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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

El undécimo sentido... leer. (Homenaje a los maestros que nos inculcaron el amor por la lectura)

El undécimo sentido... leer. (Homenaje a los maestros que nos inculcaron el amor por la lectura)

 

 

Navegamos hoy en día, en el proceloso mar de la enseñanza, sobre olas bravías vestidas de proyectos, planes, programaciones, listados de competencias básicas, objetivos multicolores y tecnologías aplicadas. Sí, nada que ver con aquella escuela íntima, recogida, sencilla, en la que aprender no dependía de una caída de la red o de la pila gastada de un mando a distancia.

El progreso ha hecho mella en todos y cada uno de los recodos de nuestros calendarios y, lógicamente, para bien. La vetusta enciclopedia ha devenido en memoria USB; el meloso lápiz del 2 en puntero digital; el cuaderno en tableta y por la ventana vemos ahora “paisajes.com” y no solo el patio del colegio.

Pero, ¿dónde está el espíritu de aquel maestro que nos abrió los ojos a un mundo que palpitaba alrededor del árbol al que subíamos a la velocidad de la luz? ¿Y el de la maestra que guió nuestra mano sobre dos rayas paralelas que parecían no tener fin?

Aquellas personas no necesitaban vernos a través del filtro de una competencia, porque ellos mismos eran esa competencia. Solo tenías que dejarte llevar, abrir los ojos y las orejas y disponerte al maravilloso viaje del conocimiento.  No puedo dejar de recordar a mi primera maestra, doña Purificación Iturrioz, en los estertores de los cincuenta, gobernando el timón de una unitaria perdida en los verdes campos del norte. Siempre he afirmado que mi posterior vocación empezó en el armario de aquel aula caliente tras el crepitar de la estufa de leña en la que se preparaban los chupitos de leche americana en polvo a media mañana.

Una vitrina guardaba fascinantes tesoros ante mis ojos cándidos. Era la Biblioteca. Cuando la “señorita” cogía la llave de aquel universo que dormía tras el cristal algo me empujaba a ir tras ella. Un giro de cerradura y todo olía distinto. El papel de los libros desprendía el utópico aroma de la aventura, el espíritu iluso de la realidad inventada, el calor con que llenar las tardes mirando al Oria, aquel río con intestino de papelera y perfume de cloaca que, sin embargo, nada tenía que envidiar al mismísimo Amazonas en el fragor de la lectura.

Seguramente como fruto de la necesidad de atender a muchos alumnos a la vez de diferentes edades y niveles, la “señorita” nos dejaba leer a menudo. Aquel ritual, con una placidez que diríase casi religiosa, me despertaba todos los sentidos incluyendo el sexto, el séptimo, el undécimo…

Leer fue desde entonces mi asignatura preferida y así he intentado transmitirlo a quienes han compartido aula y tiempo conmigo. Un libro, dice el tópico, es una puerta. Y solo leyéndolo encontraremos la llave de nuestro propio futuro.

 

 (En la imagen, doña Purificación Iturrioz con los alumnos de la Escuela de Santa Lucía, Tolosa (Guipuzcoa). El autor es el tercero por la derecha en la primera fila sentados tras los que están en el suelo)

 

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