Genotipos, transgénicos y otros terrores.
Como buen amante de la Ciencia Ficción nunca he olvidado aquella pequeña introducción que Ana Mariscal, la eximia directora de nuestro cine, hacía por las tardes del sábado a las películas de serie B que nos ofrecía TVE en un ciclo que nos despejaba la siesta a base de extraterrestres de látex y astronautas americanos dispuestos a salvar a una Humanidad histérica salida de la guerra fría.
Una de aquellas tardes, “la Mariscal” contó que algún chaval de su familia llamaba a estas películas “de ciencia afición” y en esa categoría me incluyo presuntuosamente. La mía pasa por devorar cuanto libro, película o revista me coloque frente “al infinito y más allá” o me teletransporte a “donde el hombre no ha llegado jamás”.
En aquellas “Sesión de Tarde” la pantalla del viejo Telefunken vibraba con las esporas de un ser vegetal venido del espacio o quizá con las perversas manipulaciones genéticas del doctor Moreau. Quién iba a imaginar que unas décadas después podríamos ingerir maíz o soja con sus células adaptadas para matar plagas o, como ahora hemos conocido, de saborear exquisitos filetes de un salmón que se alimenta menos pero crece el doble que otro congénere sin modificar y, además, a mucha más velocidad. ¿Fascinante o terrorífico?
Mejor no responder aun a esa pregunta ya que encontramos atenuantes o agravantes a poco que sigamos leyendo las crónicas.
Si algún científico aduce que esa especie podría competir con el salmón salvaje de siempre, otro le responde algo que pone los pelos de punta: Las hembras modificadas son estériles. ¡Dios mío, igual que las señoritas dinosaurias de “Parque Jurásico”! Como todos sabemos cómo acaba la peli de Spielberg mejor no ahondar en futuras realidades. Cuando la naturaleza es desviada de sus cauces habituales cualquier guionista peliculero sabe que una catástrofe se avecina. ¿Es eso ir contra el progreso?
Y si la pregunta fuera al revés: ¿Para progresar hay que ir contra la naturaleza? La palabra gen parece extraída de una novela futurista y su manipulación nos convierte, a los ojos inexpertos de alguien de la calle en sabios enloquecidos capaces de adelantar el fin del mundo con enfermedades extrañas que nadie sabe cómo empezaron.
Plantas de un solo uso que producen frutos sin semillas. Animales que no pueden reproducirse… Enemigos invisibles que nos acechan tras las probetas de laboratorio y que juegan con la coartada de evitar la sobreexplotación o el avance de los cultivos sobre tierra virgen. ¿Ángeles o demonios? ¿Cuál es el precio del progreso? Si Ana Mariscal levantara la cabeza…
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