Un lejano ruido de sables
Suele decir el sabio acervo popular que cuando dos hombres se reúnen para hablar de los viejos tiempos, no suele pasar mucho para que terminen glosando sus andanzas en aquellos “gloriosos” días -vistos en la distancia- del servicio militar.
Hoy, al hilo del reciente fallecimiento del general José Juste, jefe de la división acorazada Brunete en los difíciles avatares del golpe del 23-F, mi memoria vuelve a uno de los cuarteles que de él dependían: el archiconocido Wad Ras 55, en un Madrid periférico que olía a combustible de carro de combate, a sudor, a lágrimas y a comida de rancho. Apenas por unos meses no llegué a estar a sus órdenes pero en todas y cada una de las ocasiones en que la Transición invade nuestras televisiones no puedo evitar “teletransportarme” a aquel mundo, quizá hoy irrepetible, en el que soldaditos de a pie, arrancados de sus vidas cotidianas, debían hacer frente, por ejemplo, a responsabilidades tan imperecederas como escoltar junto a la puerta de Alcalá el recorrido de un armón con los restos mortales de un general asesinado frente al clamor de una multitud ansiosa de volver atrás en el tiempo mientras gritaba consignas contra el gobierno y vivas al ejército animándolo a subir al poder. Aun siento miedo al recordarlo.
Ha muerto aquel que formuló la pregunta que provocó la más famosa de las respuestas: “Ni está ni se le espera”. Fue a Juste a quien Sabino Fernández Campo indicó que Armada no iba a aparecer por Zarzuela, dando al traste con la estrategia golpista. Distinto ejército aquel al que ahora recorre escenarios en conflicto para ofrecer nuestra desinteresada ayuda. No existe ya el reclutamiento obligatorio y muchos de aquellos cuarteles, como es el caso del Wad Ras 55, han sido semiderribados para dedicar parte de sus instalaciones a dotaciones culturales. Otros serán pasto de la especulación inmobiliaria y darán paso a viviendas de todo tipo y condición. Sobre los adoquines que una vez soportaron el paso ligero de miles de chavales vestidos de caqui florecerán ahora alguna que otra biblioteca, centros vecinales y patios en los que, de nuevo, otros niños –ahora de menor edad- jugarán a otras guerras mucho más inocentes.
Quizá con el general Juste se nos va otro mordisco al pastel de ese recuerdo que se va diluyendo entre las nuevas generaciones. Quienes tienen ahora la misma edad que nosotros tuvimos a principio de los años 80 por fuerza han de ver el mundo de distinto modo. Aquel “Todo por la Patria” que presidió un año largo de nuestras vidas tiene ahora matices que lo acercan más a sentimientos cooperativos o humanitarios al estilo de una poderosa ONG oficial.
Ignoro si la ley de la memoria histórica también ha decidido alterar ese slogan pero si así fuera quizá un “Todo por todos” o un “Trabajamos por ti” podría ser un digno sustituto. La Patria podemos y debemos ser ya todos y cada uno de nosotros.
El ruido de sables que antaño se escuchaba en las salas de oficiales y que muchos pudimos comprobar en primera persona, ahora se nos antoja muy lejano. Ya nadie tiene que velar por nuestras esencias. Hemos aprendido a cuidarnos con una medicina llamada Libertad.
Pedro A. López
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