Mis niños del Facebook (Jabalquinto)
Cantaba Miliki en uno de sus discos a sus “niños de treinta años”. Y de cuarenta, diría yo recordando aquel “¿cómo están ustedes?”. Posiblemente en su recuerdo, aquellos chavales con pantalón corto permanecen con su sonrisa emocionada y sus ojos muy abiertos ante el televisor. La realidad, más terca que la fantasía, se los devolvió siendo ya hombres y mujeres, padres y madres incluso de otra generación.
Confieso que algo similar nos ocurre a quienes contamos el tiempo a base de cursos y no de años. Una vieja foto tras el plástico amarillento de un álbum puede hacernos volver al pasado y recordar con mucho más detalle que el siempre distorsionador recuerdo a nuestros alumnos de décadas pasadas. Están ahí, con el sonido “patata” atragantado en forma de sonrisa, junto a ti que aun disponías de una abundante cabellera desprovista de toques blancos y mirando al futuro con ganas de comerse el mundo. A fuerza de traslados y peripecias administrativas pocas veces llegas a saber si realmente lo devoraron ya que siempre siguen siendo aquellos niños y niñas que compartieron aula contigo.
Sin embargo, el ojo de ese gran hermano llamado Facebook, ha obrado el milagro. Por algún extraño sortilegio “mis niños” jabalquinteños han llamado de nuevo a la puerta con esa frase gloriosa de “quiere ser tu amigo”.
Alumnos que me dieron la satisfacción de enseñarme a la par que yo intentaba guiarles por el intricado camino de la formación han querido ahora intercambiar amistad con su viejo maestro. Mentiría si no reconociera el escalofrío que ver algunas de sus fotos, leer sus comentarios, compartir sus recuerdos, conocer a sus hijos, etc. me ha producido. A ratos, aunque solo sea soberbia y vanidad, pienso que algo tuvo –tiene- que haber quedado en aquellas miradas que cada mañana se iluminaban al abrir la puerta del aula. Al igual que los rockeros, quizá los viejos maestros nunca mueren y, en especial, de lo que estoy seguro es de que los antiguos alumnos, tampoco.
Ellos y ellas me lo han demostrado haciendo en algún momento que una esquiva lágrima saltara del recuerdo a la nostalgia, del pasado al futuro, dejando en el presente este intercambio de sentimientos en el que me encuentro navegando en este instante. Evidentemente no puedo mencionar sus nombres, pero espero que todos y cada uno de ellos y ellas se den por aludidos. Me siento orgulloso de haber contribuido a que ahora sean lo que son. Ignoro cuánto trabajo les costó hacer suyo el porvenir pero me consuela saber que, quizá, encontramos juntos la llave que se lo abriría.
0 comentarios