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¿Está vivo? (Homenaje a los autores en el DÍA DE LA LECTURA, 16 de diciembre)

¿Está vivo? (Homenaje a los autores en el DÍA DE LA LECTURA, 16 de diciembre)

Hace unos días, en un aula de las muchas que pueblan nuestros colegios, una esforzada maestra hace malabares con el verso y la prosa; trata de conjugar ese manido verbo que se llama “animar a leer”. Hace circular entre las mesas de los alumnos un poema que ha seleccionado con mimo. Habla de ese mundo al que solo la imaginación nos puede hacer llegar; de ese universo que espera agazapado tras las páginas de los libros. Sí. Parecen tópicos que suenan a retahíla infantil cuando se escuchan desde el lado del despego que proporciona cumplir años en el calendario, en la columna vertebral y, especialmente en las meninges, pero cuando se escuchan con el candoroso tímpano de la inocencia adquieren el halo inaprensible de la magia.

En esa misteriosa coyuntura en la que las palabras brotan, sobrevuelan, se retuercen frente a nosotros ofreciéndonos su impúdica verdad se hallaba la maestra; trataba de hacer fluir el sentido del verso hacia las receptivas neuronas de quienes la miraban entusiasmados cuando, de pronto, una voz se dejó oír entre la efervescencia de la poesía: ¿Está vivo el autor, Seño?

Y la maestra supo que aquel niño había comprendido el más profundo de los secretos de la lectura. Hay que entrelazar nuestra alma con la que nos regaló el relato, el verso, el cuento. Hay que respirar el mismo oxígeno que hizo saltar la chispa en la mente de ese ser llamado “autor” que solo parece vivir en las contraportadas.

Recordó ella, en un flash, cuando presentado a una escritora de literatura infantil, hizo hincapié en que aquella señora era, en carne y hueso, una autora, una creadora. Alguien capaz de hilvanar las palabras de una forma tal que no solo podemos entenderlas sino que, además, nos arrastra a revivirlas, rehacerlas y reasumirlas como propias.

Sí. Vive, contestó. Pero, en realidad… ¿no viven todos los autores cuando los leemos? ¿Nos acordamos de los autores cuando tenemos su obra entre las manos? ¿Imaginamos qué les inspiró?

Los niños leyeron aquel verso, lo escribieron y lo interpretaron mientras la maestra pensaba en el autor. Seguía dándole vueltas a la pegunta del alumno cuando llegó a la paz del hogar y encendió la radio. Una voz conocida, pero amortiguada por la enfermedad, escapaba del altavoz y la envolvió sin que ella opusiera resistencia. Antonio Gala recibía el “Quijote de Honor” y desgranaba una emotiva plática con sabor a despedida.

La maestra no pudo evitar que una furtiva lágrima –sí, como en la ópera- homenajeara al escritor mientras en su fuero interno respondía de nuevo al chavalín: Sí. Está vivo. Y seguirá así para siempre. Aquí. Muy dentro.

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