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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

Recuerdos de un futuro imperfecto.

Recuerdos de un futuro imperfecto.

El almotacén 705 del área de Adiestramiento y Disciplina miraba a los educandos que intentaban copiar con sus raídos lapiceros los textos señalados en sus cartapacios.  A su derecha colgaba un almanaque publicitario que le recordó los escasos días que quedaban para su octogésimo cumpleaños. Sus hastiadas neuronas le recordaron que aún faltaban cinco largos años para dejar su esforzado trabajo para el Estado.

Dejó divagar su mente y recordó aquel tiempo en que la palabra “funcionario” fue borrada de la nomenclatura después de que sucesivos gobiernos achacaran a dichos trabajadores la gran crisis. Todo pareció volver al pasado. Se terminó la gloria y todo se abocó al más duro infierno. Los enfermos se encontraron  con consultas, remedios y medicamentos  a precio –abusivo- de mercado;  Las escuelas ya no contaron con financiación estatal y establecieron cuotas para todas sus actividades.  Hasta los nombres de organismos, servicios e instituciones fueron cambiando para dejar de lado todo viso de gratuidad, soporte social o cooperación comunitaria.

Los salarios fueron primero congelados y luego recortados de mil y una formas relacionándolos con incentivos futuros que se perdieron en la noche de la recesión permanente.

El almotacén añoró en ese momento años de esplendor de los servicios públicos cuando sanidad, educación, transportes y seguridad social gozaban de la salud y lozanía que la buena administración procuraba a los ciudadanos. ¡Aquellos hospitales, colegios, pensiones….! ¿Dónde había quedado todo lo que su padre le contaba cuando se graduó?

Nunca le gustó el nuevo nombre de su oficio. “Almotacén” le remontaba a siglos oscuros pero… ¿no era acaso oscura la actual situación? ¿No había caído sobre los funcionarios como él el injusto sambenito de ser causantes del desastre?

Recordó la vida de sus padres y de sus abuelos y una lágrima se deslizó por sus mejillas. Las generaciones anteriores soñaban con ofrecer un futuro mejor y esplendoroso a sus hijos. Sus esfuerzos cotidianos tendían siempre a ascender peldaños en el bienestar. Sin embargo, ¿qué había podido ofrecer él a sus vástagos?  Y lo que era peor, ¿qué horizonte se dibujaba para sus nietos?

¿Cuándo en la historia las generaciones siguientes habrían de vivir peor que sus antecesoras? El anciano palpó su bolsillo en busca de un pañuelo para enjugar sus lágrimas y, al inclinarse ligeramente, notó un agudo dolor en el pecho.  No quiso alterar la plácida marcha de su clase. No gritó. Solo se llevó la mano al corazón y supo que todo llegaba a su fin. El estado se ahorraría su exigua pensión. Su última expresión fue una sonrisa. Quizá aquel ahorro sirviera para mejorar el porvenir de sus hijos.

 

(Almotacén: “·El que gana mérito ante Dios con sus servicios a la comunidad”)

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