente la sensación que me ha producido verle de nuevo, escuchar su voz, con ese timbre que no ha cambiado con el paso de tantas hojas de calendario. No es que el tiempo vuelva, es que parece que no ha transcurrido. Las imágenes, los sonidos, se han hecho presentes por sí mismas y hemos pasado a tener treinta años menos, con lo que eso supone. Manuel me habla de la nota que sacó en un examen –su primer diez, me dice-, de una revista escolar multicopiada que resumía las ilusiones de aquel grupo de chavales, de cómo éramos entonces, de sus amigos, de todo aquello que poblaba nuestro mundo de alumnos y maestros. Recuerda Manuel un idílico escenario, una época –la mejor de su tiempo escolar, afirma- que influyó en su vida posterior, que le hizo ser como es ahora, todo un padre de familia y empresario ejemplar y… aquí viene el punto de soberbia pretenciosa, me gusta creer que parte de ese escenario, de ese guión, lo escribimos juntos. Yo, apenas un jovenzuelo con la carrera recién sacada bajo el brazo y empezando una gozosa relación con quien ahora comparte mi vida. Él, ellos, unos niños que empezaban a dejarse la piel para transformarse en adolescentes abiertos a la vida que les sonreía. Y alrededor, la magia de la escuela (perdón, la palabra Escuela debería escribirse siempre con mayúscula), de la amistad, de las ganas de comernos el mundo tanto ellos como yo. Tantas ideas que se salían del corsé de los libros de texto, de los ejercicios de las libretas y los cuadernillos de mil y una disciplinas que, al fin y al cabo, nos quedaban cortas. Ni el cuerpo ni la salud me permiten ya aquellos desahogos, pero la mente –disfrazada de corazón- sí que sabe todavía volar y atrasar y adelantar el reloj para pasear con Manuel y sus compañeros por los pasillos del  colegio. ¡Qué sería de nosotros, los maestros, si no tuviéramos alguna vez constancia y confirmación de que hubo alguien que, quizá,  miró la vida a través de nuestros ojos o, mejor aún, aprendió a mirar con las pistas que le tratamos de dar con mayor o menor sabiduría!  Manuel, gracias por haber sido ese alumno ideal que todos quisiéramos tener: dispuesto, trabajador, atento, sincero, cariñoso, humilde, tranquilo, esforzado… Gracias por haberme hecho sentir de nuevo MAESTRO. Me siento orgulloso de ti. 

Siempre nos quedará París (O esos trenes que no pasarán por Jaén)

Siempre nos quedará París (O esos trenes que no pasarán por Jaén)

 

Seis horas y media tarda el Ave en dejarte en París. Las redes de alta velocidad de Europa se unen a fin. ¡Albricias! Ya somos una unidad de destino en lo viajero. Nos asomamos al futuro a más de trescientos kilómetros por hora y parece que las crisis, los problemas, los dolores de cabeza se quedan atrás. Me confieso enamorado del tren. Disfruto con él habitualmente. O lo intento. Hace algunas fechas  nos apresuramos a abordar el MD con destino a Madrid. Como me gusta repetir, los trenes de Jaén no tienen esos nombres ampulosos que te hacen soñar con volar sobre raíles. No son Alaris, ni Altaria, ni Avant ni, claro está, Ave. Dicen que quizá en un futuro cercano sean de velocidad alta, que no de alta velocidad. Veremos. El caso es que  quisimos buscar el vagón correspondiente. Vano intento. Los indicadores luminosos de las puertas no funcionaban. Solo la intuición y aquellas primitivas clases de matemáticas en las que aprendimos a contar nos indicaron cuál podría ser el nuestro. Pero no acertamos. Desde que la moda de la doble cabina se implantó en los convoyes  nunca se sabe si el tren (de Jaén) va o viene, por lo que ignoras si el asiento que has elegido en la web será o no en el sentido de la marcha y tampoco si empieza en el vagón uno o en el cuatro. Hubo incluso un día en que al cambiar de modelo sin previo aviso el vagón cinco había desaparecido y las sufridas gentes hubieron de distribuirse “al tresbolillo” por los restantes a  pesar de su reserva previa. Pero los problemas seguían. La megafonía no funcionaba. Solo un gruñido entrecortado avisaba de las paradas. Y, asómbrense, de todos los baños solo uno estaba en servicio. Imaginen su estado al pasar unas horas. Interrogado el revisor sobre la tercermundista situación nos dijo, no sin cierto azoramiento, que el mantenimiento era nulo. Ni que decir tiene la inquietud que eso nos produjo. Los recortes, afirmó bajando la cabeza.

¿Acaso no merece Jaén un servicio ferroviario de calidad? ¿Se lo pedimos a los Reyes? Cuatro largas horas a Madrid. Un poco más y llegamos a… Eso, siempre nos quedará París.

Las telarañas de Talía. (La cultura en Jaén)

Las telarañas de Talía. (La cultura en Jaén)

Hace apenas unos días, a la vuelta de una de nuestras escapadas “teatrales” a la Capital del Reino mientras el Media Distancia (Los trenes a Jaén no tienen nombre propio) serpenteaba por los arrabales castellanos a punto de adentrarse en el Sur con mayúsculas escuché a mis espaldas una voz que me hizo volver impúdicamente la cabeza.

Allí estaba. Cabellera blanca devenida en coleta. Imponente altura y gesto de sensata madurez.  Era Mario Gas, el actor y director del, entre otros, inolvidable “Follies”. Le acompañaban Tristán Ulloa, Sergio Peris Mencheta y otros jóvenes actores. Verlos juntos me hizo recordar el montaje con el que van de gira en estos momentos: Julio Cesar.

Por un instante creí que quizá se dirigían a nuestro Jaén. No puede evitar levantarme y saludar a  don Mario Gas que agradeció mi gesto con su habitual cortesía justo momentos antes de que el tren se detuviera y la compañía se apease. Estábamos en Linares-Baeza y ellos se dirigían a Úbeda para actuar en la Muestra de Otoño.

Los vi marchar, andén adelante, ligeros de equipaje, con pasos acaso marcados por el viejo Shakespeare, camino de otros escenarios. Cuando el traqueteo comenzó de nuevo consulté en la  red el resto de ciudades  que visitará su gira con el ánimo de hallar nuestro Santo Reino en el listado. Vano empeño. Nuestro teatro por excelencia, el Infanta Leonor, sigue acartonado en el olvido de las  grandes compañías, apartado de las rutas  que Talía marca con su cayado y sus  borceguíes. Diríase que el teatro –y no solo él sino la cultura en general- duermen en Jaén el sueño de los justos. O quizá el de los injustos. Quienes la amamos hemos de coger carretera y manta para disfrutar de un musical, un jocoso  monólogo,  un montaje clásico, un drama, una comedia costumbrista o un recital poético.

Talía no puede limpiar las telarañas que se están formando en nuestra ciudad en el ámbito cultural. Debemos hacerlo todos y todas. ¿Acaso no nos merecemos un horizonte cultural con un mínimo de calidad e incluso de cantidad? Talía llora. Nos llama. Oigámosla.

Tu fuerza es tu futuro (Día nacional de las Enfermedades Neuromusculares. 15.11.2013)

Tu fuerza es tu futuro (Día nacional de las Enfermedades Neuromusculares. 15.11.2013)

 

Tu fuerza es tu futuro.

(En el Día Nacional de las Enfermedades Neuromusculares. 15 de noviembre)

Para algunas personas, entre las que me encuentro, dedicar un día especial a un problema social no siempre es buena señal.  Al contrario.  Significa que hay trescientos sesenta y cuatro días al año en que ese problema, dolencia o efeméride vegeta en la memoria o, peor,  en el olvido de la sociedad.

Las enfermedades neuromusculares no escapan de esa teoría. Los sesenta o setenta mil afectados que nos movemos por el país, cuando la enfermedad nos lo permite, sabemos y estamos convencidos de que aumentar el conocimiento sobre estas dolencias y concienciar a la sociedad sobre las patologías neuromusculares es una propuesta clave para mejorar nuestras condiciones de vida.  Y en esa labor de concienciación se debería  hacer hincapié en dos ramas esenciales: los profesionales de la salud y aquellos que manejan nuestros destinos políticos.

Una enfermedad neuromuscular tiende a “inmovilizar” al paciente en la acepción más amplia de la palabra: no solo es un problema físico, que obviamente sí, sino que además se corre el peligro de aislarse y ser aislado. Pues bien, la integración de los afectados y sus familias en los distintos ámbitos de la vida: enseñanza, formación profesional, laboral, social y actividades de ocio debe ser un objetivo primordial. Hay que potenciar los canales de información y los sistemas de ayuda existentes –que hoy corren peligro de ser recortados si no lo han sido ya- y hacer valer nuestra fuerza. Esa que a veces nos falla pero que es la base sobre la que construir el futuro, el nuestro y el de la sociedad que no siempre se da por aludida.

Esa fuerza no solo es un acto individual. La unión, ya lo dice el proverbio, hace más fuerza. Asociaciones y grupos de apoyo son imprescindibles para  avanzar.  Alguien dijo una vez que “Si una persona sueña, es solo un sueño, pero si muchas personas sueñan juntas, es el inicio de una nueva realidad”. Soñemos que la fuerza  nos empuja hacia adelante, hagamos que nuestra voz se oiga, abramos puertas a la investigación, a la esperanza…. ¿Qué haremos sin aquellos que dedican sus esfuerzos a conseguir mejoras terapéuticas, médicas o rehabilitadoras?

Las peticiones son muchas: Creación de Unidades de Referencia multidisciplinares; consolidación de un único Registro epidemiológico; atención socio-sanitaria integral; desarrollar y hacer cumplir las leyes de accesibilidad; promover la integración mediante la escolarización en centros convencionales; Aumentar la discriminación positiva en el acceso a puestos de trabajo; mantener subvenciones y sistemas  de apoyo… y la solución a todas ellas ha de pasar por un proceso amplio con participación de todos los sectores implicados. El15 de noviembre quizá sea un buen momento para abrir los ojos e intentar que nadie los cierre. Pero también mañana, la semana próxima, el año entrante. El futuro, la fuerza, nos está esperando. Colabora. Infórmate. Tu futuro también puede estar en juego.

Realidad aumentada: España en venta.

Realidad aumentada: España en venta.

 

Ya lo dijo Botín. Nos llega dinero por todas partes. También el inefable Montoro nos ha abierto el  túnel , presupuesto en mano,  para que descubramos que la luz nos inunda y que el futuro ya no tiene tintes negros  a nuestro alrededor.

Algunos se afanan en proclamar una España nueva  libre de cargas; un horizonte diáfano que ha dejado atrás las preocupaciones y las penurias.  Los brotes no solo son verdes sino que cubren fachadas  –y hasta mentes y espíritus-  como hiedras hambrientas que borran las huellas del pasado.  Todo está cambiando pero a pie de calle no somos capaces de interpretar esos signos que brillan en los cielos. Nuestra percepción carece de las gafas de realidad aumentada que parecen haberse colocado aquellos que nos guían. Listas interminables de parados recorren el día  a día. Empresas de variados tamaños y larga trayectoria  luchan por sobrevivir o  nos muestran sus vísceras abiertas en canal salpicando en su caída a los trabajadores. Muchas solo esperan el descabello final que se hará visible en las vidas de quienes las han hecho florecer hasta ahora. Su valor se ha ido desplomando, su soplo es ya apenas perceptible. Quizá solo les queda esperar el descanso final.

Pero cuando la bestia cae abatida y agoniza, siempre  hay alas batiendo sobre la carroña; bolsillos repletos que derraman su dádiva para recoger futuros beneficios. Quizá la recuperación es solo un espejismo. Esperemos que no. Sin embargo,  Bancos, Constructoras, Eléctricas y alguna que otras empresa “de tronío” están en efervescencia bursátil y a  la espera de la salvación. Para una, FCC, con algún que otro lazo giennense como todos sabemos, la mano de Bill Gates se ha unido con la de la familia Koplowitz y caminan ya juntos hacia el altar de la fiebre recuperadora que, quién sabe, si se contagiará a las demás.

Acciona, Sacyr, Ferrovial y OHL por citar algunos ejemplos parecen alentar la operación. Lástima que solo nos llegue el rumor de sus aplausos y no el verdadero empuje que necesitamos los que vivimos en la economía del más lejos, más abajo, “más peor”.

Cuando unir es restar. (En torno a la unificación de los colegios RAMÓN CALATAYUD y PEÑAMEFECIT en Jaén)

Cuando unir es restar. (En torno a la unificación de los colegios RAMÓN CALATAYUD  y PEÑAMEFECIT en Jaén)

 

Leo, releo y vuelvo a releer los compromisos oficiales que mantienen a bombo y platillo la importancia de la educación pública y el compromiso de defenderla y, como antiguo docente, –aun resuena algo en mi corazoncito cansado cuando paso cerca de mi colegio y escucho a los chavales en la lejanía-, me alegra sobremanera que esas ideas circulen y se publiciten.

Sin embargo, oh, decepción, no se observan luego esos impulsos de los que se alardea. Veo en la prensa que hay intentos de unificación de dos colegios públicos de la zona del Gran Eje, el “Peñamefecit” y el “Ramón Calatayud”. Prácticamente cien años de labor educativa pública, entre los dos, que pueden evaporarse sin remedio.

El vil metal, dicen unos, es el causante de tal despropósito. Recortamos para mejorar, apuntan. No hay alumnado suficiente, comentan, olvidando que existe un centro privado/concertado  en la zona  y que ahí se puede reorganizar de otro modo el ajuste.

Mas, nueva decepción, se escucha en otros foros que las causas de este proceso pertenecen más bien al “lado oscuro de la fuerza”. Dicen que ciertos problemas de convivencia en el Ramón Calatayud que, por lo visto nadie ha solventado, son el detonante. Otros apuntan a luchas intestinas por el poder colegial como chispazo y para ello se lanzan en prensa acusaciones, dimes y diretes, por parte de alguno de los bandos enfrentados. Es vergonzoso que el futuro de dos centros docentes esté en juego por cualquiera de esas penosas circunstancias. 

Un colegio es el semillero donde florecerá nuestro porvenir y ha de mantenerse con altura de miras, no removiendo fangos y esparciendo lodos. Unir no siempre es sumar.

Aun pueden encenderse  luces de sensatez. Aun estamos a tiempo de ser justos con aquellos a quienes, en realidad, deberíamos prestar toda nuestra atención: nuestros hijos, alumnos y alumnas de esos centros. Arréglense las diferencias en los foros adecuados, plántense horizontes de paz y dejemos volar a nuestros chavales en su medio natural, en su cole. Cerrar un colegio siempre ha de ser la última opción. Unir puede ser, a veces, restar.

Los niños y niñas del Almadén, primero, por favor.

Los  niños y niñas del Almadén, primero, por favor.

Desde tiempo inmemorial, los dos centros docentes que rodean –literalmente- a la vieja escuela de Magisterio, eran las “Anejas”. La una, construida con el mismo modelo de la “Normal”, en el Paseo de la Estación era la femenina. No puedo dejar de recordar con una sonrisa los diferentes nombres con que, en el imaginario popular era conocida. Para una muestra nada mejor que “La Nerja”, que he escuchado en ocasiones con cierto inocente regocijo. La otra, enfrente, junto a la piscina del Estadio, era la masculina. Esta, algo más moderna, creció en su momento vampirizando una calle intermedia que conectaba Virgen de la Cabeza con la Avenida “de los Maristas” en una de sus acepciones populares.

La femenina, en distintos avatares históricos fue añadiendo aulas en voladizos sobre el patio y ambas han tenido que prescindir de ciertos espacios (gimnasio, salón de actos, etc.) en aras de un mayor número de aulas con las que hacer frente a la matrícula creciente de alumnos y alumnas.

Los tentáculos para crecer de estos dos centros tienen dos direcciones que, a mi juicio, nunca debieron perderse. La femenina –hoy Colegio Público “Nuestra Señora de la Capilla” a través de las instalaciones de la, hasta hace unos días casi abandonada,  Escuela de Magisterio. La masculina, hoy Colegio Público “Almadén”, por la brecha abierta a su lado con la construcción del centro comercial de El Corte Inglés y la consiguiente desaparición del campo de fútbol y de la piscina anexa.

El primer centro ha estado usando los patios y gimnasio de la escuela de Magisterio hasta, al menos, el curso pasado. Sin embargo, la Universidad ha decidido remodelar el edificio y, en un alarde de ¿previsión? Veo cada día al pasar que están demoliendo una parte del mismo. En mi ignorancia acierto a preguntarme si no hubiera sido más razonable dividir el espacio para poder acoger algunas aulas del colegio en lugar de acometer el futuro con golpes de excavadora.  Posiblemente la Universidad, propietaria del edificio, tenga todas las leyes a su favor. Nadie lo niega. Pero… para que existan universitarios “de pro”, antes hay que mantener un sistema educativo fuerte desde los primeros escalones.

Muerta la posibilidad de crecimiento del “Ntra. Sra. de la Capilla”, el soplo de aire fresco podría haber venido de la acera de enfrente. Mientras las vetustas instalaciones de la piscina languidecían a su suerte, muchos pensamos que el “Almadén” extendería sus instalaciones en una franja que permitiera, además, ese parque que se nos vendió cuando dijimos adiós al estadio de la Victoria.

¿Quién no ha pensado en lo difícil que sería en caso de necesidad, abandonar el colegio con esa puerta tan estrecha que le da acceso? Es obvio que ese centro necesita oxígeno. Y ese aire nuevo no se consigue elevando pisos o dividiendo espacios interiores para “sardinizar”al alumnado.

Ninguna administración local, en plena posesión de sus facultades en pro de un Jaén educativamente habitable podría poner obstáculos a esta expansión. Al menos eso sería lo razonable.  Pero los caminos de la política –o de la economía- son inescrutables como los de la divina providencia.

No se sabe bien qué razonamientos parecen estar a punto de sacrificar a  un colegio para primar una actividad privada en ese mismo lugar. ¿Usos del suelo? ¿Intereses más o menos comerciales?

El bien de nuestros niños y niñas es el de todos nosotros al final. No lo desperdiciemos por una ceguera  momentánea o un empecinamiento que quizá sea difícil de explicar, de comprender y de compartir.

El colegio Almadén necesita ese espacio para ofertar su actividad en la mejor de las condiciones. Nuestros hijos e hijas  lo merecen y el futuro de todos, también. Autoridades locales, educativas, Padres y Madres, organismos varios… todos… deben unir sus esfuerzos para conseguir algo que el simple sentido común nos deja claro: si la disyuntiva es un uso público educativo o un ínfimo alquiler comercial privado, la solución está clara y no merecería ni siquiera discusión.  El “Almadén”  tiene que remozarse y crecer para el bien de todos, de la ciudad, del futuro. Que nadie mire para otro lado. El terreno existe. Solo falta la voluntad.

 

 

Jaén en el corazón. Homenaje a los jiennenses que abandonaron su tierra en busca de pan y trabajo.

Jaén en el corazón. Homenaje a los jiennenses que abandonaron su tierra en busca de pan y trabajo.

Corrían los primeros sesenta –siglo atrás- y, sin intuición geográfica alguna, mi madre creía ver tras el valle del Oria o la sombra del Jaizquibel, siempre, los olivos de “su Jaén”. La recuerdo por las tardes, con una labor cualquiera entre manos, observando su particular horizonte no adscrito a los puntos cardinales al uso sino a su espíritu giennense en la distancia mientras la radio propagaba a las ondas una de aquellas radionovelas de sobremesa. En el húmedo norte, en la lluviosa costa cantábrica, el candor de la tierra que la había visto nacer era un recuerdo palpitante cada día, cada instante.

Estaría por afirmar que nunca consiguió transmutar ese “chip” de jaenera castiza con el que recorrió todo el país con un bebé en los brazos –yo mismo- por el de aquella Euskadi, entonces provincia vascongada, que fue su casa pero nunca su hogar.

Jaén vivía en sus ojos y en sus manos y de ellas recogí aquel espíritu que me hizo respirar de otro modo cuando, años después, abrí la ventanilla y descubrí que las mojadas laderas de mi infancia se volvían terrones dorados en mitad de la sombra de mil y un olivos, algunos de los cuales, oh! sorpresa, incluso nos pertenecían.

Veo ahora en el recuerdo de mi madre a tantos y tantos compatriotas que salieron en busca de mundos mejores y que volvieron a soñar junto a los olivares. De ellos bebimos parte del futuro en el que ahora estamos instalados. Jaén “fue” en el corazón de todos ellos, ¿verdad, mamá? y cuando regresaron solo tuvieron que dejarlo volar, como la paloma del Arca, para que  se posara en el presente nuevo preñado ya de ilusiones de porvenir.

 

Musas de Verano. (Gentes de la tele que se creen escritores)

Musas de Verano. (Gentes de la tele que se creen escritores)

 

Cuando el verano toca a su fin, o al menos las vacaciones que le son inherentes, probablemente, amigo lector, tendrás que sacudir ese libro que te ha acompañado en tu escapada para que se desprenda del polvo arenoso que, quizá, ha ido metiéndose en sus entrañas a golpe de mañana de playa o atardecer sosegado allende tumbonas y toallas.

Leer, dejarse llevar más allá del horizonte de un indolente mar canicular, es una de esas actividades que se le suponen, como el valor al soldado, a quienes hacen del descanso su meta en estos meses que terminan. A la lectura de verano, dicen, no se le piden enrevesadas tramas ni disquisiciones. Un toque de best-seller basta para entretejer las neuronas con la brisa marina y el estimulante perfume del pescado en los chiringuitos. Lamentablemente tampoco parece que a los autores se les exprima demasiado –y no solo en verano-.

Si atravesamos despacio la sección de libros de un gran almacén –las librerías son ya especies en extinción muy a nuestro pesar- seremos asaltados por cartelones publicitarios con enormes fotos de los autores que llenan las listas de más vendidos. Y ¿quiénes son?

A veces hay que bajar la cabeza avergonzado cuando se distingue en esos pasquines la imagen de tal o cual presentador o presentadora de televisión a quien nunca imaginamos capacidades literarias más allá de las redacciones copiadas del colegio o, en el ¿mejor? de los casos, el de algún famosillo de medio pelo que cuenta sus vivencias al hilo del borde de su cama.

Gentes cuyo único merecimiento es poblar las tardes catódicas se autodefinen como escritores y las editoriales corren tras ellos para hacer caja en función de su tirón mediático.

Mientras, la cola de escritores -de los de verdad- aumenta a la espera de que alguien se digne publicar su primera novela. Recorren convocatorias, certámenes y puertas varias sin éxito ya que nadie los conoce y no aparecen en  las televisiones o en el papel cuché. Sus libros nunca podrán, por ahora, llenarse de la arena de la playa de agosto ni poblarán las bibliotecas caseras. Mucho menos los escaparates de las librerías.

Cuando la literatura, el libro, solo es ya un negocio, las musas parecen ahogarse en el proceloso mar del olvido. Así nos va.

Jaén... cenicienta.

Jaén... cenicienta.

 

Dicen que son a las Cenicientas a las que más se quiere, a los débiles, a los abandonados.... Es lastimoso pensar que nuestro JAÉN pertenece a esas categorías pero en el día a día pudiera parecerlo. Da la impresión que las inversiones de futuro pasan de largo, que los lápices políticos que marcan el progreso no están afilados cuando señalan a nuestra tierra, que hay una nube extraña -casi radiactiva, quizá- que impide que se nos vea, que se nos tenga en cuenta. A lo mejor por todo eso, por ese cúmulo de circunstancias tan poco edificantes, te queremos tanto, Jaén, al menos algunos (y cada día unos pocos más). Trabajamos por ti y para ti, soñamos contigo, crecemos a tu sombra y nos creemos cada día más que las etiquetas solo sirven para arrancarlas, para escribir sobre ellas lo que uno quiere y desea y no lo que por rutina y dejadez se nos hace creer. Mereces nuestro esfuerzo, Jaén, y nosotros te merecemos pero levantada y con la cabeza enhiesta mirando con desafío a quienes te maltratan. Todos a una contigo, Jaén. Juntos podremos.

Jaén en buena vía. Verde, por supuesto. (Celebrando los 25.000 números de DIARIO JAÉN)

Jaén en buena vía. Verde, por supuesto.  (Celebrando los 25.000 números de DIARIO JAÉN)

 

Nuestro aceite, fruto del esfuerzo y el sudor, como canta  la copla, necesitaba un cauce de expansión para distribuir sus bondades por el mundo. Y ahí estaba el ferrocarril, ese “tren del aceite” de la línea de Jaén a Campo Real que servía de ligazón de nuestra tierra con el puerto de Cádiz o el de Málaga.

Aquella vía, surcada de viaductos, túneles y estaciones de peculiar encanto vistas con un soplo de mirada nostálgica llegó en 1893 a Jaén en un circuito por Torredelcampo, Torredonjimeno, Martos, Vado-Jaén y Alcaudete hasta llegar a tierras cordobesas. Los vetustos vagones acarreaban también la metalurgia pesada de Linares y productos alimenticios de la provincia pero su auge se fue apagando poco a poco y en los  años sesenta se estudió su cierre. El final no llegó  hasta mediados de los ochenta pero no sería una muerte definitiva. En 2001,  cuan vía fénix, apareció de nuevo en las cartografías con un nuevo, fresco, ecológico e impetuoso nombre: Vía verde del aceite.

Discurrir por ella es verse inmerso en una de las  pinceladas que modelaron nuestra historia reciente amen de un excelente método de poner en forma cuerpos y hasta espíritus. Dejar que el aire se entremezcle –antes de inundar nuestros pulmones a golpe de pedal- con los artísticos enrejados metálicos que un día saludaron el paso galopante de las viejas locomotoras es un verdadero placer lejos ya del beso envenado de la vieja carbonilla que soplaba saludos ardientes a su paso.

Veremos canteras abandonadas, túneles como el del Caballico, casetas, cargaderos y viejas señales que siguen conduciéndonos pero, sobre todo, descubriremos que Jaén no solo tiene irisaciones de color verde oliva. Su color también es verde ecológico, verde naturaleza, verde esperanza en alcanzar nuevas metas. Todos los túneles terminan y sabemos que tras ellos está la luz. Nuestra luz. Nuestro futuro.

Aceite que sobrepasa leguas. (En la celebración de los 25.000 números de DIARIO JAÉN)

Aceite que sobrepasa leguas. (En la celebración de los 25.000 números de DIARIO JAÉN)

 

Dicen que solo los que sienten el mar como algo suyo lo llaman en femenino. La mar de los poetas, de los marineros hermanos de la sal  y el aroma fresco que horadan las gaviotas. Los urbanitas que acaso solo distinguen las olas cuando se disfrazan de tórrido verano, lo mencionan en un conciso masculino: El mar de la inmensidad azul con el que, acaso, sueñan.

Cuentan que también se distinguen el olivo y la oliva en similar perspectiva. Para aquel que solo sobrevuela el horizonte verde de esta tierra, ese árbol milenario será un olivo.  Sin embargo, para quien se levanta cada día acariciándolo, como el sol del alba, las ramas que se mecen suavemente con la matutina brisa recién amanecida serán de una oliva recia y  tostada por el calendario.

Ambos, andaluces de Jaén o gentes que aspiran a hacerse uno con el suntuoso sur saben que, independientemente del artículo o el género que asignemos a ese regalo de los dioses, su fruto se hermana con la ambrosía que alimentaba Olimpos y regaba bíblicos vergeles. ¿Qué fue de nuestra civilización hasta que no apareció el aceite de oliva? ¿No fue desde su nacimiento cuando la antaño cruda o cocida carne de la caza diaria comenzó a despegar de su mera función alimenticia para devenir en manjar y  deleite?

Hay algo en nuestro aceite jaenero que sobrepasa leguas y milenios, tiempos y espacios de la historia, del pasado y del porvenir. Ese líquido no es sino la sangre que alimenta las células de nuestra propia cultura, las de nuestro cuerpo incluso, impidiendo que el desgaste las oxide, el reloj las atrofie o el crepúsculo las apague. No hay altar suficiente para elevar las bondades de ese aceite que nuestra tierra, que nuestro Jaén, lanza por el mundo. Lo que si hay, claro está, es paladares dispuestos a dejarse extasiar por su cata. El olivo, la oliva son una puerta a la felicidad.  Si su fruto es la oliva o la aceituna… es y será otra materia de estudio y discusión.

25.000 números de DIARIO JAÉN

25.000 números de DIARIO JAÉN

 

 

Ánimo y por otros 25.000. Enhorabuena por estar siempre ahí, más allá de donde llega la memoria. Y no solo por estar sino también por ser. Por ser y por tener. Diario Jaén tiene un hueco más allá de la noticia, de las idas y venidas sociales, políticas, internas, externas y hasta mediopensionistas. Más allá de lo que recordamos, más allá de lo que hemos vivido y de lo que seguiremos viviendo. Las páginas de este periódico se escriben con H de historia, de la nuestra, de la del día a día, de la que a veces no tiene titulares de relumbrón pero si que te coge el alma por los cuatro puntos cardinales, del uno al otro olivo, de un verso trabajado al sudor matutino al suspiro del día que termina. 25.000 días son muchas horas condensadas en gotas de tinta sobre papel, en puntos blanquinegros formando fotos antaño difusas, hoy devenidas en instantáneas-espejo de lo que nos sucede, de lo que nos hace crecer, de lo que nos hace alimentar más y mejor el espíritu de jaeneros dispuestos a luchar, a subir escalones, a ver amanecer de nuevo otro día al amparo de las páginas de nuestro periódico. No sé si el buzón, mañana, podrá con todo lo que significan 25.000 números. Cuando baje a abrirlo, dentro de unas horas, quizá todo sea como un parto, como la llegada de un trozo nuevo de futuro que se asienta en hojas de papel prensa. El cuentaquilómetros vuelve a empezar y cada mañana el diario nacerá de nuevo, 25.001, 25.002... mientras el tiempo hace un guiño a la rotativa para que le cuente todo lo que sucede. O lo que podría suceder si así lo deseamos. Felicidades, Juan Espejo, Juana González, Irene Bueno Valdivia, Esperanza Calzado Moral, José José Manuel Serrano Alba, Toni Ocaña, Ana Gómez y tantos y tantos compañeros/as de redacción y de todos los departamentos. Un abrazo fuerte.

Luis & Mariano (Bárcenas y Rajoy: La víspera)

Luis & Mariano  (Bárcenas y Rajoy: La víspera)

 

Quienes ya peinan plata recordarán a aquel cantante de ofrecía “violetas imperiales” a Carmen Sevilla en los años cincuenta. Luis Mariano se hacía llamar. Triunfó en variedades y operetas en otra España ya perdida. La historia, sin embargo, da muchas vueltas y  hoy en día  existen también artistas de vodevil que nos hacen  ¿disfrutar? con sus andanzas.

Luis y Mariano. Mariano y Luis, como unos renacidos Tip y Coll llenan las páginas de los periódicos –no precisamente las de ocio- con sus dimes y diretes; sus acusaciones y sus huídas  hacia adelante; sus medias verdades y sus silencios.

Como aquella pareja de puntiagudo humor, Luis y Mariano se enfrentan al grito de “la próxima semana hablaremos del gobierno”. Pero solo uno de ellos cuenta sus correrías de golfo enamorado supuestamente de millones y millones comisionados al aire de las obras públicas. La otra parte del dúo se asemeja al primigenio Milikito, mudo y con sonrisa disfrazada.

Luis y Mariano se lanzaban mensajes de cariño, apoyo, soporte y ánimo hasta anteayer. Pero las adhesiones se balancean siempre al hilo de lo  inquebrantable hasta que un soplo de la brisa que unos sobres hacen al agitarse en manos de quien los distribuye hace que la balanza caiga hacia Soto del Real.

Luis acusa. Mariano calla.  Y los fans sopesan, atisban entre cuadernos B y apuntes manuscritos. ¿A quién creer?  ¿A quién aplaudir?

Estamos a vísperas. Mañana es el gran día. Los guionistas de la pareja están terminando su nuevo show. No actuarán juntos. Luis lleva semanas emitiendo pequeñas piezas teatrales de suspense. Mariano apura los últimos folios de un monólogo en el que deberá contrarrestar el éxito de su antigua pareja. Usará “morcillas” económicas, alabará las gestas gubernamentales, gritará del lado de la ley… Pero el público no aplaudirá si no nos deleita con un verdadero “tete a tete” con Luis. Mariano siempre se ufana de su honradez transparente. Ahora, mañana, puede ondear la bandera de la verdad y dejarlo todo aclarado.

Dicen los agoreros que no será así. Tendremos que esperar. Eso sí, como cantaba el auténtico Luis Mariano, “Con la verdad no se juega, ¡ay, canastos! que es peor.

Jaén me duele...

Jaén me duele...

Tu tierra te duele siempre. Eso dicen, al menos, los poetas. Pero es una verdad inalterable. Apenas vuelves a Jaén tras una pequeña escapada notas que el dolor se acrecienta al descubrir carencias, quizá defectos, tal vez desidia, incluso  apatía. Paseas por una capital cercana, digamos Sevilla, y el ronroneo silencioso de un majestuoso tranvía color acero templado te susurra al pasar con una brisa que huele a progreso y modernidad. ¿A qué huele el nuestro con varios años ya aparcado en el olvido?

Si reparas en los anuncios de las paradas de autobús, cada una identificada, con líneas y planos actualizados –nada que ver con las nuestras por cierto-, descubres que se publicita un aceite de oliva virgen extra que ha obtenido no sé qué premio internacional –no le haremos publicidad- pero que no es de Jaén, cuna mundial del preciado líquido pero que de nada parece servir.

Avanzas  por la vorágine cultural y hasta hay programación  teatral  y musical. Los museos abanican tu paso con exposiciones, hay colas en los monumentos –con horarios y accesibilidad adecuada-. Pensemos ahora en nuestro Museo de Arte Íbero, dormido en la falta de empuje, o en otros que vegetan sin publicidad ni garra por nuestras calles.

Unos Baños árabes que han luchado con el calendario y que se reabren a duras penas. Una judería con un cierto toque de abandono que, lejos de darle un aire romántico como antaño, se convierte en zona de tránsito difícil y de escasa señalización.

Tenemos un Castillo al que no llega el transporte público y cientos de pequeños comercios al borde la extenuación mientras se proyectan tres mega-complejos comerciales sin demasiado estudio previo, sospecho.

Hay vida socio-cultural a nuestro alrededor, pero aquí parecemos tocados por el huso envenenado de “La Bella Durmiente” aunque el adjetivo “bella” parece solo aplicable a ciertas rotondas de muy dudoso gusto estético que, sin embargo, son las que dan la bienvenida a la ciudad.

Llegas a Jaén y todo duele. La ciudad parece condenada a muerte por inanición o sumergida en una UCI en la se mantiene sedada y entubada sin que nada ni nadie enchufe la medicación apropiada para que nuestro esplendor renazca. Jaén me duele. ¿Qué puedo hacer?