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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

Palabra de toro.

Palabra de toro.

Oigo retumbar el aliento de la esa masa alimentada por el sol que me espera en el coso. Esquivas gotas de sudor perlan mi zahino trote al son de un pasodoble que hace caminar con garbo a mi oponente. Pasan frente a mí días de dehesa, de férrea disciplina en busca de la gallarda estampa que corearán en un instante los aficionados y siento que estoy a punto de entrar en el punto de mira del destino.

Por fin me dejaré llevar por el bravo instinto que hace posible mi existencia. El polvo del albero se pegará a mis patas y el fervor de las palmas me hará saber que frente a mí se alza el fragor de la lucha, el enfrentamiento con ese hombre vestido de colores que yo apenas distingo. Mis antepasados me miran desde algún burladero del tiempo, ellos que desaparecieron hace cinco siglos, y me azuzan hacia la gloria. Solo nosotros seguimos manteniendo la antorcha de la especie, el valor y el empuje que solo esperan el toque del alguacilillo para irrumpir en el imaginario de quienes nos aclaman.

Mi especie se alimenta de poder, de valiente arrojo, de cárdeno vibrar. Nacimos para ser el reflejo azabache que ilumina las tardes que se encienden a las cinco en punto, para ondear la bandera de la batalla noble y entusiasta.

Necesito ser ya aquello para lo que fui llamado. Me deleita escuchar cómo definen nuestro pelaje según los destellos que le arranca la luz de la siesta: bocinero, caribello, capuchino, retinto, rebarbo, lucero… Sé que todo cobrará sentido cuando se abra el toril. Huelo a quite, a chicuelina escrita con vuelo de capote, a verónica dibujada en la brisa. Dos almas dejaremos la sangre entre la arena. Estoque y cuerno se baten en peculiar combate mientras el polvo desmadeja los gritos o adormece el silencio.

¿Qué sería de mi vida sin el duelo feroz, sin la dura respuesta, sin el supremo don de embestir a la muerte? No es mi horizonte el fugaz paseo entre la jara ni mi futuro el de asustar turistas asomados a sus abanicos. Quiero que me deslumbren las luces de un traje de torear.

Hay un clarín que pronuncia mi nombre. La arena me espera. Sé que era este el objetivo y aquí comienza mi camino al paraíso. Con honor, con la testuz blandiendo mi regio abolengo, mi brava estirpe. Que nadie ose arrebatarme el último destello, el rojo camino de la gloria.

Allá voy. El capote parece hipnotizarme. La música flota a mi alrededor. Me muevo con furia, bajo la cabeza y la levanto con orgullo. Mi cuerno derecho choca con algo blando que, enseguida, deja brotar el mismo líquido que corre sobre mí. Ahora compartimos sangre y arena. La lucha continúa.

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