Musas de Verano. (Gentes de la tele que se creen escritores)
Cuando el verano toca a su fin, o al menos las vacaciones que le son inherentes, probablemente, amigo lector, tendrás que sacudir ese libro que te ha acompañado en tu escapada para que se desprenda del polvo arenoso que, quizá, ha ido metiéndose en sus entrañas a golpe de mañana de playa o atardecer sosegado allende tumbonas y toallas.
Leer, dejarse llevar más allá del horizonte de un indolente mar canicular, es una de esas actividades que se le suponen, como el valor al soldado, a quienes hacen del descanso su meta en estos meses que terminan. A la lectura de verano, dicen, no se le piden enrevesadas tramas ni disquisiciones. Un toque de best-seller basta para entretejer las neuronas con la brisa marina y el estimulante perfume del pescado en los chiringuitos. Lamentablemente tampoco parece que a los autores se les exprima demasiado –y no solo en verano-.
Si atravesamos despacio la sección de libros de un gran almacén –las librerías son ya especies en extinción muy a nuestro pesar- seremos asaltados por cartelones publicitarios con enormes fotos de los autores que llenan las listas de más vendidos. Y ¿quiénes son?
A veces hay que bajar la cabeza avergonzado cuando se distingue en esos pasquines la imagen de tal o cual presentador o presentadora de televisión a quien nunca imaginamos capacidades literarias más allá de las redacciones copiadas del colegio o, en el ¿mejor? de los casos, el de algún famosillo de medio pelo que cuenta sus vivencias al hilo del borde de su cama.
Gentes cuyo único merecimiento es poblar las tardes catódicas se autodefinen como escritores y las editoriales corren tras ellos para hacer caja en función de su tirón mediático.
Mientras, la cola de escritores -de los de verdad- aumenta a la espera de que alguien se digne publicar su primera novela. Recorren convocatorias, certámenes y puertas varias sin éxito ya que nadie los conoce y no aparecen en las televisiones o en el papel cuché. Sus libros nunca podrán, por ahora, llenarse de la arena de la playa de agosto ni poblarán las bibliotecas caseras. Mucho menos los escaparates de las librerías.
Cuando la literatura, el libro, solo es ya un negocio, las musas parecen ahogarse en el proceloso mar del olvido. Así nos va.
0 comentarios