Mensaje en un autobús: Dios al habla.
Hace algunos años recuerdo que, desde aquí arriba, me hizo particular gracia –quizá esa palabra debería estar con mayúscula tratándose de mí- un episodio de una de esas series como La dimensión desconocida o Más allá del límite con las que pasáis un buen rato por ahí abajo. Unos extraterrestres captaban la publicidad de la televisión de los cincuenta y algunos fragmentos de ciertos programas como “El show de Lucy” –por Lucille Ball- y se expresaban así cuando llegaban a la Tierra para extrañeza y regocijo de algunos mozalbetes que los descubrían.
Ahora llevo unos días preocupado. ¡Cosas de la publicidad! Me dicen algunos querubines, amigos del “enjoy Coca Cola” o de que la Carlsberg es, probablemente, la mejor cerveza del mundo, que mi nombre, ese que un día os recomendé no tomar en vano, aparece ahora rotulado en autobuses y ampliamente debatido en los medios de comunicación. Rápidamente me he dado un garbeo por vuestras calles y, ¡oh sorpresa!, he encontrado las dos caras de la misma moneda. Ya estoy acostumbrado a aparecer en los lugares más insospechados -¿recordáis que mi nombre brillaba en las monedas que usasteis hasta hace bien poco tiempo rodeando la cabeza de alguien que os dirigía?- pero en esta ocasión, os habéis superado.
En algunos vehículos me aplican la misma publicidad que a la Carlsberg: Probablemente…. no existo y eso os debe hacer disfrutar de la vida. Pues empezamos bien, me dije.
Avancé unos pasos –en realidad kilómetros para vosotros- y hallé otro coqueto autobús decorado con un mensaje contrario: Sí que existo y debéis disfrutar de la vida conmigo.
Un mensaje, creo haber leído, lo patrocina un club se ateos. Me caen bien, oídme. Creen que mi existencia pone en peligro su felicidad quizá influenciados por algunos voceros que me han representado en ocasiones y que siempre han puesto el dedo en el castigo, en el dolor. ¿Veis por lo que me gusta tanto la publicidad? Ojalá hubiera encontrado publicistas de categoría que con un par de logos y otros tantos eslóganes os hicieran comprender que llevo siglos, milenios, incluso eones ¿Os gusta la ciencia ficción?, intentando que comprendáis que la vida no está reñida con el gozo, con la alegría, con la ilusión de compartir, de caminar juntos sin dar ese codazo soberbio a quien nos acompaña. Si yo existo o no, eso no debe estorbar vuestra senda a la felicidad, así que no es necesario disfrutar pensando que, como decían en la Francia de los sesenta, “Dios ha muerto”. Ahora bien, quien desee pensarlo, adelante, está en su derecho. ¿No tenéis acaso el supremo bien de la libertad?.
Otro grupo de publicitarios, ya os lo he dicho, ha decidido contraatacar, pero me sorprende ver que son evangélicos y no católicos. A veces yo mismo me hago un lío con las categorías que habéis ido añadiendo a lo que solo debería ser un modo de vida. ¿Católicos? ¿Cristianos? ¿Quién es más universal? ¿No es lo mismo?
Con frecuencia caigo en la cuenta de que, en mi nombre, se generan demasiados problemas y, especialmente, me duelen las ocasiones en que algunos grupos pretenden imponer a los otros su opinión sobre mí. No os preocupéis. Mi ojo –ese simpático triángulo con que los niños me dibujan- sabe, comprende y admira en ocasiones vuestro esfuerzo en vivir de acuerdo con lo que os dicta algo desde muy dentro. Y eso es lo que realmente cuenta a vuestro favor. Que nadie luche por hacer ver al otro que existo o que dejo de hacerlo. Mi existencia, en realidad, solo importa a cada uno. Ateos, católicos, ortodoxos, agnósticos o militantes de otras opciones que me nombran de mil formas distintas se dirigen en realidad a la misma meta: la felicidad, la armonía, la paz. Y esos, no lo dudéis, podrían ser mis apellidos, así que disfrutad.
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