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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

A vueltas con Plutón...

A vueltas con Plutón...

Praga, -todos los que hemos pateado sus calles lo sabemos-, tiene una atmósfera envolvente que absorbe y embelesa, que distrae y alimenta el espíritu. No hay que obviar esta circunstancia a la hora de planear cualquier actividad en la vieja capital del Este europeo.

Por uno de esos indescriptibles azares del destino, la Unión Astronómica Internacional decidió plantar sus reales en unas dependencias desde las que los sesudos astrónomos podían divisar la bruma sobre el puente de Carlos al amanecer. ¡Craso error!.

Ebrios con los efluvios del incomparable marco, los reunidos han debatido temas de tanta altura como la definición y concreción del Sistema Solar. En un primer estadio, cuando toda Praga se desperezaba de una noche veraniega, decidieron que la Tierra, ese planeta con el jugamos a la autodestrucción, iba a tener hermanitos de la noche a la mañana –nunca mejor dicho-.

Barajaron nombres tan sugerentes como Ceres, Xena o  Caronte para bautizar a los celestes recién nacidos y se diseñaban festejos para celebrar el  parto estelar. Órbitas, gravedades o  masas dominantes fueron los temas a discutir a la sombra de la Torre de la Pólvora con el fresco aliento del Moldava.

El sol coronaba lentamente el horizonte y los sabios votaban las mociones que habrían de inutilizar nuestra historia reciente. Viajar a los anillos de Saturno siempre ha gustado a la ciencia ficción, pero… acercarse a Caronte abre nuevas perspectivas en todos los campos científicos y literarios.

Un descanso. Una refrescante cerveza checa. Una ojeada a la majestuosa fortaleza recortada entre los ya cálidos rayos del mediodía  y una nueva votación. ¿Ya somos doce los planetas del sistema solar?

Pues no. Caronte miró a Xena cariacontecido. Ambos dieron un pequeño codazo a Plutón. Algo no marcha, -se dijeron.

Alguien, en una oscura mesa del rincón, garabateaba cálculos sobre cientos de hojas arrugadas. De pronto se levantó. Ceres leyó su mirada y lo supo. Habían perdido. El espíritu de Praga les había gastado una mala pasada. No serían planetas por esta vez. Girarían cansados en sus órbitas celestiales sin merecer una línea en la letanía que los chavales aprenden en sus escuelas. Caronte solo sería, de nuevo, el transportista oficial de las almas y Xena olería únicamente a serie de televisión en la imaginación de los niños.

Plutón se les acercó para lamentar la situación…

En ese momento no podía  imaginar que él los acompañaría al olvido. Plutón, el  más joven y molón de los planetas, dejaba de pertenecer al club de los nueve. ¿Quién era aquel astrónomo loco que tachaba su nombre?.

¿Qué harán ahora los fabricantes de horóscopos? ¿Qué les pasará a aquellos cuyo ascendente colocaba al Sol en Plutón? ¿Qué será de ese desafío al entorno, de esa fuerte personalidad con que Plutón obsequiaba a los nacidos bajo su influencia? 

Praga seguía inmersa en el bullicio de miles de turistas ajenos a la trágica mirada de Plutón. Caronte, su satélite compañero,  lo miró compasivo. ¿Terminaba así su andadura?. ¿Pueden los cálculos de un científico imbuido de la dulce atmósfera de Praga acabar con un cuerpo celeste?

Plutón, como en un susurro, aventuró:  -Volveré.

 

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