Régula y "el Mochuelo". Miguel Delibes in memoriam.
Los personajes literarios –recuérdese a Pirandello- rebuscan e investigan a nuestra espalda esperando descubrir a quien ha de hacerlos carne y dejarlos habitar entre nosotros. Lástima que ellos, inmortales por naturaleza, hayan de pasar también por el amargo trance de despedir a sus mentores.
Quiero hoy pensar que esa Régula que mecía el dolor de su “niña chica” entre lamentos de ultratumba y Daniel, “llamado el Mochuelo”, lloran apoyados en algún doblez de esos que los lectores hacen en las páginas en las que son llamados por el sueño o por un timbre impúdico.
Régula, “santa inocente” de nuestro imaginario, se me antoja ahora sentada junto al último suspiro de don Miguel. Ese Delibes que ahora abandona su cuerpo entre nosotros y que ya se desprendió de su hábito de escritor en ese punto en que la salud y la mente, la física y la química, forman el extraño contubernio que nos avisa de la oxidación que nos hará chatarra.
Las idas y venidas de Régula por las tierras de su señorito se mezclan en mi recuerdo con las remembranzas de Daniel antes de despedirse del Tiñoso para ser un flamante Bachiller. En ambos casos, el camino es la mano de Delibes, su mirada es el gesto que dibuja el futuro en el horizonte y su voz…
Solo en una ocasión tuve oportunidad de hablar con don Miguel. Uno de los periódicos escolares que alguna vez dirigí me dio la oportunidad de solicitar a soldados de la pluma, el verso y la prosa algunos recuerdos infantiles de sus tiempos colegiales. De todos ellos, Torrente Ballester, Gloria Fuertes, Adolfo Marsillach, Luis Rosales… solo Delibes me quedaba aun en esta parte del universo conocido.
Hoy también se ha marchado y aquel recuerdo se me queda tan huérfano como el señor Cayo, Pacífico Pérez, Azarías o Menchu, la doliente viuda de aquel Mario a quien solo conocimos “de cuerpo presente”.
Al hilo de su pérdida he vuelto a escuchar sus palabras y el tiempo ha retrocedido al punto en que la vida transcurría a la sombra alargada de un ciprés y las señoras de rojo se paseaban frente a un fondo gris. Un punto de tristeza y algo de nostalgia contagian aquel recuerdo.
Delibes ha sido un protagonista de nuestras lecturas ya desde la época en que tras cada libro nacía una ficha resumen y, a veces, el placer de leer debía luchar contra la innata rebeldía adolescente frente a la imposición de un profesor no demasiado hábil en el arte de empujar hacia el abismo de las letras a sus discípulos.
Quizá todos forjamos nuestra “madera de héroe” adentrándonos en la prosa de Delibes. Sus personajes nos han ido absorbiendo quizá tanto como a él mismo, que reconocía que le habían disecado hasta no dejarle más que una mente enajenada y una mera apariencia de vida.
Hoy ha llegado el día en que todos ellos vuelen cogidos de la mano y acompañen a su autor hasta la frontera misma de la inmortalidad devolviéndole el favor de haberles permitido nacer.
Si los dos grandes pilares de su obra fueron la infancia y la muerte, sean Régula y el “Mochuelo” los embajadores de Delibes ante el tribunal de la memoria. Una vez don Miguel compartió conmigo sus recuerdos. Hoy es él quien puebla los míos para siempre. Gracias, maestro.
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Air Max 2009 -
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