Zorros, lobos y gallineros. (En apoyo al Juez Garzón)
Anteponen los políticos antes de comentar una sentencia judicial la coletilla “con el respeto debido”. Bien, pues empecemos así, respetando aunque no compartiendo.
Dicen en los estrados judiciales que el paisano Garzón, ese juez al que han ido queriendo y detestando todos los partidos del espectro según sus ojos se posaban aquí o allí, ha prevaricado al hacerse cargo de la investigación de las tropelías franquistas. Esa afirmación se basa, ¡asombrémonos!, en la denuncia, entre otros, de un grupo llamado Falange Española Tradicionalista y de las Jons. Confieso que, de pequeño, ante las apabullantes cartelas con yugos y flechas rojinegras, mi imaginación se desbordaba intentando dilucidar quiénes eran las Jons. En mi inocencia, pensaba en altivas heroínas con boina roja y uniforme blanco que desfilaban erguidas por mis sueños levantando inverosímilmente el brazo hasta rozar con dulzura los luceros que alguna marcial cancioncilla sugería.
Sin embargo la realidad era más prosaica. No eran las Jons aquellas bellas amazonas que me sonreían. Se trataba de las imperiales Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, aquella adaptación patria de los humos fascistas del momento. ¿Hemos leído bien? Si. Las JONS, redivivas, lustradas y emergentes se han posicionado como paladines de la libertad, de la justicia y, como eternas guardianas de los ultramontanos valores del pasado, han arremetido contra aquel que intentó dar un empujón a las conciencias y tratar de dignificar y rescatar del olvido a las víctimas.
Semejante maremágnum de zorros, gallineros y lobos merodeadores merece, a buen seguro, un estudio pormenorizado. Aun suponiendo que el proceso llevado a cabo haya adolecido de ciertos problemas de forma, los delitos siempre serán las desapariciones, las ejecuciones, pero no las acciones conocidas de un juez que las investiga. La lucha por los derechos humanos no puede estancarse frente al paredón de quienes los negaron y pisotearon.
Nadie daba crédito a la noticia pero, a fuerza de rumiarla, en muchos foros internacionales y locales se ha llegado a la misma conclusión: nuestra justicia está politizada hasta extremos en los que, dicen, la adscripción de un determinado juez a una u otra facción interfiere en sus actuaciones.
Quizá la afirmación resulta demasiado fuerte para quienes siempre hemos creído en la Justicia, pero cuando escuchamos que ante la renovación de un órgano judicial se presentan candidatos promovidos por este y aquel partido y que, incluso, los medios de comunicación inciden en que los votos afirmativos o negativos de los magistrados suelen estar divididos según sean conservadores o progresistas, nuestra mente tiende a no comprender ciertas decisiones y actitudes judiciales.
Asociaciones, periódicos y personas individuales de todo el mundo están tratando, de una vez por todas, de poner en su lugar a Franco, su tiempo y sus hechos. Algo que quizá en la Transición se dejó pasar y que aun no hemos resuelto. Necesitamos, como decía el “New York Times”, una explicación razonada de nuestro pasado reciente y no una persecución a quien tiene el valor de reclamarla. Poco más se puede añadir.
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