Los ángeles de la dependencia.
En plena vorágine sobre recortes en educación, sanidad y otros servicios que están a punto de ser solo un recuerdo de lo que una vez se llamó “sociedad del bienestar” oigo el clamor de las trabajadoras de Macrosad a las que, sorprendámonos, no se les ha abonado el importe de su trabajo desde hace tres o cuatro meses.
Bien es sabido que existen cuerpos estatales y autonómicos a los que se les ha disminuido su sueldo y que intentan superar la crisis con la entereza que da el sentir la presión de los dos o tres agujeros del cinturón que se han visto obligados a apretar. Sin embargo, pensar que un grupo bastante numeroso de mujeres, la mayoría con obligaciones familiares, pueden sobrevivir sin que nadie se haga cargo de su salario es, a todas luces, increíble e insostenible.
Pero, ¡ay!, todo es posible en estos días en que la tijera de papá estado o mamá autonomía nos recorre la nuca y el bolsillo.
Ahora, me cuentan, se han rebelado y han decidido pasear su reivindicación y declararse en huelga indefinida. ¿Quién podría echarles en cara su gesto? Durante días y días las hemos visto por calles y plazas acompañando a nuestros mayores dependientes. Siempre con una sonrisa amable, con el brazo extendido y la mano apretada sobre la de una viejecita con mirada perdida o la de un recio caballero que aun revive en su mente, también encanecida, el fulgor de un pasado olvidado.
Son los “ángeles de la dependencia”, seres que dedican sus días a hacer más llevaderos los de sus congéneres más necesitados; señoras que asean, limpian, dan de comer, acompañan y dan conversación, calor y cariño a un elevado –y cada vez más numeroso- sector de la población, pero que necesitan, como cualquier trabajador, esos euros con los que hacer frente a sus deberes diarios.
Es inútil ya discutir sobre si el dinero para pagarles llegó o no llegó; se perdió en esta o aquella misteriosa actividad; naufragó en el trayecto de un banco a otro o sirvió para financiar tal o cual promesa electoral. ¿Qué más les da a quienes tienen facturas pendientes y bocas que alimentar? Tampoco les hará recibir su justo salario el que la clase política local se tire del pelo, mese sus barbas o grite exabruptos al contrario por el mero placer de dejar caer la culpa sobre hombros ajenos.
La situación es crítica. Las trabajadoras no pueden subsistir más y los dependientes, sus queridos compañeros de viaje, se quedarán sin una mano en la que apoyarse. ¿Quién hará algo? ¿Qué se ha hecho mal para que esta labor social esté abandonada a su suerte? Alguien debería dar explicaciones. Pero no del pasado. Del futuro.
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