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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

Camas y cuentos: Una mirada a la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.

Camas y cuentos: Una mirada a la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.

 

Ahora que el ruido de las medallas y los himnos está solapando el sonido que acompañó a la ceremonia inaugural, la Olimpiada avanza imparable hasta la consecución de aquel “más rápido, más fuerte, más alto” que nació con los juegos. Los días pasados, sin embargo, no han podido hacerme olvidar algo que sucedió esa noche. Dedicar parte de este escaparate al mundo a temas como la literatura infantil y la sanidad pública me mantuvo pegado a la pantalla a pesar de que mi interés por el deporte es meramente testimonial.  Dejando aparte el salto fuera de racord de Her Majesty en un helicóptero en el que era de día mientras fuera caía la sombra y el virtuosismo de Mister Bean tocando el piano con un solo dedo como muchos ejercemos el bello arte de la mecanografía, los planos en que niños y niñas se elevaban en sus camas en busca de los personajes de sus cuentos preferidos o aguardaban pacientemente la llegada de la enfermera del sistema nacional de Salud que aplacara sus dolencias me parecieron sublimes.

Seguro que tanto el sistema público británico educativo como el sanitario adolecerán de fallos de organización o tendrán carencias propias de la época que vivimos, pero el solo hecho de incluirlos como parte de la idiosincrasia del país en esa exposición abierta a los ojos de todo el planeta, humaniza y engrandece algo que en otros lugares, que prefiero no recordar siguiendo al maestro Alonso Quijano, camina por veredas completamente contrarias.

 Semejante loa a lo público incidiendo en sus dos pilares más fuertes debería hacernos pensar. Si tanto a la educación como a la sanidad dedicáramos todos nuestros esfuerzos y no nos empeñáramos (hablo de quienes nos gobiernan) en desmontar y destruir conquistas de muchos años, seguro que esos ajustes estructurales que llenan gargantas ministeriales se escorarían hacia otros territorios menos lesivos para  nuestro futuro. Quizá deberíamos cerrar los ojos, como esos niños del edredón luminoso y pijama pastel, y esperar que los buenos oficios de Mary Poppins acaben con las maldades de Lord Voldemort, pero sospecho que la magia no funcionará más allá de nuestro pensamiento. Es obvio que lo público está en peligro y que necesitamos algo o alguien que gire la nave hacia la dirección correcta, pero ¿quién?, ¿cómo?

 A  alguien he escuchado decir que probablemente en otro tiempo, la situación que vivimos habría desembocado en una revolución popular, de esas que solo conocemos por los libros de historia.  La sensatez que quizá hemos conseguido con siglos de experiencia parece que nos empuja a mantener un aguante honesto, pero gentes hay que piensan que esa sensatez solo la disfrutan los ciudadanos de a pie. La clase gobernante tiene distintas conexiones neuronales y quizá también problemas de visión externa e interna. Deberían hacérselo ver. En la sanidad pública, claro.

 

El beso de las musas: El alma de Nati de Miguel.

El beso de las musas: El alma de Nati de Miguel.

 

 

Las caprichosas musas del arte  insuflan su delicado aliento en contadas ocasiones y a personas elegidas por el destino. Dotan a las  obras de esas criaturas de un trazo mágico y prodigioso, de una luz tamizada y tierna que hace flotar a los personajes y al espectador mientras asignan una marca indeleble en sus corazones.

Si, amigo lector, has podido disfrutar de una obra de Nati de Miguel sabrás de lo que hablo. Su universo está plagado de sueños. Sus figuras se desdoblan en sombras pálidas que nos dejan indelebles apuntes visionarios prendidos en pasados perdidos. Sus bodegones nos hablan de la esencia misma de las cosas. Una rosa no es una rosa en manos de Nati de Miguel. Sus pétalos pueden haberse fundido con el rocío de la mañana o contener las lágrimas del abandono. Sus espinas pueden horadar tu piel como finos estiletes pero es más probable que te acaricien y tu cuerpo se deje recorrer por un íntimo cosquilleo.

Es Nati amante los  pequeños rincones, de los objetos cotidianos que guardan en su interior nuestro propio devenir, las huellas de una vida, las miradas añorantes, las nostalgias escondidas.

Nati recibió el beso de las musas y sus manos tomaron el relevo de su corazón, inmenso y abierto, para esparcir una paz recóndita que atraviesa el ojo del espectador. Nadie queda indiferente ante el alfeizar de una ventana perfilada por la cera cálida de sus obras. Ni ante la grandiosa naturalidad de unas frutas cuya fragancia podría olerse con solo entornar la mirada. Un jarrillo, quizá cascado y olvidado, atraviesa la onírica veladura de un visillo; un espejo que descansa sobre el ajado tocador; una vieja foto sobre el aparador… ese es el mundo de Nati de Miguel. Y es el nuestro. Podemos reconocernos en sus cuadros ya que en todos ellos existe una puerta hacia un interior que es el nuestro. Incluso en sus magníficos retratos diríamos conocer a la niña de sonrisa franca o a la señora de gesto adusto como alguien con quien hemos compartido vivencias y camino.

Pero la calidad de su obra, indiscutible, no se puede comparar con la de su propia humanidad. Nati es frágil, como las hojas de otoño y, como ellas, sabe sobrevolar tu paso hasta acercarse a tu huella para hacerse una contigo mismo. En un cuerpo que el aire podría transportar sin apenas esfuerzo, habita un alma inconmensurable, un espíritu libre que lucha con la vida y que, a cada amanecer renace de la propia dificultad.

Si Nati te ha hecho partícipe de su amistad, el paso de los calendarios no hará sino magnificar esa relación. Ella es más que una artista, más que una pintora al uso. Nati de Miguel no está en los museos, todavía, pero las paredes de cualquiera de ellos se sentiría orgullosa de acogerla.

Gracias Nati por plasmar nuestros sueños, por tu humilde grandeza, por regalarnos el arte y la sonrisa. Las musas acertaron contigo.

Que la fuerza te acompañe...

Que la fuerza te acompañe...

 

Siempre que marcamos en el calendario una fecha con ese rotulador rojo de los “días de”, algo está fallando en algún rincón de la sociedad. Si hay que dedicar una fecha específica para que todos nos acordemos, pensemos o luchemos por un tema, una idea, una dolencia o un sentimiento, algún resorte de nuestra rimbombante humanidad ha saltado y necesita urgentes reparaciones.

Hoy, día 2 de junio, el ceremonial indica que es el Día Nacional contra la Miastenia. La mayoría de lectores, espectadores o sencillos viandantes que observen el cartel pegado en la farola, pasarán de largo sin saber qué es esa enfermedad. Y pocos querrán pararse y leer el eslogan que algún publicista casero ha ideado para la ocasión.

“Contra la Miastenia, que no te falten las fuerzas”. Suena, desde luego, a frase cinematográfica, a proverbio de “Star Wars” en boca de un Yoda de orejas puntiagudas. “Que la fuerza te acompañe”, decía el personaje en la saga galáctica sin saber que su deseo podría unirnos a los sufrientes miasténicos en un futuro que es pasado para él.

Y ahí andamos. Un año más abrimos las puertas de nuestra enfermedad para tratar de conseguir que el conjunto de la sociedad nos acoja sabiendo más de lo que nos sucede. Somos los agraciados con la varita de la “enfermedad rara” que a nadie suena; los pacientes que peregrinan de consulta en consulta explicando esos síntomas que no siempre son diagnosticados con acierto; Enfermos pero no “raros”. Siempre insistimos en que la rara es ella, la Miastenia, esa guerra interior de anticuerpos que destrozan la comunicación nerviosa con  los músculos y los hacen tumbarse en la hamaca del descanso para desesperación de todas esas funciones diarias que echamos de menos cuando no podemos hacerlas.

Ver la televisión con tu amiga diplopia (visión doble) es ardua tarea, pero peor es tratar de cruzar un semáforo frente al que te acechan el doble de coches que a los otros viandantes. Masticar un buen chuletón deja de pertenecer al mundo del placer para arrastrarse a esa categoría de las cosas que cuestan un esfuerzo ímprobo.

Pequeñas cosas que van abriendo camino a otras mucho más onerosas. Un día quizá no puedes dar más que unos pasos sin caer rendido. Otro  quizá no puedas levantar el brazo para atusarte el pelo. 

Más allá descubres que no puedes tragar, que la campanilla toca una melodía desentonada y cae del lado incorrecto produciéndote la desagradable sensación de que el aire ya no es amigo de tus pulmones. Una tarde te oyes a ti mismo y no reconoces tu voz, redefinida por los músculos de la garganta, que se han unido al festejo miasténico.

Y así, día a día, vas sumiéndote en la desesperación ya que a enfermedad rara, rara investigación, raro presupuesto y rara y escasa distribución de medicinas nuevas. ¿A quién le interesa lanzar un producto que solo usarán diez personas de cada doscientas mil? No hay nadie tan suicida en el mundo farmacéutico.

Al menos, eso sí, existen métodos violentos como la plasmaféresis que renueva todo tu torrente sanguíneo a la espera de que sea invadido de nuevo o la timectomía que da una patada en salva sea la parte a esa glándula traicionera que parece ser la causante de todo. 

Pero nada es para siempre. Los anticuerpos florecen de nuevo y nadie te garantiza que el futuro será feliz.

Podemos y debemos desearnos que “la fuerza nos acompañe” pero, sobre todo, tenemos que creerlo. Hay que suponer que la luz está siempre al final del túnel, que la enfermedad no avanzará hasta afectar a los músculos respiratorios que son la última frontera.

Hay que enfrentarse al día a día con la ilusión de renacer con el sol cada mañana sin saber cómo lo vivirás. Lo que podrás ver, lo que podrás sentir o la fuerza que podrás mantener.

Hoy es el día contra la Miastenia Gravis. Pocas enfermedades tienen el apellido “grave” adherido a su nombre. Esta es una de ellas. Te avisa pero no por ello deja de ser traidora. Hoy es el día para solicitar unidades de miastenia en los hospitales, para pedir actualizaciones a los sectores médicos, investigaciones a los laboratorios, apoyo y confianza a nuestras familias y amigos. Es como una carta a los Magos que solo hoy tendrá efecto.

Si la fuerza me lo permite, colocaré esta noche un platito de “Mestinón” en el balcón de mi casa. Quizá uno de los camellos tenga un ojo con el párpado caído y ni él mismo sepa que ese –la ptosis- es uno de los primeros síntomas de la Miastenia.

Cuando lo sepa empezará realmente su aventura. Esperemos que no le falten las fuerzas para volver a Oriente.

Siempre por la enseñanza pública.

Video realizado por la plataforma YO ESTUDIE EN LA PÚBLICA.

El cuarto de las ratas o el cole "low cost".

El cuarto de las ratas o el cole "low cost".

 

Dicen que en Extremadura los centros escolares han recibido una circular en la que se les pide que midan todos sus espacios. Dicen también que ese afán por saber al centímetro la superficie educativa disponible se debe a la necesidad de conocer cuántos niños más se pueden apiñar y apilar en cada uno de esas estancias.

Desde luego es un despilfarro que existan aulas en los que los chavales puedan escribir sin dar codazos al compañero. Que un colegio tenga desaprovechadas instalaciones como el cuarto de las escobas o el hueco de la escalera no son de recibo en estos tiempos.

Ni siquiera el nunca descubierto “cuarto de las ratas” con que a muchos nos amenazaron en tiempos pretéritos se libra del zafarrancho. Además, convivir con otras especies aunque sean roedores siempre  es positivo para la socialización.

Si el chotis ¿o era el tango? se baila sin salir de una baldosa, aprender a leer, dividir o analizar verbos no debe de necesitar mucho más.

Hay que rentabilizar los espacios. ¿No serán excesivamente grandes las mesas de cada alumno?

Si se sustituyen por pupitres, en el mismo espacio habrá lugar para el doble de niños. La solución de pupitres-litera también sería factible. Se podría optimizar el rendimiento de las instalaciones reunificando los distintos cursos del mismo nivel en una misma sala. En centros antiguos con techo alto, el pupitre-litera podría tener tres pisos, rememorando los viejos cuarteles en los que se formaron las heroicas generaciones que nos precedieron. Menudo ahorro de electricidad.

Se impone el modelo low-cost también en educación.

Al fin y al cabo, ¿dónde impartían sus clases los aclamados sabios griegos de la antigüedad? Sí, en mitad de la plaza. ¿Y no era la suya una enseñanza de calidad?

Pues aprovechemos la enorme infraestructura con que nuestro país cuenta en plazuelas y calles. ¿Cuántas terrazas y veladores de bares y cafeterías están desaprovechas a ciertas horas? Usémoslas al estilo griego. Niños a la calle, al ágora. Y maestros paseando entre ellas impartiendo sus materias al saludable aire libre. Todo serían ventajas. Hasta se podrían clausurar los baños de los colegios ya que los hosteleros permitirían al alumnado usar los suyos. ¡Cuánto ahorro se conseguiría en agua, papel higiénico, jabón, etc.!

Dicen también que en ciertos lugares se van a suprimir todos los materiales complementarios. Nada de cuadernillos de ortografía o cálculo. Nada de fotocopias. Volvamos a la esencia. ¿Serán necesarios próximamente todos esos libros con que ahora cargan nuestros hijos? Álvarez ya encontró la solución hace décadas: todo en uno. La gran idea se llamaba “Enciclopedia” y permitía otro enorme ahorro al bolsillo familiar.

Esperemos que estas inocentes ironías no terminen asaltando la realidad. ¿Sustituirá el práctico pizarrín de usar y borrar a los caros cuadernos que tienen el vicio de acabarse?

La guerra de los deberes.

La guerra de los deberes.

 Hay guerras que nunca terminan. Cuando parece que sus ecos se extinguen, alguien lanza un poco de combustible al fuego para que la llama arda más y más a lo largo del tiempo. Quienes vimos en nuestra infancia “La guerra de los botones”, (Francia, 1962) hemos descubierto que este año ha vuelto a reeditarse, en vistoso colorido, con el apellido de “nueva” en todas las pantallas del orbe.

Pues bien, también en Francia se han removido las cenizas  de otra guerrilla, la de los deberes escolares. Dicen los papás gabachos que eso de llevar deberes a casa es algo deleznable, que denota el fracaso del sistema educativo y entorpece el desarrollo de sus vástagos ya que no les permite aprender nuevos pases y encestes de balón, dolorosas llaves de cualquier arte marcial, girar acompasadamente en la clase de bailes regionales o entonar la undécima lección de un instrumento musical ignoto a cuyas clases han corrido a apuntarles sin siquiera preguntar a la asustada víctima.

¿Dónde queda la responsabilidad, el afianzamiento de los hábitos de estudio, de investigación, de aprender a repartir el tiempo adecuadamente?

Dicen también que quizá sería mejor ofertar visitas a bibliotecas o museos. Pero… ¿en qué quedamos?  ¿No estorbarían esas propuestas más que la sensata realización de pequeños ejercicios que permiten ahondar en tal o cual aspecto curricular, afianzar detalles importantes o adentrarse en el fantástico mundo de la lectura?

Desde el punto de vista personal de alguien que siempre ha intentando concretar actividades puntuales, escribir historias adecuadas a los chavales para evitar que los deberes sean impersonales fotocopias de libros y guías, etc. la sola idea de que los deberes han de extinguirse, a pesar de que cierta ley lo afirmase en aquellos tiempos en que también era execrable calificar el trabajo del alumno o premiar su esfuerzo, me parece poco acertada.

Si escarbamos bajo la superficie de estas afirmaciones quizá encontremos padres y madres que trabajan y que no pueden permitirse el lujo de echar un ojo al desarrollo de sus hijos, prefiriendo que sigan recogidos en academias o aulas municipales que les permitan llegar a casa y no tener que cargar con el engorro de los deberes.

Unos deberes bien entendidos, abren caminos distintos a la formación del niño/a. Permiten que, en la soledad del hogar, se enfrente realmente a los nuevos conocimientos; piense, recuerde, cree, investigue en la medida de sus posibilidades. Eso sí, no hablamos de señalar en el libro unos ejercicios al azar o fotocopiar la manida hoja perdida en la carpeta. Los deberes han de ser tan vivos como su destinatario. Han de recoger lo que puede haberse quedado prendido de un alfiler traicionero. Han de servir con mayúscula y no ser un castigo encubierto.

La guerra de los deberes sigue abierta. Esperemos que no sean los alumnos quienes la pierdan.

 

Hugo, Scorsese y el ojo de la Luna.

Hugo, Scorsese y el ojo de la Luna.

 

 

Si tuviéramos que inventar solo dos artefactos, dos puertas que nos condujeran a lo más inasequible de ese mundo interior y mágico que es la imaginación, solo deberíamos husmear en el archivo de la Humanidad ya que, ¡albricias!, hace décadas que podemos contar con ellos.

El primero no necesita más tecnología que la propia mente del usuario. El otro requiere de efectos ópticos pero solo funciona bien con el mismo ingrediente del anterior. Y ambos aparecen de la mano en ese exquisito embrujo en el que Scorsese nos presenta a Hugo Cabret. Estos prodigios son los libros, portentosas porciones de fábulas utópicas, y el cine, donde las quimeras pasean a nuestro lado.

Pocas películas de ese cine bullanguero de hoy han sabido entrelazar los sabios consejos de un enigmático bibliotecario (Christopher  Lee) con los sueños de Georges Méliès (Magistral Ben Kingsley). “La invención de Hugo”, nos anuda fantasías y sueños, deseos y añoranzas, luces y parpadeos que no son sino el pálpito de un viejo proyector de barraca. Estamos ante una historia concebida probablemente como un fino engranaje de relojería, (No olvidemos que el niño protagonista vive dentro de un legendario reloj que maneja los husos de la no menos mítica estación parisina de Montparnasse) donde la prestidigitación nace de las páginas de los volúmenes de una biblioteca para devenir, enseguida, en sombras que toman vida a golpe de manivela.

El cine y la literatura viven un idilio tierno y esperanzador preñado de futuro. Las peripecias del oxidado autómata se despiertan ante nuestros ojos cuando, con la olvidada llave-corazón, es capaz de escribir, dibujar, casi sentir, ser un poco humano en tanto en cuanto es eso lo que nos ha hecho serlo a nosotros mismos.

Hugo deambula por la historia del cine, apresado por el paso lento de páginas de luz. Harold Lloyd, Chaplin, Buster Keaton y otros se asoman con él al primigenio universo en el que todos somos niños de nuevo. “Si alguna vez te preguntan de dónde vienen tus sueños, mira a tu alrededor", dicen en la película. Y cuando, en la emocionada oscuridad de las primeras salas, alguien traspasó la pantalla, ahí se dio el pistoletazo de salida. "Mi padre me llevaba mucho al cine. Me habló de la primera película que él había visto: en una habitación muy oscura, en una pantalla blanca, vio a un cohete volar y estrellarse en el ojo de la luna. Fue como soñar a plena luz del día”.

A las máquinas no les sobran partes, continúa Hugo. -Así que pensé que si el mundo es un enorme mecanismo, yo no podía sobrar. Tenía que estar aquí por alguna razón.  Pues sí. Todos lo estamos. Y es el ojo de la Luna quien sabe la razón. Lástima que solo el cine o un libro sean capaces de hacérnoslo ver, quizá soñar.

 

29 de febrero DIA INTERNACIONAL DE LAS ENFERMEDADES RARAS (Video oficial)

 

El próximo 29 de febrero se celebra el DÍA INTERNACIONAL DE LAS ENFERMEDADES RARAS. La indiferencia es el peor de los remedios, la peor de las posturas. No mires hacia otro lado. No hagas como que no ves nada. Ven. Ayuda. Solidarízate. Te esperamos.

 

Con A de Amor: "El escalofrío de lo furtivo" (San Valentín 2012)

Con A de Amor: "El escalofrío de lo furtivo" (San Valentín 2012)

 

Desde aquel lejano 1.999 –otro siglo, otro milenio- en que comencé a colaborar en estas páginas del diario JAÉN, nunca había coincidido la fecha de mi columna con el día que hoy celebramos: San Valentín. O, al menos, no recuerdo tal circunstancia.

Pido perdón pero no puedo dejar pasar semejante efeméride. Hoy no empaparé la tinta fresca con aromas de Rajoy, Rubalcaba o el juez Garzón. No hablaré de crisis económica, pinceladas de cine, alcaldadas jaeneras, tranvías varados o  problemas de enseñanzas y educaciones varias.  No. Mis dedos teclean hoy en busca de una letra que tiene forma de montaña cuando es mayúscula. Y mayúsculo es el significado de la palabra que hoy aparecerá en todos los anuncios de restaurantes, grandes almacenes, marquesinas, “tedetés” y cuñas radiofónicas. La letra es la A. Y la palabra es, naturalmente, AMOR. 

 No entraremos en la consumista cadencia que tiñe este vocablo, que no al sentimiento. No pisotearemos la memoria del cura Valentín en la Roma de Claudio dejándonos llevar por la dulce y empalagosa postal que representa siempre, corazón en ristre, el típico tópico del 14 de febrero. Tampoco pasearemos por el elegante recurso del regalo gourmet o la joya diamantífera que, aseguran, plasma para siempre la conmoción de una mirada cómplice. No. Vamos a dejarnos llevar por la ternura, por la carne de gallina, por la pinza en la boca del estómago aireada por cientos de mariposas etéreas e inasequibles, por el apasionado contacto del húmedo labio que transmite el titiritero escalofrío de lo furtivo. Dejemos que el amor se despoje de todo, incluso de su nombre. Y dediquémonos también nosotros al bello arte de saquear cualquier rincón externo e interno de este cuerpo que se nos escapa, aligerándolo de cargas estériles y atavíos inútiles. Sintamos el desnudo placer de advertir frente a nosotros, pupila adelante, otro mundo ajeno que también es nuestro. ¿No dijo el clásico  que el amor es un espejo en el que quizá somos un reflejo del ojo de la amada?

Amor empieza con “A”, pico nevado presagio de audaces cordilleras. Hay que escalar su cima para poder ver el horizonte del futuro. Hay que prestar nuestro calor a la nieve perdida en la cumbre para después volar hacia las nubes.

 Han querido los hados que mis amores, así, en plural, también comienzan y terminan por la misma letra: Ana, Alba. Solo tienen esa vocal entresacada: el final y el principio se entremezclan y no necesito bajar de las alturas a las que transportan. Cuando la vida y el amor van de la mano ansiamos que un momento termine por el mero placer de disfrutar con el siguiente. Hay un motor que empuja, una luz que guía, una sonrisa que ilumina, una mano que ayuda.  ¡Cuántas razones tiene el alfabeto para empezar por “A”!

 

Las aventuras de "JUANA JABALCUZ"

Las aventuras de "JUANA JABALCUZ"

 

Si los afamados guionistas de Hollywood o los escritores de literatura infantil y Juvenil hubieran vivido en nuestra tierra, muchos personajes que conocemos serían diferentes. ¿Hay algún trasunto más giennense de Indiana Jones que nuestra querida “Juana Jabalcuz”? La respuesta es no. Juana, -Juani para mi desde los albores del tiempo-, siempre se presentaba ante ti con su envolvente nube de tabaco, pitillo nadando en el cenicero repleto, humareda luego desterrada a la puerta con vistas a las palmeras del parque.

Su pelo corto lució en ocasiones destellos prestados de la violeta perdida entre las sierras o del ocaso prendido entre los últimos reflejos del sol agonizante. Mirada pequeña con un leve deje de irónica sonrisa en la que podían navegar cruceros a lugares ignotos o habitaciones de hotel en la más inexplorada de las calles del suburbio mas cool del extrarradio del África profunda. Juani me atrapó entre sus fauces viajeras en mi tierno despertar al mundo mundial y me envió al Egipto milenario a lomos del transido dromedario ahíto de turistas. Y ahí empezó todo.

Ella habitaba un recóndito local de un oscuro pasaje del Paseo de la Estación y todavía no ostentaba el apellido Jabalcuz para sus cambalaches aventureros. Era un escenario simple en el que, sin embargo, olía a brisa del Himalaya, a mercado marroquí, a castillo encantado a orillas del Loira o a musaka humeante recién salida del horno. ¿Cómo sustraerse al embrujo de Juani Jabalcuz? Más tarde me enseñó la Rumanía comunista, a punto de librarse de Ceaucescu, la Hungría post telón de acero, las riberas del Mediterráneo, el horizonte desde el Atlas o los adoquines de la plaza Roja. El mundo entero se escribe con J. Con J de Juani y con J de Jabalcuz. Hubo incluso ocasiones en que compartimos verano en la Mallorca de los ochenta y, para redondear el itinerario, sus hijos estudiaron en “mi” colegio.

Juani tenía el catálogo justo en el instante preciso. Tu duda era su alimento. Tu pregunta era su respuesta y viceversa. Sus manos acariciaban un teléfono –que había que luchar por no pagar- y tras la línea se agolpaban las mayoristas, los agentes amigos, los desconocidos… y todos caían de rodillas ante sus palabras fetiche… “Soy Juana, de Jabalcuz…” Al oírla ya sabías que tu pasaje hacia el destino soñado estaba a punto de salir impresora adelante. El escenario fue cambiando. De aquel pasaje tan cinematográfico pasó a un coqueto dos plantas en el Paseo de la Estación y posteriormente, dando la vuelta a la esquina, al soberbio palacio de escapadas, periplos, travesías y excursiones donde, junto a Juanino, Antonio, Paulo, Victoria y algunos más que la memoria me escamotea, ejerció de mayordomo fiel para tus ansias de volar. Ese lugar, asomado como no podía ser de otro modo, a las palmeras del parque, fue su última morada. Hoy, en su acristalada galería se puede leer un SE ALQUILA que no impide ver del todo el merchandising del pasado dorado. Folletos de la Indonesia lejana, cruceros por el mar de las Antillas, fines de semana en el paraíso… figuritas de ébano, bandejas africanas, diplomas de hazañas perdidas en el tiempo… todo eso y más se puede observar si se acercan los ojos al cristal y se tapa la luz con la mano. ¡Hay tanto recuerdo allí guardado! Un atardecer en Cabo Sounion, la estrella del Parlamento reflejada en el Danubio, las horas marcadas a golpe marcial por las figuras de un reloj en Praga, la emoción de una primera falta, de ese primer niño añorado, en un balcón de Brasov, una pisada en la lava pulverizada del Etna, la locura del amor en la Roma eterna, la lluvia matutina en Montmatre, las almenadas orillas del Rhin, el alba asomados al Nilo… Juani estuvo en cada uno de esos momentos y seguirá estando. Su voz cascada, su enjuta figura, su sonrisa pícara…

Ahora, dicen las crónicas, ha trasladado sus maletas repletas de quimeras a otro lugar. Ha establecido su cuartel de verano en tierras nuevas. El mundo, en mitad de crisis, guerras y trastornos sigue teniendo puertas que franquear. Y Juana Jabalcuz es especialista en abrirlas.

Vuelvo a pasar por su antiguo hogar y leo de nuevo el cartel que preside la entrada. Lo releo y me pregunto… ¿Pueden alquilarse los sueños?

Dedicado a Juana Mª Risquez Aguayo y a todos sus compañeros y compañeras de VIAJES JABALCUZ de Jaén.

"La calle era suya"

"La calle era suya"

 

Ayer, cuando el primer parpadeo de los diarios digitales anunció su marcha, la figura de Manuel Fraga, revoloteó en mis recuerdos como en esos spots televisivos de vertiginosa rapidez.  Sin orden temporal aparente, la primera escena se remonta a aquellos años de la transición en que Alianza Popular presentaba sus carteles electorales de fondo naranja. Y muchos de ellos anunciaban la visita mitinera de don Manuel al cine Lis Palace.  Le recuerdo caminando por el pasillo central, con su andar peculiar, entonces poco pronunciado, entre el clamor de los asistentes. Sonrisa firme y expresión adusta. Como él era, al menos para quienes solo lo conocíamos por los medios de comunicación.

Parece ahora que el escenario del llorado Lis Palace se inunda de aguas radiactivas y que, por esos birlibirloques de la imaginación llegamos a las playas de Palomares. Allí, en pleno anuncio de Meyba, Fraga deja enfrentarse a sus carnes serranas con el peligro nuclear que los amigos yanquis nos regalaron por accidente. No recuerdo si lo acompañaban embajadores, ministros o autoridades locales. Solo él, inmenso y sonriente, desafía a la bomba y sus efectos apocalípticos. Así era don Manuel.

Otra imagen, señorial y lejana: Bombín y paraguas en aquel brumoso Londres de mediados de los setenta.

Sin embargo, el espacio que Fraga ocupó con maestría fue el último estertor del régimen franquista y los albores de la democracia. Su labor constitucional, como padre de nuestra ley suprema, es reconocida por todos los sectores, propios y contrarios y sus aportaciones a lo que podríamos llamar “la derecha moderna y civilizada” probablemente no serían negados ni por sus enemigos más feroces.

El afán chirigotero de nuestro día a día no olvidará tampoco aquel “con Fraga hasta la braga” con que se aplaudieron los tímidos avances de la ley de prensa, traducidos en la fragilidad del vestuario de las “starlettes” del momento, aquellas actrices pasto de las llamas del destape que abrumaron el despertar a los placeres de alguna que otra generación.

Su colección de frases, que podríamos llamar ya “históricas” pasan por el memorable “la calle es mía” como ministro de la Gobernación o el “disparen contra mi” a los secuaces de Tejero en el Congreso, sin olvidar aquella que decía: "Toda mi vida he dicho verdades sin condón y pienso morirme sin ponerme uno".

“Casi es preferible morir antes que arrastrar una vejez ociosa”, dijo en una  ocasión y, no cabe duda, llevó esa máxima hasta su último minuto. Necesitaríamos varias columnas como esta para glosar su paso por la vida política española.”Trabajar es vivir” dijo en otro momento, parafraseando a Voltaire. Y hoy (por ayer) sencillamente ha cambiado de escritorio, de escaño, de cartera…¡Qué se preparen por ahí arriba!

Recuerdos de un futuro imperfecto.

Recuerdos de un futuro imperfecto.

El almotacén 705 del área de Adiestramiento y Disciplina miraba a los educandos que intentaban copiar con sus raídos lapiceros los textos señalados en sus cartapacios.  A su derecha colgaba un almanaque publicitario que le recordó los escasos días que quedaban para su octogésimo cumpleaños. Sus hastiadas neuronas le recordaron que aún faltaban cinco largos años para dejar su esforzado trabajo para el Estado.

Dejó divagar su mente y recordó aquel tiempo en que la palabra “funcionario” fue borrada de la nomenclatura después de que sucesivos gobiernos achacaran a dichos trabajadores la gran crisis. Todo pareció volver al pasado. Se terminó la gloria y todo se abocó al más duro infierno. Los enfermos se encontraron  con consultas, remedios y medicamentos  a precio –abusivo- de mercado;  Las escuelas ya no contaron con financiación estatal y establecieron cuotas para todas sus actividades.  Hasta los nombres de organismos, servicios e instituciones fueron cambiando para dejar de lado todo viso de gratuidad, soporte social o cooperación comunitaria.

Los salarios fueron primero congelados y luego recortados de mil y una formas relacionándolos con incentivos futuros que se perdieron en la noche de la recesión permanente.

El almotacén añoró en ese momento años de esplendor de los servicios públicos cuando sanidad, educación, transportes y seguridad social gozaban de la salud y lozanía que la buena administración procuraba a los ciudadanos. ¡Aquellos hospitales, colegios, pensiones….! ¿Dónde había quedado todo lo que su padre le contaba cuando se graduó?

Nunca le gustó el nuevo nombre de su oficio. “Almotacén” le remontaba a siglos oscuros pero… ¿no era acaso oscura la actual situación? ¿No había caído sobre los funcionarios como él el injusto sambenito de ser causantes del desastre?

Recordó la vida de sus padres y de sus abuelos y una lágrima se deslizó por sus mejillas. Las generaciones anteriores soñaban con ofrecer un futuro mejor y esplendoroso a sus hijos. Sus esfuerzos cotidianos tendían siempre a ascender peldaños en el bienestar. Sin embargo, ¿qué había podido ofrecer él a sus vástagos?  Y lo que era peor, ¿qué horizonte se dibujaba para sus nietos?

¿Cuándo en la historia las generaciones siguientes habrían de vivir peor que sus antecesoras? El anciano palpó su bolsillo en busca de un pañuelo para enjugar sus lágrimas y, al inclinarse ligeramente, notó un agudo dolor en el pecho.  No quiso alterar la plácida marcha de su clase. No gritó. Solo se llevó la mano al corazón y supo que todo llegaba a su fin. El estado se ahorraría su exigua pensión. Su última expresión fue una sonrisa. Quizá aquel ahorro sirviera para mejorar el porvenir de sus hijos.

 

(Almotacén: “·El que gana mérito ante Dios con sus servicios a la comunidad”)

¿Está vivo? (Homenaje a los autores en el DÍA DE LA LECTURA, 16 de diciembre)

¿Está vivo? (Homenaje a los autores en el DÍA DE LA LECTURA, 16 de diciembre)

Hace unos días, en un aula de las muchas que pueblan nuestros colegios, una esforzada maestra hace malabares con el verso y la prosa; trata de conjugar ese manido verbo que se llama “animar a leer”. Hace circular entre las mesas de los alumnos un poema que ha seleccionado con mimo. Habla de ese mundo al que solo la imaginación nos puede hacer llegar; de ese universo que espera agazapado tras las páginas de los libros. Sí. Parecen tópicos que suenan a retahíla infantil cuando se escuchan desde el lado del despego que proporciona cumplir años en el calendario, en la columna vertebral y, especialmente en las meninges, pero cuando se escuchan con el candoroso tímpano de la inocencia adquieren el halo inaprensible de la magia.

En esa misteriosa coyuntura en la que las palabras brotan, sobrevuelan, se retuercen frente a nosotros ofreciéndonos su impúdica verdad se hallaba la maestra; trataba de hacer fluir el sentido del verso hacia las receptivas neuronas de quienes la miraban entusiasmados cuando, de pronto, una voz se dejó oír entre la efervescencia de la poesía: ¿Está vivo el autor, Seño?

Y la maestra supo que aquel niño había comprendido el más profundo de los secretos de la lectura. Hay que entrelazar nuestra alma con la que nos regaló el relato, el verso, el cuento. Hay que respirar el mismo oxígeno que hizo saltar la chispa en la mente de ese ser llamado “autor” que solo parece vivir en las contraportadas.

Recordó ella, en un flash, cuando presentado a una escritora de literatura infantil, hizo hincapié en que aquella señora era, en carne y hueso, una autora, una creadora. Alguien capaz de hilvanar las palabras de una forma tal que no solo podemos entenderlas sino que, además, nos arrastra a revivirlas, rehacerlas y reasumirlas como propias.

Sí. Vive, contestó. Pero, en realidad… ¿no viven todos los autores cuando los leemos? ¿Nos acordamos de los autores cuando tenemos su obra entre las manos? ¿Imaginamos qué les inspiró?

Los niños leyeron aquel verso, lo escribieron y lo interpretaron mientras la maestra pensaba en el autor. Seguía dándole vueltas a la pegunta del alumno cuando llegó a la paz del hogar y encendió la radio. Una voz conocida, pero amortiguada por la enfermedad, escapaba del altavoz y la envolvió sin que ella opusiera resistencia. Antonio Gala recibía el “Quijote de Honor” y desgranaba una emotiva plática con sabor a despedida.

La maestra no pudo evitar que una furtiva lágrima –sí, como en la ópera- homenajeara al escritor mientras en su fuero interno respondía de nuevo al chavalín: Sí. Está vivo. Y seguirá así para siempre. Aquí. Muy dentro.

"Poderoso Caballero" (Cuando la crisis hace caer a los gobiernos...)

"Poderoso Caballero" (Cuando la crisis hace caer a los gobiernos...)

Cuando Quevedo, el ácido don Francisco, publicó su letrilla en los albores del XVII no imaginó que caería en las armónicas voces de Vainica Doble, aquellas Gloria Van Aerssen y Carmen Santonja que iluminaron conciencias en los setenta del XX. Sin embargo, sí que supo vislumbrar futuros que, en su época, eran solo nebulosas en el éter inquieto de la historia.

Da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero, poderoso caballero, es don Dinero”. Así rezaba uno de sus versos. Y… ¡Cuánta razón llevaba! Preguntemos a los últimos gobiernos de Reino Unido, Holanda, Irlanda, Portugal, Dinamarca, Grecia o, desde este domingo, también España.

Los mercados, moderno apelativo del protagonista de Quevedo, han ido acabando con los laboristas de Brown, con los democristianos holandeses, el Fianna Fáil irlandés o el partido Popular danés. También cayeron en el camino frente a ese enemigo “hermoso aunque sea fiero”, el vecino Sócrates de Portugal o el inclasificable Berlusconi de la Italia a punto del descalabro. Citar a Papandreu, finalmente,  es ya abrazarse al más sonoro de los fracasos e incluso la todopoderosa Angela Merkel ha tenido sus derrotillas parciales unida en la lucha con Nicolas Sarkozy que tampoco tiene muy firme su futuro tras los resultados de las cantonales.

Derechas, izquierdas, todos han ido inclinando la cerviz  ante don dinero, pues “es tanta su majestad, aunque son sus duelos hartos, que con haberle hecho cuartos, no pierde su autoridad”.

Quevedo, en su elucubración futurista, escribió un verso clarificador de nuestro presente: “Viene a morir en España y es en Génova enterrado”. En efecto, también nuestro gobierno ha sucumbido ante la presión. Don dinero, vestido de crisis,  ha terminado con el presidente Zapatero y con el partido que lo sustentaba. Y ha sido en Génova, esa calle ya famosa en las noches electorales, que el pasado domingo vibró a ritmo de disc-jockey discotequero y consignas nacionalistas españolas, donde ha terminado sus días.

De allí, de ese balcón azul tan animado, renace un nuevo San Jorge que tratará de enfrentarse al dragón con la lanza poderosa de los votos mayoritarios de los subyugados por el asfixiante cerco de los mercados. Una vez más el poderoso caballero ha hecho de las suyas.

Si Quevedo levantara la cabeza quizá apreciaría que Rajoy, nuevo gurú de futuros perfectos, “tiene quebrado el color” aunque la alegría del momento nos lo escamotee. No es sencillo guerrear frente al poder omnímodo de don dinero pues “mirad si es harto sagaz”. Los gobernantes de seis países han sucumbido ya a su negra influencia, algunos de ellos encumbrados con mayoría absoluta.  ¿Ganaremos el duelo con ese poderoso caballero?

(Las frases en cursiva son versos de Quevedo)

Es tiempo de VIVIR. (En el día de las Enfermedades Neuromusculares. 15 de Noviembre)

Es tiempo de VIVIR. (En el día de las Enfermedades Neuromusculares. 15 de Noviembre)

 

 

Parafraseando la archifamosa cita de Blade Runner, “yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Destellos de acetilcolina más allá de Orión. He visto a los antiMusk brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Miríadas de electromiogramas desfilando frente a la Tyrell Corporation. Párpados deslizantes en las miradas de los Nexus-6. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de vivir…”

Este, a modo de monólogo, de Roy Batty (Rutger Hauer), líder de los replicantes, explicando a Deckard ( Harrison Ford) su visión en la distópica película que todos recordamos me da pie a adentrarme en otro universo paralelo del que pocos tienen constancia a nuestro alrededor. Nadie imagina que, a la vuelta de la esquina, encontrará una tarjeta de visita con su nombre impreso bajo el que, con letras inquietantes, estarán escritos extraños jeroglíficos: MIASTENIA GRAVIS, DISTROFIA MUSCULAR, ESCLEROSIS MÚLTIPLE O LATERAL AMIOTRÓFICA…

El primer adjetivo que uno le brota en la punta de la lengua cuando tiene que interpretar, o simplemente leer, estos intricados apelativos es… sí, raro. Y la medicina, como humana disciplina que es, lo ha hecho suyo. Esas afecciones neuromusculares son, en román paladino, enfermedades raras. Su catálogo es amplio. Extenso en inversa proporción al conocimiento que de ellas se tiene. Un músculo que decide, como si repleto de efluvios alcohólicos estuviera, dejar de reaccionar ante el estímulo cerebral; otro que se aísla al no recibir señales de su nervio preferido; neuronas que se desnudan impúdicamente dejándose su capa de mielina en el olvidado camerino; anticuerpos que deciden atacar a sus propias filas para meter el gol en propia meta…

Cuando tu cuerpo comienza a notar esta resaca de botellón ajeno, este patoso vahído que te impide caminar, centrar la visión, respirar en ocasiones, moverte con gracia jaranera, sonreír con sana camaradería, tragar ese buchito de brindis compartido o mantener la cabeza alta y el pecho fuera al más puro estilo marcial, entonces descubres que has conseguido un boleto premiado en la lotería más despiadada que se haya inventado nunca: la que ofrece pingües beneficios a quien ni siquiera compró el décimo.

Y ahí comienza tu dolorosa aventura. Al principio dudas, apelas al destino, a las divinidades de todas las culturas, incluida la tuya, a las más inexploradas pesquisas científicas, incluso practicas el insano deporte de la cabeza enterrada en la arena cual huidizo avestruz.

Llamas a las puertas de la farmacopea y descubres que los intereses multinacionales no pasan precisamente por investigar dolencias raras que a pocos atosigan. Te miras a los ojos de los demás y no descubres siempre esa comprensión que desearías. ¿Qué te queda? Solo la desesperación, el firme convencimiento de que has llegado al borde del abismo. Un empujoncito más y todo habrá terminado.

Menos mal que cuando la oscuridad ha pintado el resto del camino hay una pequeña luz más adelante. Como en los cuentos, solo que en la cruda realidad. Alguien te pone una mano en el hombro, te mira más allá del dolor, te sonríe con el corazón o te señala las huellas del sendero que recorrieron tus compañeros de angustia y temor.

Médicos, asociaciones, amigos, gentes que comparten ese “gusto por lo raro” que nunca imaginaste tener, te hacen sentir que no estás solo, que tu universo paralelo tiene planetas gemelos, asteroides que emiten luz emulando a las estrellas, satélites hermanos que orbitan a tu misma velocidad y cometas que te impulsan hacia zonas claras y diáfanas donde la vida es tierna, grata y sencilla.

Tu crónica dolencia no mejora con su empuje pero algo crece dentro de ti sobreponiéndose a las guerras intestinas de tus neuronas y sus impulsos musculares. Ahora, como dice Roy en la película, todos los malos momentos pueden perderse en el tiempo y te puedes dedicar a vivir. Las lágrimas que has derramado pueden ser la lluvia que hace germinar otro amanecer y tu párpado caído un guiño a nuevas esperanzas.

Ahora se celebra, el 15 de Noviembre, el Día de las enfermedades neuromusculares y como alguien me dijo recientemente, ¡habrá que felicitarlas! Pues sí. Felicitémonos en un día al menos y tratemos de que el círculo se abra. Que los demás comprendan y compartan dolores y alegrías, que alguien se vea impulsado a dar a luz la feliz pastilla del crónico pasar de los días. Una frase muy acertada dice que una tecnología avanzada es indistinguible de la magia. Hagámoslo. Demos una vuelta de tuerca a la investigación y aplaudamos la mágica eclosión de nuevos tratamientos. Acompáñanos en este día de toma de conciencia.

Interésate por esas enfermedades que, probablemente, ni siquiera hayas oído mencionar antes pero que conviven contigo y con las personas que te rodean. En realidad te necesitamos. Es tiempo de vivir.

El undécimo sentido... leer. (Homenaje a los maestros que nos inculcaron el amor por la lectura)

El undécimo sentido... leer. (Homenaje a los maestros que nos inculcaron el amor por la lectura)

 

 

Navegamos hoy en día, en el proceloso mar de la enseñanza, sobre olas bravías vestidas de proyectos, planes, programaciones, listados de competencias básicas, objetivos multicolores y tecnologías aplicadas. Sí, nada que ver con aquella escuela íntima, recogida, sencilla, en la que aprender no dependía de una caída de la red o de la pila gastada de un mando a distancia.

El progreso ha hecho mella en todos y cada uno de los recodos de nuestros calendarios y, lógicamente, para bien. La vetusta enciclopedia ha devenido en memoria USB; el meloso lápiz del 2 en puntero digital; el cuaderno en tableta y por la ventana vemos ahora “paisajes.com” y no solo el patio del colegio.

Pero, ¿dónde está el espíritu de aquel maestro que nos abrió los ojos a un mundo que palpitaba alrededor del árbol al que subíamos a la velocidad de la luz? ¿Y el de la maestra que guió nuestra mano sobre dos rayas paralelas que parecían no tener fin?

Aquellas personas no necesitaban vernos a través del filtro de una competencia, porque ellos mismos eran esa competencia. Solo tenías que dejarte llevar, abrir los ojos y las orejas y disponerte al maravilloso viaje del conocimiento.  No puedo dejar de recordar a mi primera maestra, doña Purificación Iturrioz, en los estertores de los cincuenta, gobernando el timón de una unitaria perdida en los verdes campos del norte. Siempre he afirmado que mi posterior vocación empezó en el armario de aquel aula caliente tras el crepitar de la estufa de leña en la que se preparaban los chupitos de leche americana en polvo a media mañana.

Una vitrina guardaba fascinantes tesoros ante mis ojos cándidos. Era la Biblioteca. Cuando la “señorita” cogía la llave de aquel universo que dormía tras el cristal algo me empujaba a ir tras ella. Un giro de cerradura y todo olía distinto. El papel de los libros desprendía el utópico aroma de la aventura, el espíritu iluso de la realidad inventada, el calor con que llenar las tardes mirando al Oria, aquel río con intestino de papelera y perfume de cloaca que, sin embargo, nada tenía que envidiar al mismísimo Amazonas en el fragor de la lectura.

Seguramente como fruto de la necesidad de atender a muchos alumnos a la vez de diferentes edades y niveles, la “señorita” nos dejaba leer a menudo. Aquel ritual, con una placidez que diríase casi religiosa, me despertaba todos los sentidos incluyendo el sexto, el séptimo, el undécimo…

Leer fue desde entonces mi asignatura preferida y así he intentado transmitirlo a quienes han compartido aula y tiempo conmigo. Un libro, dice el tópico, es una puerta. Y solo leyéndolo encontraremos la llave de nuestro propio futuro.

 

 (En la imagen, doña Purificación Iturrioz con los alumnos de la Escuela de Santa Lucía, Tolosa (Guipuzcoa). El autor es el tercero por la derecha en la primera fila sentados tras los que están en el suelo)

 

Los ángeles de la dependencia.

Los ángeles de la dependencia.

En plena vorágine sobre recortes en educación, sanidad y otros servicios que están a punto de ser solo un recuerdo de lo que una vez se llamó “sociedad del bienestar” oigo el clamor de las trabajadoras de Macrosad a las que, sorprendámonos, no se les ha abonado el importe de su trabajo desde hace tres o cuatro meses.

Bien es sabido que existen cuerpos estatales y autonómicos a los que se les ha disminuido su sueldo y que intentan superar la crisis con la entereza que da el sentir la presión de los dos o tres agujeros del cinturón que se han visto obligados a apretar.  Sin embargo, pensar que un grupo bastante numeroso de mujeres, la mayoría con obligaciones familiares, pueden sobrevivir sin que nadie se haga cargo de su salario es, a todas luces, increíble e insostenible.

Pero, ¡ay!, todo es posible en estos días en que la tijera de papá estado o mamá autonomía nos recorre la nuca y el bolsillo.

Ahora, me cuentan, se han rebelado y han decidido pasear su reivindicación y declararse en huelga indefinida. ¿Quién podría echarles en cara su gesto? Durante días y días las hemos visto por calles y plazas acompañando a nuestros mayores dependientes. Siempre con una sonrisa amable, con el brazo extendido y la mano apretada sobre la de una viejecita con mirada perdida o la de un recio caballero que aun revive en su mente, también encanecida, el fulgor de un pasado olvidado.

Son los “ángeles de la dependencia”, seres que dedican sus días a hacer más llevaderos los de sus congéneres más necesitados; señoras que asean, limpian, dan de comer, acompañan y dan conversación, calor y cariño a un elevado –y cada vez más numeroso- sector de la población, pero que necesitan, como cualquier trabajador, esos euros con los que hacer frente a sus deberes diarios.

Es inútil ya discutir sobre si el dinero para pagarles llegó o no llegó; se perdió en esta o aquella misteriosa actividad; naufragó en el trayecto de un banco a otro o sirvió para financiar tal o cual promesa electoral. ¿Qué más les da a quienes tienen facturas pendientes y bocas que alimentar? Tampoco les hará recibir su justo salario el que la clase política local se tire del pelo, mese sus barbas o grite exabruptos al contrario por el mero placer de dejar caer la culpa sobre hombros ajenos.

La situación es crítica. Las trabajadoras no pueden subsistir más y los dependientes, sus queridos compañeros de viaje, se quedarán sin una mano en la que apoyarse. ¿Quién hará algo? ¿Qué se ha hecho mal para que esta labor social esté abandonada a su suerte? Alguien debería dar explicaciones. Pero no del pasado. Del futuro.

Educadora confianza. (¿Confiamos en nuestros maestros?)

Educadora confianza. (¿Confiamos en nuestros maestros?)

Entre la tórrida afluencia veraniega de noticias, quizá ha pasado inadvertido para la mayoría el resultado de un informe sociológico de Metroscopia que pretendía mostrar las instituciones en las que los españoles ponemos  -o no- nuestra confianza.

Al final del listado aparecen políticos, obispos, bancos, sindicatos, las televisiones y la justicia. Ninguno de estos estamentos consigue aprobar. Rozando el sobresaliente, aunque solo con un notable alto, aparecen los científicos, las universidades, la sanidad, la policía y el Rey.

Luego, en las mediocridades de la medianía aparecen los periódicos, la radio, algunos empresarios y… los funcionarios.

Al llegar a este punto no puedo por menos que preguntar a quien se acerque a estas líneas si no echa de menos a algún oficio en ese listado. Si. Una profesión por la que han pasado todas las demás. Un grupo de personas que siempre se ven señalados con el dedo cuando la sociedad detecta alguna carencia entre sus ciudadanos. ¿De quién hablamos? De los sencillos, humildes, olvidados e insignificantes MAESTROS.

Con sincero dolor observo que los miles de personas encuestadas olvidaron mencionar a esos seres que les abrieron un poco los ojos del conocimiento. No es que les otorgaran un puesto inmerecido en la lista, no. Sencillamente los ignoraron.

¿Qué ha pasado en nuestro entramado social para que una colectividad como la educativa desaparezca de la consideración general?

Si nos incluimos en el grupo “funcionarios” –que si aparecen en el estudio-, llega el cruel estigma de la molicie permanente. Diríase que solo en las más altas esferas de la educación, en los tabernáculos universitarios, se alcanza el reconocimiento social. Las pobres escuelas y colegios, las aulas del día a día y con ellas los sufridos maestros que las habitan parecen hibernar en el recuerdo sin que nadie rumie el efecto, quiero creer que beneficioso, que de ellas obtuvieron los encuestados. ¡Qué confianza va a despertar quien te acompañó mañana tras mañana a descubrir que los intricados pasadizos que pueblan tus neuronas son capaces de despertar y descubrir todo lo que luego conformará tu vida!

Las muchas veces que hemos afirmado que enseñar es algo mucho más profundo y valioso que el mero catálogo de conocimientos; las mil y una ocasiones en que nos hemos visto reflejados en la inquisitiva y curiosa mirada de un niño; la lucha constante por abrir caminos o tender manos abiertas parece que no ha sido suficiente. ¿O sí? ¿No es acaso el maestro la primera persona en quien confiamos cuando abandonamos con lágrimas en los ojos la protectora sombra del hogar?

La leyenda del bífidus errante.

La leyenda del bífidus errante.

Primero fue José Coronado quien nos mostraba su empalagosa sonrisa intestinal tras cumplir con sus escatológicas visitas mañaneras previa ingesta del hatillo de bacterias vivas que habitaban su yogur.

Cuando el actor, ya exhausto de tanto trasiego evacuatorio, decide abandonar el cuarto de baño para siempre, llega Carmen Machi para convencernos de un nuevo detalle: ella nunca está hinchada. La vitoreaban las corifeas exhibiendo sus problemas de “tripa” sin contarnos que eso del “sentirse bien al alba” no era sino un subterfugio obligado por la ley ya que afirmar que Coronado enviaba señales nerviosas a su esfínter con la precisión de un reloj suizo por la intercesión de la leche fermentada era, simple y llanamente, falso.

Pero para el gran público nada parecía cambiar. La pléyade de “actimeles bifiduestimulantes”, “isoflavonas antisofoquinas”, polifenoles, coenzimas y hasta babas de gasterópodo pertenecen al imaginario de la buena catadura física. A lo mejor aquel aforismo estaba equivocado. Quien mueve su intestino, zarandea su corazón, arregla su sonrisa, remodela sus caderas, resplandece sus pieles y quién sabe si hasta alegra sus gónadas.

Pero la felicidad termina pronto. Acaba de llamar a nuestras puertas la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria para decirnos que si a Lola Herrera le gustan los yogures bebibles fresquitos pues que se los tome, pero sus defensas no revivirán después. A los que creen que la soja es el nuevo maná les advierte que los estudios científicos nada dicen de sus supuestos beneficios. Ni adelgazaremos ni sufriremos mejor la menopausia, ni se nos pondrán los huesos como al increíble Hulk y las colonias de lactobacilos de nuestras entrañas nunca harán otra cosa que saludar como lo que son, estrellas de la publicidad engañosa.

Eso si, nuestra Andalucía guarda un as: El aceite de oliva virgen extra ayuda a controlar los niveles de colesterol malo. ¡Aleluya!, casi el único producto en que podemos confiar, junto con los esteroles vegetales, es del sur.

Atrás quedan, pues, afirmaciones como que “los arándanos reducen las infecciones del tracto urinario de las mujeres” (¿Sólo de ellas?), o que “la capsaicina ayuda a mantener el peso”. (¿Alguien sabía que ese compuesto no es otro que el que hace que los pimientos piquen?).

Los creativos saben que mencionar la palabra “salud” es una puerta abierta a la credulidad del consumidor y a ello se afanan con desmesura. Ya sabemos que cuatro de cada cinco afirmaciones publicitarias sobre los alimentos son mentira. Habrá que empezar a actuar en consecuencia. ¡Qué no nos sigan tomando el pelo!

 

Mis niños del Facebook (Jabalquinto)

Mis niños del Facebook (Jabalquinto)

Cantaba Miliki  en uno de sus discos a sus “niños de treinta años”. Y de cuarenta, diría yo recordando aquel “¿cómo están ustedes?”.  Posiblemente en su recuerdo, aquellos chavales con pantalón corto permanecen con su sonrisa emocionada y sus ojos muy abiertos ante el televisor. La realidad, más terca que la fantasía, se los devolvió siendo ya hombres y mujeres, padres y madres incluso de otra generación.

Confieso que algo similar nos ocurre a quienes contamos el tiempo a base de cursos y no de años. Una vieja foto tras el plástico amarillento de un álbum puede hacernos volver al pasado y recordar con mucho más detalle que el siempre distorsionador recuerdo a nuestros alumnos de décadas pasadas. Están ahí, con el sonido “patata” atragantado en forma de sonrisa, junto a ti que aun disponías de una abundante cabellera desprovista de toques blancos  y mirando al futuro con ganas de comerse el mundo. A fuerza de traslados y peripecias administrativas pocas veces llegas a saber si realmente lo devoraron ya que siempre siguen siendo aquellos niños y niñas que compartieron aula contigo.

Sin embargo, el ojo de ese gran hermano llamado Facebook, ha obrado el milagro. Por algún extraño sortilegio “mis niños” jabalquinteños han llamado de nuevo a la puerta con esa frase gloriosa de “quiere ser tu amigo”.

Alumnos que me dieron la satisfacción de enseñarme a la par que yo intentaba guiarles por el intricado camino de la formación han querido ahora intercambiar amistad con su viejo maestro. Mentiría si no reconociera el escalofrío que ver algunas de sus fotos, leer sus comentarios, compartir sus recuerdos, conocer a sus hijos, etc. me ha producido. A ratos, aunque solo sea soberbia y vanidad, pienso que  algo tuvo –tiene- que haber quedado en aquellas miradas que cada mañana se iluminaban al abrir la puerta del aula. Al igual que los rockeros, quizá los viejos maestros nunca mueren y, en especial, de lo que estoy seguro es de que los antiguos alumnos, tampoco.

Ellos y ellas me lo han demostrado haciendo en algún momento que una esquiva lágrima saltara del recuerdo a la nostalgia, del pasado al futuro, dejando en el presente este intercambio de sentimientos en el que me encuentro navegando en este instante. Evidentemente no puedo mencionar sus nombres, pero espero que todos y cada uno de ellos y ellas se den por aludidos. Me siento orgulloso de haber contribuido a que ahora sean lo que son. Ignoro cuánto trabajo les costó hacer suyo el porvenir pero me consuela saber que, quizá, encontramos juntos la llave que se lo abriría.