Camas y cuentos: Una mirada a la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Ahora que el ruido de las medallas y los himnos está solapando el sonido que acompañó a la ceremonia inaugural, la Olimpiada avanza imparable hasta la consecución de aquel “más rápido, más fuerte, más alto” que nació con los juegos. Los días pasados, sin embargo, no han podido hacerme olvidar algo que sucedió esa noche. Dedicar parte de este escaparate al mundo a temas como la literatura infantil y la sanidad pública me mantuvo pegado a la pantalla a pesar de que mi interés por el deporte es meramente testimonial. Dejando aparte el salto fuera de racord de Her Majesty en un helicóptero en el que era de día mientras fuera caía la sombra y el virtuosismo de Mister Bean tocando el piano con un solo dedo como muchos ejercemos el bello arte de la mecanografía, los planos en que niños y niñas se elevaban en sus camas en busca de los personajes de sus cuentos preferidos o aguardaban pacientemente la llegada de la enfermera del sistema nacional de Salud que aplacara sus dolencias me parecieron sublimes.
Seguro que tanto el sistema público británico educativo como el sanitario adolecerán de fallos de organización o tendrán carencias propias de la época que vivimos, pero el solo hecho de incluirlos como parte de la idiosincrasia del país en esa exposición abierta a los ojos de todo el planeta, humaniza y engrandece algo que en otros lugares, que prefiero no recordar siguiendo al maestro Alonso Quijano, camina por veredas completamente contrarias.
Semejante loa a lo público incidiendo en sus dos pilares más fuertes debería hacernos pensar. Si tanto a la educación como a la sanidad dedicáramos todos nuestros esfuerzos y no nos empeñáramos (hablo de quienes nos gobiernan) en desmontar y destruir conquistas de muchos años, seguro que esos ajustes estructurales que llenan gargantas ministeriales se escorarían hacia otros territorios menos lesivos para nuestro futuro. Quizá deberíamos cerrar los ojos, como esos niños del edredón luminoso y pijama pastel, y esperar que los buenos oficios de Mary Poppins acaben con las maldades de Lord Voldemort, pero sospecho que la magia no funcionará más allá de nuestro pensamiento. Es obvio que lo público está en peligro y que necesitamos algo o alguien que gire la nave hacia la dirección correcta, pero ¿quién?, ¿cómo?
A alguien he escuchado decir que probablemente en otro tiempo, la situación que vivimos habría desembocado en una revolución popular, de esas que solo conocemos por los libros de historia. La sensatez que quizá hemos conseguido con siglos de experiencia parece que nos empuja a mantener un aguante honesto, pero gentes hay que piensan que esa sensatez solo la disfrutan los ciudadanos de a pie. La clase gobernante tiene distintas conexiones neuronales y quizá también problemas de visión externa e interna. Deberían hacérselo ver. En la sanidad pública, claro.
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