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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

¿Y tú querías ser Rey?

¿Y tú querías ser Rey?

La asonada –curioso palabro- de los Tejero boys ha vuelto a la actualidad de nuevo gracias a un forzado aniversario que carece de números redondos a no ser los de las audiencias televisivas.

Lo son más en tve, desde luego. “El día más difícil del rey” se merendó a la supuesta traición de dos amigos militares que luego no fue tal sino un efecto colateral del amor. ¡Ay, el amor!. También resuenan aun los fastos de otros boys, los del Valentín y sus flechas prestadas por Cupido. Y también el amor afloró en la serie de “la Primera”. La figura de D. Juan Carlos se desprende de toda majestad y se nos muestra humano, al alcance de nuestra simpatía. Es ese “Juanito” a quien se refiere su esposa o sus hermanas. Alguien que sabe llorar y emocionarse. Que sufre por un país.  Una persona a la que se le quiebra la voz cuando censura su deslealtad a un amigo del alma, ahora ya vil traidor.

La “tradición oral” siempre nos había hablado de su entrega, de sus desvelos aquel día y aquella noche en que todos estuvimos secuestrados por el bigote armado más famoso del reino tras la pléyade de bandoleros que pueblan nuestra historia. Se nos ha dicho que el rey mantuvo el pulso firme contra el staff  de los Torres Rojas, Pardo Zancada, Armada o Milans, pero no habíamos podido mirar a través de la mirilla de Zarzuela hasta ahora. Impagable Lluis Homar en su traje de rey. Por momentos se transfiguraba en el verdadero monarca y, voz incluida, nos atenazaba el corazón mientras el suyo sufría los envites del poderío “militar, por supuesto” de quienes decían defender a España y a él mismo.

Muchos soldaditos pasamos por la Brunete cuando se nos llamó a filas. (Interesante eufemismo). Yo mismo me recuerdo presentando armas ante el paso solemne del armón con el féretro de un general caído bajo la cobardía terrorista. Y aun siento un escalofrío cuando oigo a mi espalda, como en un eco de la historia, los gritos de la muchedumbre a la que un cordón de más soldados trataba de controlar tras de mi miedo. “Ejército al poder” era lo más reproducible que una señora aullaba junto a mi oído. Fueron malos tiempos aunque de aquellos lodos emergió la tempestad democrática que nos ha impulsado hacia el futuro.

Un futuro que en ese espejismo televisivo entroncaba con la mirada ávida de un niño que cándidamente preguntaba:  Papá, ¿tú querías ser rey?

Y sobre la mirada sonriente de ese Juan Carlos trasmutado cae de golpe el peso de los siglos, también el nuestro y el las toneladas de carros de combate que hollaban el asfalto valenciano y de los cuarteles de Campamento.

-No pude elegir, hijo. Es su respuesta dura y contundente mientras los teléfonos siguen vomitando y las horas van consumiendo los relojes.

En realidad ¿quién es capaz de afirmar que eligió su destino?

La historia nos depara sorpresas a las que el tiempo no guarda demasiado rencor. Los años se suceden, las canas organizan nuevos golpes de estado para deponer a la reina juventud  de nuestras vidas y llega un momento en que cualquier recuerdo atesorado lleva ya decenios apostado en la neurona de guardia. Menos mal que la tele nos permite volver a tener veintitantos años otra vez.

 

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