Siempre nos dijeron que el futuro era nuestro... (Externalizar el futuro)
Con la sonrisa “congelada” veo en la portada de una conocida revista de humor al presidente Rajoy, vestido de Eugenio, (¿saben aquel que diu…?) rebatiendo un diagnóstico de cáncer a un paciente ya que no podrá pagar su tratamiento y lo despacha con un displicente “resfriado fuerte”. Humor negro del que hace remover conciencias. Si nos quedamos sin ese manto protector de la sanidad pública, (o de la enseñanza, o de tantos otros sectores que son el soporte de la sociedad) ¿cuál será nuestro destino?
Palabras como “universal, gratuito y de calidad” parecen haberse convertido en un mero aforismo que unos y otros desgranan, bien como escudo defensor, bien como arma arrojadiza. Y olvidan su verdadero sentido. Lo público, lo que es de todos, debe de gestionarse con justicia, libertad, igualdad, solidaridad, respeto a la dignidad de todos, pluralismo, tolerancia, responsabilidad, diálogo, inclusión social. Y eso, todo eso, está reñido con el mercantil afán recaudador, con el espíritu de negocio y de alcanzar beneficios a toda costa. Valorar lo público debe ir más allá de ese tinte ideológico que parece impregnar cada uno de los pasos con que la sociedad despierta cada día. Nuestro “Estado del bienestar” no solo se está desmoronando por las especiales circunstancias económicas. Da la sensación, dicen, de que existen más hilos moviéndose bajo el rumor de tijeras, ajustes, recortes y externalizaciones. Mercados los llaman algunos. Otros, pura y simple ideología.
Mientras tanto se deja correr ese sentimiento culpable de que nos merecemos el chaparrón por haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Se oye que la causa de la crisis es la inversión en unos servicios públicos inasumibles y se ajusticia a funcionarios, dependientes, jubilados o enfermos. Pero… ¿son esas personas responsables de algo? ¿Es a ellos a quien se debe recortar en sueldo, prestaciones y dignidad en suma?
Preguntas cuya única respuesta es un nuevo golpe cada día. Un desahucio, una pensión menor, un contrato más basura, un horizonte escondido tras un túnel que no parece tener fin. Dicen algunos que esta especie de “contrarreforma” que se impone en sanidad, educación, servicios sociales, relaciones laborales, edad de jubilación, pensiones o justicia pretende erosionar e incluso acabar con lo público y favorecer lo privado, más allá de situaciones puntuales y de los momentos de crisis que atravesamos. ¿Y si hubiera una campaña para desprestigiar lo público y aplaudir la eficiencia y la rentabilidad de la gestión privada?
Deberíamos pensar que no, que todo se debe a un bache del que sabremos salir. No quiero pensar que avanzamos hacia planteamientos insolidarios e injustos, hacia desequilibrios desestabilizadores que quizá solo generen más marginación y pobreza.
Todos los días hay pancartas en nuestras calles que corean que "Lo público no se vende, lo público se defiende”. Y defendiéndolo nos defendemos todos. No podemos externalizar el futuro.
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