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Mi buhardilla. Palabras, reflexiones, sentimientos...

La

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Los viejos aforismos nunca han tenido claro el significado de “verdad”. La verdad lucha con demasiados frentes. Quizá nunca hay una verdad sino muchas. Quizá la verdad depende del empecinamiento con que la defendemos más que de la realidad. Hay verdades que interesan. Verdades que se buscan. Verdades de las que dependen muchas cosas, vidas incluso.

Y hay no verdades escondidas en el negro fango del interés amañado.

La política, -dicen algunos en un desesperado intento de anular el lícito ejercicio de la libertad y la discrepancia-, es  el reino de la no verdad.  Y sus sumos sacerdotes se regodean, -siguen diciendo esas malas lenguas-, en hacernos creer que la verdad sobrevuela sus madrigueras iluminándolas con un halo de credibilidad, honradez y decencia de la que carecen los contrarios, naturalmente.

Con el dolor que me sigue aflorando cuando mi mente recrea aquellas escenas, no puedo por menos que pasear mi mirada sobre ese atentado de Atocha, inmisericorde y  cruel. El desasosiego que me produce cada una de las víctimas se torna nausea al comprobar cómo, años después, quienes ejercían de guardianes de nuestra existencia siguen aferrados a una no verdad. Ideologías aparte y con los sentimientos a flor de piel  voy observando el desarrollo de ese juicio al que se somete a los autores de semejante despropósito y me doy cuenta de que cada una de las pruebas, de las afirmaciones, de los pasos adelante en el conocimiento de la verdad no sirven frente a la marea de vientos manipuladores que no han dejado de sonar desde entonces.

Aun con el olor a pólvora sobre el ambiente, hubo quienes se envolvieron en la no verdad afirmando “ad nauseam”  lo que el obvio paso de las horas iba desmintiendo. Se tachó de infames a los que dudaran de esa no verdad. (Tal y como ahora se apropian de la bonhomía o de la honradez: solo las buenas personas son las que acuden a su llamada).

La terca realidad no logra hacerles mascullar una disculpa, un leve gesto de arrepentimiento, de aparcar las teorías conspirativas e intentar escapar del error. No hay conexiones extrañas en los hechos. Los interrogatorios van abriendo brechas en la obstinación. Las respuestas dan luz a la oscura manipulación. Pero todo en vano. Aun se agitan  preguntas ya contestadas, dudas ya resueltas y se empuja todo hacia un futuro en el que algunos parecen haber olvidado a quienes ya no están con nosotros en aras de una ventaja electoral.

Desgraciadamente, en el otro platillo de la balanza aparecen sonrisas a tres en unas islas atlánticas, empecinamientos atragantados urdidos en la noche en que el poder se escapaba, agitados telegramas invitando a difundir la no verdad por embajadas y consulados y, en un alarde coreado por palmeros mediáticos, dudas etéreas sobre legales resultados electorales.

Con ese bagaje no se puede viajar por la vida política. O no se debería. Sin embargo, las mismas personas de entonces, inasequibles al desaliento, inundan las pantallas tratando de regar y hacer crecer la no verdad por encima de la constatación de su interesada actuación.

De nada servirá este juicio, parece ser, para los defensores de la no verdad. La realidad no les hará cambiar de opinión.

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