Triscaidecafobia educativa: trece criterios para maestros excelentes.
¡Ay,Dios mío!, leo por ahí que los sapientísimos conductores de nuestra educación pública andan reunidos en un Congreso para diseñar, afianzar, remodelar y solucionar los mil y un problemas que arrastran los maestros y profesores.
No es que uno, en su modestia, sea dado a las supersticiones antañonas del trece, pero reconozco que saber que “la Agencia de Evaluación Educativa ha elaborado un catálogo con trece criterios comunes que debe tener un buen profesor” me ha golpeado en todas y cada una de las pocas neuronas que me deben quedar. ¡Trece criterios nada más y nada menos!
Confieso que nada más leerlo empecé a escribir aquellos que se me venían a la cabeza y… no he llegado a semejante número. Lo dejo y en uno de los descansos de ese arduo trabajo sigo leyendo y descubro que “en función de esos criterios, se establecen cuatro niveles de calidad del educador: competente, avanzado, experto y excelente”.
Pues menos mal, me digo. ¿No existe el grado “nefasto”? ¿Y el “aciago”?
Bueno, debe ser que hay conciencia de que el gremio docente está compuesto por gentes esforzadas y briosas que son –somos- capaces de lidiar, no ya con los contenidos curriculares y todo lo que conllevan, sino también con los volátiles rasgos de la atención a la diversidad, la resolución de conflictos o la relación con las familias, por citar solo unos ejemplos. Vamos, unos héroes en toda la extensión de la palabra.
Pero que esa pequeña alegría no nos separe de la realidad. Ardo en deseos de conocer ese listado de criterios de evaluación docente para ver si tengo que hacerme mirar ese ataque súbito de triscaidecafobia (ansiedad ante el número trece) que me agarrota. Dicen que el sistema educativo, para ser eficiente, necesita contar con los mejores, con los más capacitados, con los que tienen más vocación…
Es fundamental, continúan, que quien se dedique a la educación lo haga "de forma decidida". ¿No será eso lo que hacemos mañana tras mañana cuando abrimos la puerta del aula? ¿Quién decidirá si somos decididos, laxos, tenues, medrosos o intrépidos? ¿Cuáles serán los trece criterios? ¿Serán quienes los han diseñado expertos o solo competentes?
¿Será clasificar a los maestros un buen camino para mejorar la educación? ¿Será esa evaluación, en principio anónima y voluntaria, universal y pública? Interesante panorama. Seríamos la primera profesión -¿o vocación?- que se cataloga a los ojos de la sociedad. Y eso no es malo necesariamente. ¿Sería edificante leer en la puerta de las Cortes el listado de políticos incompetentes? ¿Y el de los doctores funestos antes de operarte?
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