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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

Monty, Dean y Newman.

Monty, Dean y Newman.

Las pantallas de los cincuenta, ávidas de personajes que poco tenían que ver con los protagonistas clásicos, encumbraron a actores como Steve McQuenn, Montgomery Clift, James Dean o  Marlon Brando a los altares del anti-héroe. Personajes atormentados, caídos en desgracia, frágiles, perdedores y asomados a un punto de visión canalla que transformaba los sueños en arisca y cruda realidad pisoteada. Nadie como Monty Clift para hacernos ver en su mirada la inestable hondura de su alma atosigada.

Dean, eterno adolescente que dibujó su futuro en el  asfalto mojado, abrió el camino a alguien  de mirada vulnerable, franca  e incluso ambiciosa, pero sobre todo tintada de ese tono azul que iluminaba los cielos de aquel “largo y cálido verano” por el que merodeba el “dulce pájaro de juventud” de Tennesse Williams.

Y Paul Newman apareció en la piel del recordado Rocky Graziano en “Marcado por el odio” de Robert Wise. Se dijo que, en principio, afectado por la  neurótica gesticulación del Actor’s Studio de Lee Strasberg y  los «tics» de Stanilavski, pero pronto Paul decidió  transformar esos corsés en la fría y contundente fortaleza que, a golpes de testosterona, emanaba de su gélida mirada.

Siguió como  Eddie Felson en “El buscavidas”, “Harper, el investigador privado”, o el Butch Cassidy de “Dos hombres y un destino”. Pero seguro que nadie lo hemos olvidado en aquella prisión infecta en la que se dedica a la  ingestión de huevos duros en “La leyenda del indomable”.

Steve McQueen le legó ese aroma irresistible para las mujeres, Monty un atormentado universo personal, Brando la pizca de soberbia y Dean le abrió la puerta del celuloide tras algún que otro traspiés (Inenarrable sus primer papel importante “de romano” en “El cáliz de plata” con aquella “faldita de cóctel” como él mismo denominó a su vestuario en el film).

Paul Newman nos ha absorbido como aquel Brick, el marido alcohólico y torturado refugiado en su vaso de whisky y con el pensamiento en su amigo muerto, mientras Liz Taylor ardía como una gata sobre un tejado de zinc. O nos ha dejado sin aliento en “Dos hombres y un destino”, en el que compartía cartel con Robert Redford al igual que en “El golpe” o en “El juez de la horca”. Se dijo que era el nuevo Marlon Brando y el sucesor indiscutible de James Dean. Queda en nuestra retina como aquel tipo duro y atormentado, enfrentado siempre a un futuro negro y hostil pero capaz de enfrentarse a las adversidades, a puñetazos con el mundo si fuera necesario. Quizá aquel primer papel infantil que representó como San Jorge dando muerte al dragón le marcó demasiado.

Ahora a Marlon, James, Monty y Steve se les une Paul en el multicolor paraíso de los antihéroes. Desde abajo, la mirada violeta de la Taylor y el amor de Joan Woodward, su eterna compañera, le dedican la última jugada en una mesa de billar. Quizá con Piper Laurie perdida en el fondo de la  cafetería.  Y él se acerca a Susan Sarandon “Al caer el sol” observado por un Gene Hackman que devora un plato de pasta regado con un toque generoso de Newman’s Choice. Después sube a su coche y emprende su última carrera hacia el horizonte.

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